Ana Cofiño / La Cuerda

Las pantallas nos han chupado el seso a la mayoría de la gente. En cualquier lugar, casi todo el tiempo de vigilia, personas jóvenes y viejas andan con la vista clavada en su celular, y/o con audífonos en los oídos. Cada vez menos transitan por las calles libres de una voz que les dicta hacia dónde dirigirse. El turismo se hace a través de cámaras, de aplicaciones que dicen qué hacer, cómo ir, qué comer. La sofisticación es tan grande que de antemano podemos saber cómo es el camino que aún no emprendemos. ¡Y las fotos! Los paisajes o los sucesos no se observan y sienten en toda su dimensión, sino que se filman o captan con lentes, micrófonos y programas capaces de transformar los objetos o sujetos en alteridades virtuales.

Nada nuevo estoy diciendo. Pero sí evidenciando cómo la adicción a esos artículos de enajenación nos aleja cada vez más de actividades y relaciones consideradas nutricias para el bienestar personal y colectivo, como son las artes, los encuentros, la lectura. Esa cultura hipercomunicada nos separa como seres humanos, destruye costumbres y hábitos de cohesión social, de la conversación, el intercambio, la comunicación personal. 

A mí lo que me preocupa, como a mucha gente del gremio librero, es que la lectura parece estar en desuso, los libros impresos se están quedando atrás, los textos virtuales, la inteligencia artificial, la información inútil o falsa han inundado nuestros tiempos, espacios y mentes, de forma que ya no desarrollamos el gusto por la lectura, por los libros que nos abren hacia mundos diferentes, que nos llevan a imaginar y crear nuestros propios sueños y que conforman nuestra historia y nuestro ser.

Poco es lo que se puede decir sobre los libros cuando ya se ha dicho tanto. Lo que sí es cierto es que son peldaños en nuestro recorrido vital, son parte constitutiva de lo que pensamos y somos. Se crece leyendo, en la lectura encontramos claves, señales que nos permiten andar por los laberintos y desarrollarnos. Nuestras opiniones, nuestras fantasías, las capacidades inherentes se potencian con la lectura, con esos viajes a través de las palabras que nos transportan por la imaginación.

Guatemala es una sociedad a la que se le ha despojado de su capacidad lectora con el fin de mantenerla en condición de sumisión. Primero, imponiendo el monolingüismo oficial excluyente; segundo, institucionalizando el analfabetismo como forma de dominación; tercero, convirtiendo los libros en objetos suntuarios de difícil acceso para la población. Si a eso le agregamos las distintas formas de censura históricas, la prevalencia de una cultura conservadora y mediocre, la despolitización de la cultura, entendemos que eso ha provocado que la lectura de libros, la crítica literaria y la posibilidad de compartirlos sean prácticas marginales y olvidadas. 

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A pesar de dicho panorama adverso, sobreviven en el mundo ─y Guatemala es un buen ejemplo─ tribus de lectoras y lectores, estudiantes, intelectuales, poetas, artistas que cultivamos y cosechamos libros con fruición y empeño. Entre bibliotecarias, libreras, editoras, divulgadoras y promotoras, y sobre todo destacadas escritoras, logramos que se publiquen libros que contribuyen al enriquecimiento de nuestros saberes y al mejoramiento de la vida. 

La Feria del Libro de Guatemala, Filgua, es un espacio cultural y social extraordinario en el que se ofrece al público la variedad de libros que hacemos en el país, así como lo que editoriales extranjeras importan hacia acá, además de las actividades programadas para personas de todas las edades, reflejo de una producción pujante que no ha cesado de traer al mundo cantidades de títulos que nos invitan a leerlos. Entre los días 4 y 14 de julio, en el Fórum Majadas de zona 11, las familias y amistades podrán encontrarse en un espacio que ofrece alimento para la mente y que invita a la reflexión y la creatividad. 

A la cultura dominante no le conviene que conozcamos lo que la cuestiona o la pone en duda. La hegemonía tiende círculos cerrados en torno al pensamiento a través del miedo y las creencias religiosas; el sistema evita que la población tome conciencia de sí y de su entorno. Nos quiere embobados ante programas construidos para impedirnos discernir y actuar. 

Por eso digo que leer es un gesto de rebeldía, porque de esta manera manifestamos nuestra esperanza de cambios, porque leyendo fortalecemos nuestras potencias, nuestros deseos, nuestros anhelos. Leer nos libera, nos abre los ojos y el corazón. Nos da herramientas para comprendernos. Leer nos estimula, agita nuestras emociones, nos acerca a la humanidad. 

El poder subversivo del libro radica en los efectos que provoca en todas las vidas. En ellos encontramos personajes inolvidables que nos inspiran para avivar las llamas de aquello que nos hace vibrar; descripciones maravillosas que nos conmueven, imágenes absolutamente creíbles que nos retratan. Respuestas claras y puntuales. Todo eso y mucho más. 

Si algo me es imprescindible en la vida son los libros. Son mis fortalezas, mis tablas de salvación. Mis remedios y mis aventuras. Estoy convencida de que la lectura es una acción política que nos permite convertirnos en sujetas, es decir en personas conscientes que luchan por un mundo mejor.