Lucía Escobar / Periodista guatemalteca

Esta es la segunda de una serie de tres crónicas sobre el reciclaje inclusivo en Guatemala.  Livia Madrid y otras recicladoras se organizan para lograr mejores condiciones de vida.   

Al menos 2 millones de personas recicladoras en Latinoamérica rebuscan en lo que otras consideramos basura, según Latitud R.

En Guatemala no hay datos confiables sobre el trabajo de las y los basureros, pepenadores, guajeros, recolectores, recogedores, recicladores, piqueteros, cartoneros, separadores, segregadores, acopiadores, clasificadores. No importa cómo les llamen, su quehacer es un trabajo, y su labor es fundamental para luchar contra la aceleración del cambio climático porque convierten la basura en dinero, alargan el tiempo útil de las cosas y de los basureros y limpian el ambiente. A pesar de su importancia en la sociedad, no se les reconoce en el Código de Trabajo y muchas veces se les discrimina y desvaloriza.

Livia Madrid tiene 26 años y desde los 4, trabaja juntando materiales para venderlos. Ella y toda su familia han vivido de esto durante décadas. Es un oficio que se aprende de generación en generación. Con solo tocar una bolsa negra, Livia es capaz de adivinar qué tipo de materiales tiene adentro y si vale la pena abrirla o no. Durante estos días la he visto trabajar, reciclar, organizar, preocuparse y gestionar reuniones con alcaldes e ingenieros para mejorar las condiciones de trabajo de ella, así como de sus compañeras y compañeros recicladores.

Livia trabaja más de 8 horas diarias para juntar material de venta. Colabora con la muni de Antigua separando el orgánico. Fotografía: Oliver de Ros.

Las leyes y una vida reciclando

Cuando Livia nació en 1996, habían pasado 10 años desde que se aprobó el Decreto 68-86, Ley de protección y mejoramiento del medio ambiente, el primer intento de legislar en pro del equilibrio ecológico, mismo que no tuvo muchas consecuencias reales en el país porque su contenido no se cumplió a cabalidad. Creció en un hogar con limitaciones económicas y básicamente se hizo cargo de ella misma desde muy temprana edad.

Los ojos de Livia brillan cuando recuerda que a los 4 o 5 años vendió su primera libra de chatarra. La imagino caminando junto a su padre a la orilla de la carretera recogiendo latas y botellas, apachándolas y metiéndolas en su mochila. Su papá la dejó quedarse con los Q.2.25 que le dieron, y se lo fue a gastar todo en chucherías. Desde ese día, jamás volvió a pedirle dinero. Todo se lo ha pagado solita con lo que junta en la calle o en los vertederos. El año que Livia hizo su primer reciclaje, se creó el Decreto 90-2000 que dio vida al  Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN).  Dos años después, con la aprobación del Decreto 12-2002, se creó el Código Municipal, que en su artículo 68, otorga responsabilidad a las municipalidades en la recolección, tratamiento, disposición de desechos sólidos, limpieza y ornato.

Para entonces, Livia tenía 6 años y ya viajaba sola desde una aldea de la periferia a La Antigua Guatemala para cargar bultos en el mercado y sacar la basura a cambio de unos centavos. Ella siempre registraba las bolsas y encontraba algo para vender o comer.  Mientras que Livia cumplía 8 años y le diagnosticaban desnutrición, en Guatemala se creaba la Comisión Nacional para el Manejo de los Desechos Sólidos.   Un año después comenzó a debatirse la Política Nacional para el Manejo Integral de los Residuos y Desechos Sólidos (PNMIRDS), un documento que no hace una sola mención sobre las personas recicladoras que, cómo ella, ya hacían ese trabajo.

“Nosotros estábamos básicamente en el olvido. No había ninguna escuela cerca y no teníamos dónde estudiar, aunque tuve un maestro que siempre me motivó y nos conseguía becas o útiles escolares”, señala. Livia recuerda que pesaba apenas 43 libras a los 9 años pero aguantaba mucho peso. “A veces no tenía para comer, pero no me puedo quejar porque entonces me iba al basurero. Cuando llegaban los camiones a tirar los desechos de La Bodegona (un supermercado local) y de Pollo Campero todos estábamos felices. Encontrábamos latas por vencer, hamburguesas y desperdicios ¡pero no huesitos, pechugonas casi enteras!”, recuerda con alegría.

En el 2010, se aprobó la  Ley para la gestión y manejo integral de los residuos y desechos. Un año difícil para Livia porque su papá se fue preso y tuvo que hacerse cargo de su hermanito. Tenía 14 años, un novio mayor que ella y había escapado de la violencia muchas veces: intentos de secuestro, de violación, robos y persecuciones policíacas.

