Ivonne Solórzano Castillo / Mujer, madre de Carlos y Alejandra, ex militante guerrillera

Fotografía: https://docsdf.wordpress.com/tag/guerrilla-guatemala/

Hace 10 años tuve la gran oportunidad de entrevistar a ex combatientes de la guerrilla guatemalteca para comprender el devenir del sujeto político a partir de su experiencia guerrillera; me interesaba saber qué tanto de ese devenir estuvo mediado por el género y cuáles fueron sus motivaciones para incorporarse a la guerrilla.1

Durante las entrevistas, la mayoría hizo alusión al contexto de la época, un Estado represivo que se ensañó con la población y el movimiento popular a finales de los años 70, las condiciones de pobreza y exclusión, la migración interna hacia zonas fronterizas -Ixcán, por ejemplo- para poder optar a tierra, por mencionar algunas.

Los testimonios aportaron que la diversidad de motivos para la incorporación, estaban vinculados a ese contexto de represión y exclusión, por tanto, sus motivaciones no necesariamente estaban diferenciadas por género. Ellas y ellos decidieron ir a la montaña para sobrevivir a la represión del ejército; o bien, se incorporaron por trayectoria familiar, por condiciones precarias de vida o por convicción. Y, aunque la convicción fuese la motivación menos mencionada para ir a la montaña, sí lo fue para mantenerse en los frentes guerrilleros durante años o décadas.

Una compañera compartió que se unió a la guerrilla porque a su esposo lo desaparecieron y ella no quería quedarse sola con sus hijos y embarazada en la aldea, pensó que ahí encontraría a toda su familia. Luego de un tiempo, una de sus primeras tareas fue la de correo, descubrió que podía ubicarse bien y lograba caminar lo suficientemente rápido y con agilidad para que los mensajes llegaran a tiempo. En la montaña su bebé murió. Entonces, ¿por qué quedarse? La respuesta de Beatriz me impactó:

Ahí recibíamos formación política, en una de las charlas me preguntaron “¿Usted qué piensa compañera?” y me di cuenta de que era la primera vez que alguien me pedía mi opinión, era la primera vez que a alguien le interesaba lo que yo pensara… En ese momento me sentí persona…

Las mujeres, sobre todo aquellas que provenían de contextos familiares o comunitarios más rurales y/o conservadores encontraron en la guerrilla la posibilidad de cambiar el destino que tenían trazado y dar un “salto de calidad” al ser conscientes que podían asumir tareas, aportar y decidir mantenerse como militantes guerrilleras; su experiencia ahí también les permitió encontrar un “sentido de trascendencia” al ser parte de un proyecto político que buscaba cambios en el sistema y la sociedad.

Las tareas que se les asignaban en la guerrilla superaban las del trabajo doméstico; recibieron entrenamiento militar, aprendieron a ser radio escuchas y manejar equipo de radio comunicación, cifrar y descifrar mensajes, brindar servicios médicos, ser parte de los equipos de seguridad, administrar la logística no bélica, combatir en unidades militares, participar en formación política o ser “correos” (mensajeras/os) entre campamentos guerrilleros.

“Interesante luchar en la montaña como mujer, ahí le enseñan a uno su capacidad… Yo no hablaba español, solo mam… cuando fui a la montaña ya era otra vida, llegué a dirigir una escuadra de siete personas. Mantenerme en la lucha me dio más vida, más alegría. La lucha abrió camino para las mujeres y para que haya más organizaciones de mujeres”.

Un compañero afirmó que, aunque se buscaba igualdad entre mujeres y hombres, hubo notorias diferencias pues los altos mandos o puestos donde se tomaban decisiones, pocos eran asignados a mujeres. Otra compañera reconoció que no dio tiempo para profundizar en “nuestras propias demandas” y la lucha por la equidad quedó supeditada al avance de la lucha de clases. En ese medio, ellas debían demostrar que podían asumir los retos que se imponían.

“Las mujeres éramos muy decididas, pero nuestro carácter tiene que transformarse, no puede ser suave, tiene que imponerse a la dureza del combate”.

En esa experiencia, ellas vivieron tensiones entre identidades como la de militante y la de madre. Esto es, muchas de ellas siendo militantes guerrilleras debieron decidir entre dejar a sus hijas(os) para mantenerse en la montaña y cumplir con sus tareas de militancia; o renunciar a su tiempo allá y a su militancia para poder quedarse con sus hijas(os). Quienes decidieron mantener ambas identidades -mamá y militante- pagaron un precio alto, una compañera compartió que al decidir quedarse con sus hijos, vivía esa tensión.

“Me sentía media mamá y media militante… sentía que los colocaba en una situación de riesgo por la tarea que tenía y tampoco es que pudiera estar permanentemente con ellos”.

Pero al preguntarles si valió la pena, todas respondieron, sin dudar, que sí, es lo que éticamente debían hacer, que su aporte en la lucha revolucionaria permitió avances para todas; resaltan que “no éramos bélicos, la guerra se nos impuso”. Recuerdan con cariño y admiración su vida en la montaña, la solidaridad, la vida en el colectivo, y sienten el compromiso de seguir luchando ahora, desde otros espacios, defendiendo el territorio y los recursos naturales, los derechos de los pueblos y los de las mujeres. 

Fotografía: Mujeres combatientes de las FAR en la selva del Petén en 1982 – kaosenlared.net Laura Solé

  1. Gracias al apoyo de estas mujeres y hombres recopilé 120 horas de testimonios de 37 ex combatientes de la guerrilla guatemalteca, mujeres y hombres – de base, cuadros medios y dirigencia- que se incorporaron a frentes de “la montaña” antes de 1985. Este artículo incluye una pequeñísima parte de esas voces guerrilleras que tan amablemente brindaron su perspectiva sobre mi pregunta de investigación. Agradezco su generosidad y la confianza que depositaron en mí.