Texto y fotografías: María Dolores Marroquín/La Cuerda

Ese fue el texto del cartelito que hice a propósito de la marcha del orgullo y visibilización de la diversidad sexual a finales de junio. Esa marcha me hizo pensar en la variedad de comprensiones que tenemos sobre este sistema que impone modelos de vida y hace que una buena parte de la población tengamos que abanderar los cuerpos y las sexualidades como ruta de acción política.

Para algunas personas es más obvia esta politización, porque la incomodidad de sentirse atrapada en una jaula que homogeiniza, pasa por la propia vida. No me refiero sólo a la población que se identifica como parte de la diversidad o de las disidencias sexuales, sino a quienes cuestionan los deseos, la belleza y sus mandatos estéticos, relacionales y espirituales. 

Hay muchas personas que, de alguna manera, cuestionan el mandato que jerarquiza las relaciones, impone con el pensamiento único y dicotómico a la vez, esas relaciones que se sustentan en la sumisión, la obediencia, el despojo, a la vez que hay una enajenación del ser propio.

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Para una buena parte de la comunidad LGTBI+, la marcha del orgullo es la posibilidad de ser, de no esconderse, de vivir en plenitud, de celebración de la vida y esa es una manera de politizar. Sin discursos que cuestionen a profundidad los mandatos y las instituciones, que generan la concepción de que lo que no es heterosexual es enfermo, perverso o anormal, porque no le sirve a este sistema de acumulación de capital. Porque el capital como mínimo necesita dos cosas: relaciones que se reproduzcan biológicamente para dar más fuerza de trabajo; y cuerpos/mentes/espíritus sometidos al mercado y sus instituciones privatizadoras del cuidado y reproductoras de los mecanismos que disciplinan de forma violenta.

Entonces, como mínimo, vemos dos grandes narrativas: por un lado, las de la diversidad sexual que piden y desean su incorporación en el mundo «normal», el que da derechos de propiedad privada, que reconoce el matrimonio como base de la sociedad y que se abre a la posibilidad de ser asumido como sujeto de consumo y explotable. Y por otro, el discurso de la disidencia sexual, que explica el origen de las opresiones y que plantea la necesidad de comprender que romper con la norma heterosexual, no sólo se trata de reconocer el gusto por prácticas sexuales que se salen del mandato de la reproducción, sino que, de romper con los mecanismos que nos colocan como peones funcionales en el tablero de la mercantilización de la vida.

 

 Mi cartelito llamó la atención; algunas personas me preguntaron qué relación hay entre el genocidio en Palestina y el orgullo que se reivindica en esta fecha y me detuve a compartir mi reflexión. El sionismo está cometiendo un genocidio en territorio palestino y uno de sus argumentos es que el Estado israelí sí está a favor de la diversidad sexual, y que, como supuestamente la sociedad palestina no respeta esta identidad, existe justificación para su exterminio. 

De allí que, comprendiendo que todo está estrechamente relacionado, que los cuerpos y las vidas no pueden ser completamente libres, si hay dominación de cualquier tipo sobre cualquiera de los elementos de la red de la vida, mi conclusión es que, mientras haya violencia y genocidio en cualquier parte del planeta, no puede haber posibilidad de sentir completo orgullo de pertenecer a esta raza humana empujada a la autodestrucción por el deseo de acumulación.