Livia cumplió 19 años cuando se creó el Acuerdo Gubernativo 281-2015 que puso en vigencia  la Política Nacional para la Gestión Integral de Residuos y Desechos Sólidos, cuya única mención al trabajo de las y los recicladores está explicado en sus objetivos donde se explica que se debe “propiciar la generación de fuentes de empleo digno con equidad de género y multiculturalidad a través de la gestión integral de los residuos y desechos sólidos de forma sostenible”. Seis años se tardaron en elaborar el reglamento de dicha política, tiempo en el cual Livia dejó los básicos,  tuvo 2 hijas y volvió a estudiar tercero básico.

Fotografía: Lucía Escobar

“Desde que entré al colegio siempre fui abanderada. No se cómo quedé embarazada si hasta decían que yo era lesbiana porque no dejaba que se me acercaran los hombres. No es que no me gustaran, pero es que yo me comportaba cómo quería y no era sumisa.  Me gustaba el boxeo, no jugaba muñecas sino tazos, perinola, cincos y fútbol”, recuerda.  Livia se iba al vertedero, que en ese tiempo quedaba en San Luis Las Carretas (Pastores, Sacatepéquez), era un barranco donde se acumulaba la basura y luego le echaban gasolina para reducirla y encontrar los materiales valiosos. Trabajar en esas condiciones era difícil, no tenían donde conseguir agua y para refugiarse del sol y de la lluvia, improvisaban una champita. “A veces hasta lo poco que quedaba en las botellas de plástico de agua se lo tomaba uno porque no había de otra, si no uno se deshidrataba. Sufríamos a mediodía el calor y cuando llovía, el frío”, comenta.

Durante esos años, Livia trabajaba para su actual suegra, Sebastiana Morales de 56 años, quién recuerda: “Estaba chiquito mi nene cuando murió el papá, y entonces me quedé sola: empecé con plástico, aceite y champú.  Hasta llantas nos compraban, aceite de comida, aceite de carro, lata, aluminio. Venía un señor de la zona 3 a traer todo eso”. Trabajó muchos años en el vertedero El Choconal, pero de un día para otro el alcalde de ese entonces la sacó. “Cómo ocho días me dejaron sin trabajo. Todo mi material lo tiraron, tenía 15 jumbos y todo se fue al camión. Ese día sí lloré, perdí todo”, recuerda casi al borde de las lágrimas. “Le dijeron que tenía un día para sacar todas sus cosas. En ese momento no sabíamos que existía esa ley de que si nos sacaban del vertedero la muni tenía que decirnos a dónde movernos y tomarnos en cuenta ”, reflexiona su nuera a quién también han estafado muchas veces.

La vida en las calles y en los vertederos es dura. A doña Sebastiana le han sacado armas, le han dado cheques sin fondos, le han robado la venta del material. Se entristece mientras recuerda cuando tuvo 2 carros para su reciclaje, pero tuvo que venderlos para evitar la extorsión: “Me han pasado tantas cosas. Querían que yo les pasara Q5 mil semanales. Dijo el hombre que, si no le daba ese pisto, me iba a quitar a uno de mis hijos, yo por eso me deshice de los carros. Me escondí un mes para que la gente se largara, ¡imagínese un mes sin trabajar!”.

Las personas del mercado pueden ir a dejar sus desechos aquí. Fotografía: Oliver de Ros

En el 2021 Livia cumplió 25 años  y dejó de estudiar cuando le faltaba muy poco para graduarse de perito contador, sentía que no aprendía con las clases en línea y que le costaba más entender (había llegado la pandemia del Covid-19). Ese año finalmente en Guatemala se aprobó el Acuerdo Gubernativo 164- 2021 o Reglamento para la Gestión Integral de Residuos y Desechos Sólidos, una ley que cambió la vida de la recicladora.  El acuerdo establece normas técnicas, sanitarias y ambientales que buscan reducir la contaminación. Además, obliga a todas las municipalidades del país a elaborar planes para gestionar adecuadamente la basura.  Entre otras cosas, la ley da dos años para que la población saque sus desechos separados en orgánico e inorgánico. La norma no contempla ni un solo artículo a quienes dedican sus días al reciclaje de la basura, ignorando el trabajo que durante décadas han realizado por el medio ambiente, ya que alargan la vida útil de los productos y de los basureros, evitan que los desechos llegue a los mares y océanos, contribuyen al trabajo de las municipalidades y activan la economía circular.

La pandemia de Covid-19

“Desde que empezó la pandemia aparecieron un montón de regulaciones y empezó a ser menos eficiente trabajar como recicladores. No teníamos para comer. Y además el plástico no se estaba vendiendo. Vendíamos a Q60 el quintal y eso no salía. Compraban tan barato porque la gente casi no bajaba al vertedero”, recuerda Livia. “Un día nos dijeron que había una organización  (Red Lacre) que nos iba a regalar víveres. Festejamos, estábamos bien felices”, comenta.

