Anabella Acevedo

Cuando pensamos en la “emancipación” algunos términos que se nos vienen a la mente son “independencia, liberación, autonomía, soberanía”. Y cuando examinamos los contrarios, palabras como “dependencia, esclavitud, servidumbre” son las que resuenan, lastiman y enojan; las relacionamos con un pasado histórico y a menudo las relegamos a espacios políticos y del derecho, pero la autonomía tiene implicaciones importantes a nivel existencial, en donde se convierte en un imperativo.

Sabemos que la emancipación se refiere a las acciones que como personas nos permiten acceder a un estado de libertad en relación con alguna autoridad, como sucedió con la emancipación de las colonias al momento de acceder a su independencia, o cuando un país, nación o territorio rompe sus vínculos de dependencia política y administrativa frente a otro Estado, con el objeto de conseguir la autonomía para gobernarse y administrarse. En el derecho contemporáneo, el término se usa en el sentido de atribución a un menor de edad por parte de sus padres o tutores la totalidad, que normalmente llega con la mayoría de edad, pero para muchas –especialmente las mujeres o los y las sujetas consideradas como “subalternas”- la mayoría de edad es una conquista.

Sin embargo, hay otras experiencias de la emancipación y por ende de la colonialidad- que deberían preocuparnos más, algunas de ellas manifestadas de maneras apenas perceptibles, en pequeños y cotidianos actos de esclavitud, que nos cuesta reconocer, pero que nos mantienen en cárceles intangibles. En los últimos años se ha reflexionado mucho acerca de la colonialidad del poder, de la colonialidad del saber, pero son los procesos de descolonialidad del ser en los que deberíamos colocar gran parte de nuestra reflexión.

En el caso de las mujeres esto ha supuesto grandes y largas luchas que iniciaron con los movimientos sufragistas pero que han ido avanzando a otros terrenos: la conquista del cuerpo, del poder de decisión, de la voz, han sido y siguen siendo búsquedas de una autonomía fundamental para una vida digna, plena y feliz. En la poesía guatemalteca la experiencia de la emancipación ha sido clara y contundente, y han sido voces como las de Pepita García Granados, Luz Méndez de la Vega. Ana María Rodas, Margarita Carrera, Aída Toledo y tantas otras las que han abierto el camino, recorrido cada vez con más determinación y valentía, y que han usado la escritura como un ejercicio de liberación y búsqueda. La muestra que se presenta en este espacio es breve en extensión, pero potente en su poder.

Certeza

Escribo abortando el miedo

fecundando la esperanza

desde este cuerpo de mujer.

Escribo

trascendiendo el desarraigo y la violencia.

Escribo

vestida de alegría y rebeldía

desde el deseo de ser

quien quiero ser.

(Dorotea Gómez Grijalva)

Historia

Me equivoqué sobre esta historia,

nuestra historia.

No es para tus ojos,

aunque esté llena de ti.

Pasé noches escribiéndola,

sudándola

temblándola

muriéndome en ella,

negándole

y negándome.

Pasé noches

muy sola y muy lejos,

muy joven,

con mis amigos los libros,

mi maestra la tele,

mi castigo el tiempo,

porque así lo quisieron.

Porque cuando pedí la boya,

me recluyeron a la esquina del estanque,

donde me hundí

en mi ardiente deseo

por odiarte.

Tú eras la roca

que me amarraba ahí,

debajo del agua.

Pero soy necia,

como mis indomables greñas,

como mi apellido,

como la ignorada sabiduría de mis abuelas,

y renuncio a morir una vez más,

eso te compete a ti.

Por eso te mato

en esta historia.

Por eso muere el inocente,

el altruista,

el misericordioso y devoto,

el amante de los indeseables,

defensor de la caridad,

rey de la verdad.

Muere el callado,

el sufrido,

el traicionado,

el ofendido,

el incriminado,

el perdonado.

Nace el violador,

nace Francis.

Me equivoqué sobre esta historia,

mi historia.

(Zayda Noriega, 2020)

Las desobedientes

Vieron siempre de frente

no pusieron la otra mejilla

transgredieron cada mandato

-sobre todo patriarcal-

Hablaron cuando las mandaron a callar

Escribieron, como Olympia De Gouges,

a pesar de la represión paternal

Comieron siempre del fruto prohibido

idearon su propio lenguaje

amaron y des-amaron

tuvieron hijos

porque así lo decidieron

realizaron descubrimientos

para facilitar la vida a la humanidad

desde articular la palabra

al baño María

desde la agricultura

al cálculo matemático

para ir al espacio sideral

Inventaron canciones de cuna

los abrazos amorosos

la sopa caliente

la hora de la merienda

las galletitas de sabores

el chocolate humeante

el pan remojado en el café

el dulce de leche

la hora del cuento

Miles de detalles

sin los cuales nadie tendría felicidad

Las desobedientes

son todas las ancestras

cuyos nombres apenas se están develando

filósofas, escribas, astrónomas, matemáticas

músicas, pintoras, escultoras, artistas

sanadoras, parteras, y miles de oficios más

pero también cada cuidadora y nutricia

que desafió el dictado de los padres

que la letra “con sangre entra”

que los niños no lloran

que está bien maltratar

En esta historia del mundo patriarcal

por cada desobediente

hay cien que siguen al pie de la letra

la orden, el deseo de alguien más

que reprime sus propios deseos

y que alimenta con su silencio

o complicidad

este sistema de iniquidad

(Ana Silvia Monzón, 2019)

Saber qué hacer

Mi clítoris y yo

Ya sabemos qué hacer

No la toques

No la frotes

Si no sabes

Complacer

A dos mujeres a la vez

(Ana Grace Alfaro)