Anabella Acevedo / Escritora Feminista

Vivimos tiempos difíciles, plagados de injusticias y guiados por un consumismo voraz, a costa de la destrucción del planeta y de un individualismo que ignara la diversidad y la solidaridad humana e interesencias. Ante esto, se nos dice que hay que resistir, que debemos desarrollar un espíritu de resiliencia, y desde que tengo memoria, he visto cómo a las mujeres se nos anima a aguantarnos, a ser abnegadas. Esto sucede también en sociedades autoritarias e injustas con personas situadas forzosamente fuera de los espacios de bienestar que les corresponde. A estas poblaciones también se les invita a resistir de manera heróica: mujeres, personas LGBTI, indígenas, poblaciones urbanas, rurales, marginales, etcétera.

Pero sabemos que resistir no basta. Tampoco podemos colocar toda nuestra energía en la resiliencia, es decir, en nuestra capacidad para superar circunstancias traumáticas, aunque esto sea un paso importante en procesos de sanación. Más que resistir, toca rebelarse y actuar, tanto de manera individual como colectiva, en comunidad o espacios íntimos y personales. 

Refiriéndose a su pertenencia étnica, la antropóloga Mariola Vicente Xiloj lo ve de esta manera: 

“Me parece que el significado que los pueblos originarios hemos dado a la resistencia durante 500 años, no es de pasividad, sino de invención y reinvención. El pensamiento complejo de los pueblos originarios es lo que nos ha permitido crear y  volver a crear frente a la adversidad histórica conocida ampliamente. Somos rebeldes colectivos, porque hemos aprendido la rebeldía en familia, en comunidad, de nuestros ancestrxs. Por lo menos, es de donde he aprendido a resistir y construir en mis pequeños espacios.”

La pregunta entonces sería de qué maneras convertimos esta resistencia en una rebelión – como fuerza permanente en nuestras vidas – que nos lleve a la acción. ¿Cómo nos reinventamos y asumimos la rebeldía como bandera?

La historiadora Glenda García se refiere a algunos retos que ha enfrentado en su vida a las estrategias que le han permitido avanzar:

“Dediqué años a mi formación académica con la finalidad de poder aportar a diferentes procesos sociales a través de la investigación social aplicada, pero me topé con una dura realidad: los espacios de trabajo son limitados. En la USAC, que es donde me formé, llegar a contar con una plaza de investigación es muy difícil. Ante la dificultad de encontrar un trabajo en el cual volcar mis energías en proyectos que deseaba impulsar, decidí entrar en el mundo académico por medio de la autogestión. No ha sido fácil- y ahí está un poco el tema de la resistencia-de alguna manera voy innovando, también como una forma de rebelión, al incorporar temáticas de investigación que la universidad pública no ha querido asumir. Consciente de este vacío, fue con los temas de memoria histórica que empecé la autogestión académica en investigación y lo hice estableciendo dos principios fundamentales: que las investigaciones que quería desarrollar se realizaran con financiamiento público, es por eso que las he gestionado en la USAC, y realizarlas con autonomía, con el mismo espíritu de la libertad de cátedra.”

Pero para Glenda esto no ha sido todo, desde el 2022 ha enfocado su investigación en la historia del feminismo en Guatemala, aunque la universidad tampoco tiene una política de investigación en esta dirección. Además, se ha dedicado a la docencia, “otro espacio de crecimiento que me permite ampliar el espacio de acción social que busco con los temas que trabajo”. A esto se le une la acción social, que ve “como un espacio donde rendir cuentas porque mi trabajo en la universidad proviene de fondos públicos. Mi deseo más profundo es motivar, especialmente a estudiantes mujeres, a que entren al mundo de la investigación de memoria histórica y feminista, hacia ahí también está puesta mi mirada; a concebir proyectos que puedan impulsarse, gestionando y movilizando fondos públicos de la universidad, para contribuir con ellos al desarrollo de estos temas pendientes. Hay una consigna que me encanta y explica mucho del enfoque de esto que te comparto, es un parafraseo de lo personal es político, y yo agrego, la academia también.”

Así, junto a la resistencia y la resiliencia, se encuentra la agencia, que de acuerdo a Amartya Sen, es la capacidad de poner en ejercicio la libertad de ser y hacer, no sólo a nivel personal, también se logra en comunidad.

La experiencia de la coreógrafa y filósofa Sabrina Castillo con su proyecto “Danza en comunidad” es un buen ejemplo:

“Hace unos veinte años me llamaba la atención que las personas gozaran tanto de sincronizarse en movimiento. Me preguntaba qué era lo que nos llevaba a querer movernos, juntos y al mismo tiempo. Por esos mismos días tenía también interés en la risa y cómo esta se contagiaba. Estos dos intereses y el hecho de que fui, con una beca Fulbright, a estudiar la imaginación con el filósofo Edward Casey, tuvieron como consecuencia que un año después hubiera diseñado una danza para ser bailada en comunidad. Esta danza aplicaba la idea de magia y de rituales mágicos de R.G. Collingwood, a quien fui introducida por Casey. En estos rituales, se canalizan, cristalizan y consolidan las emociones necesarias para después verterlas en la vida práctica. La Danza en comunidad que coreografié reúne a muchas personas de procedencias variadas, para que compartan movimientos sincronizados, en círculos, trayectorias y gestos que generan y fortalecen emociones necesarias para vivir en comunidad en Guatemala, valentía, gozo y confianza, a través de la empatía. Se busca contar con una población diversa entre los participantes para crear puentes entre diferentes generaciones, grupos económicos, grupos culturales y grupos de distintas habilidades. Cada vez que miro a un grupo hacer la Danza en comunidad, cuando se ríen por la fuerza centrífuga en los círculos, cuando saltan juntos o espantan sus miedos, me convence más el poder del movimiento corporal y me afirma la danza como ese espacio de encuentro y de celebración de la vida.”

¿Y cómo hacemos real esto en nuestra cotidianidad? Mariola Vicente comparte:

“En cualquier espacio se puede crear, reinventar. En los espacios personales, laborales, sociales, comunitarios, inclusive en espacios públicos como en un bus colectivo, en un parque. Creo que es como un sembrador que cuando ve tierra fértil no puede evitar soñar con un campo lleno de cosechas. Es una cuestión de compromiso histórico resistir y luchar en los pequeños espacios, esto nos enseñaron nuestros ancetrxs, está en nuestra memoria colectiva como pueblos originarios. Sin embargo, hoy no se puede negar que el sistema neoliberal busca atraparnos en su individualismo y nos ciega de esta rebeldía.”

¿Y todo esto para qué? La escritora Mildred Hernández lo resume así, a partir de una experiencia de vida de búsquedas y encuentros:

“Nos corresponde realizar con excelencia cada una de las tareas que asumamos, tanto de manera individual como colectiva. Ello implica que, a pesar de la falta de apoyo, de las amenazas, de las invisibilizaciones y del miedo, hacemos siempre nuestro mejor esfuerzo. También significa que vivimos con la esperanza inquebrantable de construir juntos un mejor país y con ello contribuir a una vida más sana, equitativa y justa para nuestro planeta.”