La Red Lacre es una organización que integra y representa a personas recicladoras de base del continente, con delegados en 17 países que luchan por generar mejores condiciones para la inclusión económica, social y ambiental de sus asociados quienes viven de recolectar, seleccionar y recuperar residuos reciclables para aprovecharlos.  Ser parte de esto, le ha dado a Livia otra perspectiva sobre la forma en la que debe exigir sus derechos. Ahora sacó su pasaporte con la idea de viajar a Colombia para aprender cómo se trabaja allá. “Lo que me propongo lo tengo que conseguir sea como sea. No conozco ‘el no puedo’, siempre lo intento. Esa es una de mis características más fuertes”, cuenta esta lideresa que ha logrado superar muchas dificultades. De hecho, otro de sus planes, es terminar su carrera de perito contador.

De El Choconal al mercado

La municipalidad de Antigua Guatemala decidió organizar grupos. En el primer grupo está Livia y su familia y reciclan en un Centro de transferencia, ubicado en el mercado de Antigua Guatemala, un lugar bajo techo, con un baño y una mesita sencilla para comer.  Otros dos grupos continuaron en El Choconal, un basurero que se encuentra en un proceso de cierre técnico (ver crónica 3).

Tres hermanas que viven en la orilla de la carretera en la bajada de Las Cañas, narran: “Nosotras aquí sobrevivimos de esto porque no tenemos marido, tenemos hijos pequeños y ahora hay que pagar la escuela, son gastos duros para nosotros. Como uno cuando no está estudiado, así tiene que hacer.  Aquí solo podemos trabajar quince días sí, quince días no. A la quincena lo mucho que podemos hacer son  Q500”. Llevan trabajando allí desde los 12 años.  “A mi no me importaría trabajar para otros con tal de ganar bonito y tener un sueldo fijo”, explica Claudia Osorio, una de las tres hermanas.

La  falta de materiales es una queja constante en el Centro de Transferencias. Sebastiana Morales señala: “Ahora casi no se consigue lata porque todo lo agarran los de los camiones”.

Algunos son empleados municipales y reciben un sueldo y Bono 14 por hacer su trabajo, así que no creo que sea justo que agarren materiales”, añade  Livia, quien además detalla que “ahora se volvió mucho más injusto el basurero. Los nuevos supervisores son gente que tiene salario pero regañan por todo. Me recuerdo de una señora y sus dos hijas, yo crecí con ellas comiendo y buscando en el basurero y es difícil ver que ya ni las dejan entrar a buscar ahí. Ellos (los del camión y de la muni) no son recicladores, sólo buscan latas.  Me gustaría decirle a los supervisores que ellos no son dueños de la basura y que no nos pueden negar la entrada a buscar comida si de eso vivimos”.

¿Quién puede reciclar?

En la mayoría de los departamentos del país, las personas particulares pagan un servicio de extracción de basura que va desde Q.20  hasta Q.70 al mes. Los camiones son municipales y otros son de empresas privadas. “El dueño del camión y 1 o 2 más, son los que reciben paga, todos los demás que van a atrás no reciben nada, lo hacen sin condiciones laborales, sin equipo”, explica Gabriel Paniagua, encargado de la Dirección de Gestión Ambiental, DIGAM en Antigua Guatemala, en donde la recolección está a cargo de 7 camiones municipales y 22 privados que mueven unas 61.4 toneladas diarias.

“Los que van atrás del camión, a veces se les paga Q.20 diarios. Es por ello, que ahí mismo en el camión hacen una primera selección de valorizables; separan sobre todo latas, vidrio, cartón y plástico reciclable (PET), con ello se hacen un extra de ingresos.  Pero esta situación resulta a menudo en un conflicto de intereses (ya que hay empleados municipales y privados)”, comenta Paniagua, quien reconoce que quienes se dedican al reciclaje  son parte de la solución.

“Se debería hacer un convenio final con ellos para un manejo de residuos sólidos más integral y que tengan una labor más dignificada”, comenta Santiago Sicay, un técnico con mucha experiencia en la gestión de residuos sólidos y quien coincide en que las personas recicladoras son mano de obra calificada imprescindible para alargar la vida de los basureros. Gabriel Paniagua, por su parte, considera que la municipalidad podría o debería buscarles una garantía de mercado: “Viene Pepsi o Coca, vienen otros entes económicos y dicen ‘yo le compro el valorizable’, pero antes de poder comprarlo, que sean aliados de ellos, que los apoyen a organizarlos, que les den equipo. La basura contiene un 33% de valorizables y no todo eso se logra reciclar”.

