Ana Silvia Monzón / Socióloga feminista

A las puertas del bicentenario de un hecho que marcó la vida de los habitantes de las provincias que constituían el Reino de Guatemala, es válido preguntarnos si esto es motivo de celebración, de conmemoración, de rechazo o de una profunda reflexión, porque, guardando las distancias, aún permanece el sustrato cultural, social, político y económico del ominoso sistema colonial que pretende seguir manteniendo un entramado de poder caracterizado por desigualdad, opresión, marginación, racismo, machismo y despojo, particularmente de los pueblos originarios, así como de la mayoría de las mujeres.

Hace más de dos siglos, la vida en este territorio transcurría entre el ideal de la patria del criollo, las fincas encomenderas, una iglesia opresora, un rígido sistema de castas, y un entramado de poderes cuyo centro político era una Corona en decadencia; y su centro económico, la explotación de los pueblos indígenas, mujeres y hombres sobre quienes pesaba el mandato del trabajo forzado, y de los infames tributos, sumado a un férreo control de sus cuerpos y sus vidas.

Era un momento de grandes cambios, pero también de contradicciones políticas, sociales y económicas, a nivel mundial. Mientras Inglaterra y otros países europeos presumían de ser muy civilizados, continuaban con el infame negocio esclavista, y el de la piratería, para llenar sus arcas privadas y reales. Se aceleraba la revolución industrial y  emergían las fábricas, que requerían mano de obra disciplinada. Proletarios y ciudadanos para apuntalar el régimen de una democracia más formal que real. El feudalismo estaba en su ocaso, mientras el capitalismo se imponía de manera brutal, en detrimento de los pueblos sometidos al coloniaje, de millones de seres esclavizados, y de las mujeres, como revela Silvia Federici en su libro Calibán y la bruja.

Resonaban los ecos de dos hitos en el siglo XVIII, en aras de construir la república como régimen político: la independencia de Estados Unidos del poder británico, en 1776, y la Revolución Francesa en 1789. Ambos con un alto costo de vidas.  Las consignas de libertad, igualdad y fraternidad, pacto patriarcal excluyente de las mujeres, y racial excluyente de “negros e indígenas”, llegaron por diversas vías a este lado del mundo, aunque sólo se comentaban en voz baja en ciertos círculos, criollos y liberales, donde eventualmente participaron mujeres, como María Josefa García Granados, de familia aristocrática y  escritora de sátira política,  algo poco usual en la época; y Dolores Bedoya, quien sustentaba ideas ilustradas, vinculada a la política por medio de sus hermanos, esposo e hijos. La historia   asignó a Dolores un papel, si bien no protagónico, en la narrativa del acto de Independencia del 15 de septiembre de 1821.

La historia oficial la presenta como una gesta gloriosa, fue más bien un hecho incruento con un trasfondo económico, fraguado por las élites, aunque políticamente importante para la emergente burguesía de la región, encabezada por una red de familias que, desde la noche del tiempo colonial y aún en pleno siglo XXI, ha pretendido mantener su linaje, basado en el racismo y en la negación de la calidad de sujetos sociales, históricos y políticos de indígenas, afrodescendientes y de las mujeres.

Para ejercer ese poder se ha valido del Estado, de las leyes e instituciones, y ha impuesto un discurso que oculta sistemáticamente el papel y los aportes de otras actoras y actores en la dinámica de esta sociedad. Ha invisibilizado, por ejemplo, la resistencia tenaz de los pueblos indígenas, que paulatinamente se va develando, como apunta Severo Martínez (2011) en el libro Motines de indios, y la investigadora Aura Cúmes en su texto Mujeres mayas, de ayer, de hoy y de siempre (2018).

Siempre hubo mujeres

Entre otras mujeres destaca Felipa Soc, esposa del líder Atanasio Tzul a quien acompañó en la lucha contra el pago de tributos en 1820, o Francisca Ixcaptá quien, en 1814, le arrebató la vara de la justicia a un alguacil español y por eso fue severamente castigada. Ellas, y muchas mujeres indígenas más protagonizaron actos de rebeldía como María Típas o Micaela Pérez, en el siglo XVIII, desafiaron ese orden infausto y pagaron por esa osadía.

En este devenir también es innegable el mestizaje, que se enfoca en la construcción de lo ladino, obviando otras mixturas que imprimen una mayor complejidad identitaria a esta sociedad que, a dos siglos de distancia, continúa sin reconocerse, sin superar el racismo estructural y la sujeción económica que perpetúan la violencia sexual, física, económica, simbólica, epistémica e institucional, como una constante en esta historia.

En el período postindependentista si bien se observaron cambios, estos fueron imperceptibles, prevalecieron “las circunstancias sociales colonizantes…donde el criollo y aún el mestizo continuaron como explotadores (…) de las grandes masas indígenas, y donde el hombre es el eje en torno al que gira ese sistema económico-social que impuso el patrón de una cultura dominadora -copia intensificada de todos los patriarcados de la tierra-, los indígenas y la mujer quedaron sojuzgados por aquel predominio y al margen casi absoluto de sus privilegios, sobre todo en lo concerniente a la educación”, como dijo la escritora Luz Méndez De la Vega.1

Dos siglos después, se observan hilos de continuidad que, no sin tensión y resistencia, buscan mantener un entramado de poder que cosifica los cuerpos de las mujeres, sobre todo indígenas, ladinas pobres y afrodescendientes, que les niegan derechos, que las excluyen de la política y del ámbito público, que descalifican su palabra y desautorizan sus aportes. Que pretenden, en virtud de leyes oprobiosas y de una religión cristiana, menos católica pero igualmente conservadora, que ellas permanezcan sujetas a sus parejas, soportando vejámenes que en ocasiones las llevan a la muerte, como si el tiempo se hubiera detenido.

A la luz de esta situación ¿conmemoramos? ¿celebramos? Una fecha vacía de contenido libertario, que hasta ahora solo tiene sentido para las élites ¿o nos decidimos por hacer una lectura crítica que permita tejer otro futuro?

 

_________________

1. Luz Méndez De la Vega, Poetisas desmitificadoras guatemaltecas. Tipografía Nacional. 1984.