María Dolores Marroquín / La Cuerda
Pensé nombrar esta columna «Celebrar septiembre, un paso hacia atrás», porque el entorno, una vez más, se ha llenado de los símbolos de sentido patriótico de la cultura militar y el orgullo de la camisola azul y blanco. Y este ruido ensordecedor me cala profundo, porque veo muy lejana la posibilidad de que la población en general tenga como parte de su historia cotidiana la opresión colonial, patriarcal y neoliberal que define nuestro ser personal y colectivo, y porque el sentido común de esta sociedad «guatemalteca» sueña como futuro uno de consumo, poder y enriquecimiento ilimitado, a costa de lo que sea.
¿Cómo frenamos, entonces, la perpetuación del Estado finquero? Esa pregunta me late en la sien, en la mente, el corazón y en todos los sentidos permanentemente, más cuando en estas fechas de celebración de la independencia oligarca se enarbolan las banderas y los símbolos patrios a diestra y siniestra, sin conocer su origen y su objetivo.
¿Desde qué lugar y hacia dónde dirigimos nuestros esfuerzos de transformación? ¿Será que la construcción de una identidad emancipatoria que reconozca los privilegios es posible? ¿Cómo podemos nombrar a esa identidad disidente al modelo de múltiples opresiones para frenar su perpetuación?
La internalización de la opresión construye subjetividades que aprenden y disfrutan de los placeres y bellezas que el poder, hace que veamos como plausibles: el individualismo, el consumismo, las múltiples violencias, pero sobre todo, la indiferencia y la resignación inyectadas por las religiones. Lo que más me cuestiona es que en el esquema de dominación, el modelo hace cadenas de opresión y segmenta a poblaciones en los eslabones de esas cadenas, imponiendo jerarquías acompañadas de privilegios.
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Me pregunto si es posible construir una identidad emancipatoria, entendiéndola como un proyecto de transformación amplia y compleja, cuando el modelo nos sitúa en alguno de los eslabones de opresión; es decir, si soy ladina ¿cómo desmonto el reconocimiento y las oportunidades que este modelo requiere para el enriquecimiento oligarca y en la constitución de la ficción del «pueblo» ladino?
Eso lleva también a preguntar si los hombres podrán incluir en su sistema de creencias el desmontaje de la virilidad y masculinidad hegemónica con sincero interés de deconstruirse. ¿Cómo todas las personas desmontamos el machismo que tiene al heteropatriarcado como régimen político que impone el autoritarismo y la subordinación/obediencia como forma de estar en el mundo?
¿Podemos construir identidades emancipatorias desde las disidencias culturales, sexuales, etarias, de clase? ¿Juntar todas las opresiones y valores que nos construyen como seres individuales y colectivos que amalgaman todos los sentidos y valores, y que se expresan en los gustos más cotidianos, podrá ser una ruta que podremos navegar?
Complejizar nuestros pensamientos tal vez nos lleve a descubrir nuevas miradas y comprensiones en este mundo que pretende llevarnos por la ruta de la ignorancia y la anomia.