En el centro de transferencia trabaja un grupo de recicladores que obtienen sus ganancias de la venta de cartón, lata y plásticos. Fotografía: Oliver de Ros

“Nosotros estamos haciendo el trabajo que ellos están rechazando. Ya que no pagan impuestos de la basura, aunque sea algo podrían ayudar a la gente, aunque sea la Nestlé o el Pollo Campero que se pongan la mano en la conciencia de cómo trabajamos nosotros”, comenta Livia desde el Centro de Transferencia en el mercado de La Antigua Guatemala, donde ha comenzado a separar los desechos orgánicos de los inorgánicos para la compostera municipal, aunque esto debería hacerse en las casas desde que se aprobó el reglamento 164-2021. Esta tarea le quita tiempo para juntar material vendible. “Deberían de recibir un sueldo justo de parte de las municipalidades por su trabajo de segregación, pesaje y recuperación de material. Y además deberían poder vender al mejor postor los materiales que recuperan”, dice la página oficial de Red Lacre.

¿Una mejor vida?

“Mi papá nunca ha parado de reciclar, a veces lo veo en la RN-14 juntando plástico con su carreta o en un costal. Y mis hermanitos se van con él a veces. Después pasa vendiendo la basura y regresa con las cosas que compra. Y me da tristeza ver a mis hermanitos porque yo a mis hijas no quisiera verlas así”, comenta Livia, quién a sus 26 años fue diagnosticada con una hernia y no cuenta con seguro para tratarla. Los problemas de salud que padece son debido al extenuante trabajo físico que ha realizado desde muy pequeña.

“El trabajo de las y los recicladores no asociados no es considerado trabajo, lo cual presenta los retos de una actividad insegura, incluyendo la persecución por parte de las autoridades y la falta de mecanismos sociales para su protección” afirma la Iniciativa Regional para el Reciclaje Inclusivo en su documento Género y reciclaje, herramientas para el diseño e implementación de proyectos, y afirma que esto da como resultado abusos, corrupción y explotación, pero cuando se encuentran asociados y asociadas, los mecanismos de protección son mayores y, además, en el trabajo asociativo hay una afirmación más enfática de la importancia del oficio.

Sebastiana y otras recicladoras, no van a dejar de salir diariamente a buscarse la vida, si no son latas, cartón, vidrio o PET lo que recojan, serán otras cosas.  “Yo consigo chamarras, perrajes, peluches y juguetes. Yo los lavo, les echo cloro y ya limpios, los vendo. Aquí (en el Centro de Transferencia) nosotros no tenemos problema, venimos a la hora que podemos, siempre nos dejan abierto, entramos a las 5 de la mañana a trabajar, o lo que sea hasta que juntamos lo que necesitamos”, comenta. A Sebastiana incluso le da tiempo y ganas para comprar con su dinero rosas y sembrarlas en el pequeño arriate con tierra que hay en su lugar de trabajo.  A veces ella y Livia también apartan comida y desperdicios para sus gatos, perros, gallinas y conejos que también cuidan en su casa.  Trabajar 10 horas diarias separando y reciclando no les quita tiempo para los demás.

Si ningún país de Latinoamérica recicla más del 15%  del material total de los desechos que bota a la basura, como dice la página de la Fundación Reciclaje Inclusivo, esto más que un problema representa una oportunidad para las personas recicladoras  que como Livia o Sebastiana, no tienen miedo de ensuciarse las manos.  Pero, sin el apoyo de las empresas y municipalidades, esto se hace cuesta arriba.

El Centro de Transferencia del Mercado de La Antigua Guatemala es una bodega a la que llegan los residuos sólidos que salen del barrido de las plazas y calles, así como de los basureros públicos que se encuentran en el casco urbano. Ahí también se depositan todos los desechos del mercado que son un 70% orgánicos. La municipalidad planea abrir otros cuatro en otros sectores de la Antigua.  Hay un grupo de personas recicladoras que separa, limpia y empaca materiales valorizables para vender.  

Los más recuperados

Lata. Entre Q.7.50 y Q5.50 la libra

PET. Q.2.15 la libra

Plástico duro. Q.090 centavos la libra

Chatarra Q.080 centavos la libra

Plástico verde Q.0.40 centavos la libra

Papel Q.0.40 centavos la libra

Vidrio Q.0.15 centavos la libra

Cartón Q.18 quintal

* Los precios son un aproximado de cuánto le pagan a los recicladores por su trabajo (junio 2022).

Los menos cotizados o reciclables

Duroport

Llantas

Tetrapack (o multicapas)

Muchos tipos de plástico delgados o de diferentes tipos de plástico.

Empaques de chuchería o laminados

Cds, bolsas de un solo uso, baterías, ropa, zapatos, rasuradoras, cepillos de dientes.

 

Este reportaje se realizó gracias a la beca de producción periodística sobre reciclaje inclusivo entregada por la Fundación Gabo y Latitud R.