En 2020 se conmemoraron los 25 años de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, una serie de compromisos para el avance de los derechos de las mujeres que se consensuaron entre representantes de 189 países. Uno de los ejes contemplados en la Declaración fue la violencia contra las mujeres y la necesidad de crear mecanismos e institucionalidad para la erradicación de dicho problema. Se suponía que un cuarto de siglo después, la situación iba a ser radicalmente distinta, que los avances obtenidos en este sentido iban a garantizar la vida de las mujeres. Se suponía que iba a ser “nuestro año”. Pero el balance, lamentablemente, no fue favorable.

En Guatemala durante el 2020, en contexto de pandemia por Covid, si bien la violencia contra las mujeres se colocó en la agenda pública, sobre todo a partir de la constatación de los efectos del confinamiento, la respuesta integral que el gobierno debía darle a este flagelo nos la quedó debiendo. Un año más de deuda en este sentido. No sólo se cerró el 2020 con más de 200 denuncias diarias por algún delito cometido contra la vida de las mujeres, sino que se han incrementado los casos de desapariciones, tanto de niñas como de adolescentes y mujeres adultas. 

No ha sido posible conocer los motivos de ese incremento, o qué vínculo existe entre esas desapariciones y el crimen organizado, las redes de trata de personas o la violencia contra las mujeres. No ha sido posible saberlo porque el gobierno de turno, en lugar de fortalecer la institucionalidad de las mujeres y los mecanismos de investigación del Ministerio Público, ha puesto todas sus energías para debilitarlas. De hecho, 2020 fue un año aciago para la Secretaría Presidencial de la Mujer, cuyo cierre parecía inminente según declaraciones del presidente Giammattei y se ha logrado contener gracias a la acción organizada del movimiento de mujeres.

Cerramos 2020, sí, ese año que se nos había pintado como el “de las mujeres”, con más incertidumbre, más inseguridad y más violencia. Pero, también lo concluimos con mayor organización, con la certeza de que ya no nos quedaremos calladas, que sea como sea haremos lo que esté a nuestro alcance para decirles a quienes sufren violencia que “no están solas” y que seguiremos poniendo el cuerpo para demandar que “nos queremos vivas”, que “nos faltan las desaparecidas y que no pararemos hasta que las encontremos vivas”. Esos serán nuestros combustibles de 2021.