Paula Irene del Cid Vargas/ La Cuerda

Cuando cuidamos los bosques contribuimos a mantener un entorno fresco; ayudamos a que  el agua de lluvia sea captada por los árboles, se filtre por el suelo y se recarguen los cuerpos de agua subterráneos, fundamentales para la generación de agua apta para el consumo humano y necesaria para los ciclos de vida; las masas boscosas absorben polución y ruido, así que al sostenerlas favorecemos a la limpieza del aire y resguardamos flora y fauna silvestre que forman parte del equilibrio del ecosistema de la zona. También ayudan a que nos recuperemos del estrés, ya que, al caminar por los bosques o verlos, estos nos brindan paz y tranquilidad. Es imposible calcular monetariamente su contribución a la vida a lo largo de la historia del planeta, por ello el valor financiero no debe ser un criterio fundamental para determinar el uso del suelo en el que se asientan.

En la 20 calle 14-70 de la zona 10 en Ciudad de Guatemala hay un bosque que tiene una hectárea de extensión, más de 200 años de existencia, con una gran biodiversidad de especies de flora y fauna nativa y migratoria. Un bosque que resguarda parte del Montículo La Culebra, monumento histórico de la época Maya sobre el cual se asentó el Acueducto de Pinula, utilizado para abastecer de agua la ciudad.

A pesar de que su legítimo dueño, don José Roberto de la Rosa Sánchez, declaró que no ha vendido el bosque y que su deseo es que se preserve como tal, se sabe de la intención de construir dos edificios de más de 500 apartamentos, lo que implicaría la destrucción del territorio. Como parte de los requisitos, ya aprobados, se presentó un deficiente estudio de impacto ambiental en el que no se declaran especies de fauna y flora de la zona, el estudio poblacional no corresponde al área del bosque, no plantea opciones y proyecta talar más del 99 por ciento del bosque.

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Los vecinos dicen que no se oponen a la construcción de <<vivienda vertical>>, pero es parte fundamental del problema.  Hemos visto cómo se está modificando el paisaje urbano con innumerables <<desarrollos>>, ratoneras carísimas. Los impulsores de esta forma de enriquecimiento encuentran vacíos legales y retuercen leyes, procedimientos e instrumentos para allanarse el camino de la acumulación de riqueza a corto plazo. Las evaluaciones de impacto ambiental son un ejemplo, son instrumentos que se diseñaron originalmente para brindar información sobre los posibles impactos de la intervención humana; tienen el propósito de brindar alternativas o incluso decidir la no intervención en determinados ecosistemas. Los convirtieron en un trámite y en negocio con el que se paga por escribir un documento que no visibiliza los impactos reales, tal es el caso del mediocre estudio presentado y aprobado por el Ministerio de Ambiente.

Es tiempo de que quienes habitamos la Ciudad de Guatemala participemos activamente en las decisiones, en los planes locales de ordenamiento territorial y que junto a la Municipalidad de Guatemala demos indicios de que nuestros criterios para tomar decisiones no estén basados únicamente en lo monetario. Nos urge a todas y todos, que se empiece a dar señales sobre los criterios urbanísticos que deben prevalecer en las políticas municipales: calidad de vida, formas de desplazamiento eficientes y dignos, acceso al agua potable, tranquilidad, aire puro y bienestar colectivo y lo estético.