Por: Laura E. Asturias & Anamaría Cofiño K.

 

Hablar de feminismo desde Guatemala podría sonar como hablar de los anillos de Saturno. Sin embargo, el feminismo –un movimiento originado en Europa y Norteamérica– llegó hace tiempo a nuestro país y es, aquí y ahora, una realidad concreta y presente. No es que hayamos importado ideologías extranjeras: las condiciones que a nivel mundial vivimos las mujeres nos han llevado, inexorablemente, a tomar conciencia de nuestra marginación. Por ello, las feministas guatemaltecas asumimos el desafío de estudiar, conocer y buscar las vías que encaminen a la sociedad hacia formas justas de convivencia.

Al igual que todo movimiento social, el feminismo se traduce en teoría, práctica y ética. Tiene particularidades y características propias en cada lugar y momento histórico. De ahí que se hable de diversas corrientes de feminismo: Ilustrado, Radical, Liberal, Socialista, Neofeminista y Posfeminista, por mencionar algunas. Estas vertientes, con todo y sus especificidades, han tenido como núcleo la lucha contra la opresión y la discriminación ejercidas sobre las mujeres.

Históricamente, el feminismo constituye un hito revolucionario al plantear cambios estructurales en el funcionamiento de la sociedad y en las relaciones humanas — en el ámbito familiar, a nivel laboral, en la participación política, en los espacios de la intimidad.

El feminismo, como práctica, emplea estrategias de lucha contra la opresión social, sin el uso de las armas. En este sentido, debe destacarse que se ha valido, desde su inicio, de la palabra y la voz de las mujeres como sus principales herramientas. A lo largo del presente siglo, el feminismo ha introducido nuevas formas de organización y asociación que facilitan una interlocución más efectiva, desde las propias actoras. Un ejemplo sobresaliente en la actualidad es la conformación de extensas redes especializadas de mujeres por medio del uso de la tecnología en las comunicaciones.

No ha sido éste un movimiento aislado. En el curso de su historia, el feminismo ha participado en iniciativas de apoyo a otros grupos sociales y es hoy un movimiento incluyente y abarcador. Nuestras demandas trascienden el núcleo feminista para involucrar en ellas a la humanidad, lo que se evidencia en la coincidencia con otras causas: las luchas contra la esclavitud, la opresión de clase, la discriminación basada en la orientación sexual, el deterioro ambiental…

El feminismo contemporáneo propone nuevas teorías y formas de pensar, analizar e interpretar la realidad. Desde la perspectiva de género, cuestiona los paradigmas tradicionalmente aceptados como verdades absolutas. Esto constituye un cambio profundo en el enfoque que se hace de la Ciencia, de la Historia y de la Filosofía, es decir, del Conocimiento.

El movimiento de mujeres ha sido una presencia constante a lo largo del siglo que está por terminar. Si rastreamos en la historia, encontramos mujeres que exigían el respeto a sus derechos y que lucharon por la igualdad desde el siglo XVII. Destaca, en esta época, Sor Juana Inés de la Cruz, quien, ante la imposibilidad de acceder a instrucción superior, se vio obligada a ingresar a un convento, desde donde escribió sus sabias reflexiones sobre su condición de mujer.

Los orígenes del feminismo están en el siglo XVIII. Entonces se cuestionaron los postulados de igualdad y universalidad de los derechos humanos. Se discutieron los paradigmas heredados del patriarcado, según los cuales las mujeres eran menos dotadas y capaces que los hombres para decidir y manejar sus vidas. Fue en este período cuando dieron inicio las luchas de las mujeres por su emancipación, organizadas en asociaciones de carácter público, exigiendo igualdad de derechos, sobre todo los relacionados con el acceso a la educación.

En décadas recientes, las feministas hemos hecho nuestra la tarea de recuperar la Historia de las Mujeres (lo que en inglés algunas denominan Herstory), al hacernos conscientes de que la historia oficial nos visibilizaba o, en el mejor de los casos, aparecíamos en ella como un cero a la izquierda. Desde esta perspectiva, el análisis histórico feminista subraya el papel de las mujeres, como conglomerado social, sin dejar de lado a aquéllas que marcaron una huella indeleble para que otras la siguiéramos.

En Francia, una singular precursora de la reivindicación de los derechos de las mujeres fue Olympe de Gouges (1748-1793), quien propuso a la Asamblea Nacional la «Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana», en la creencia de que los derechos que la Revolución Francesa había otorgado a los hombres, debían aplicarse también a las mujeres.

Dos siglos después de que De Gouges fuera decapitada por sus convicciones, continuamos exigiendo que se reconozca que nosotras, como mujeres, también tenemos derechos humanos.

En el siglo XX, las sufragistas son un símbolo emblemático de las luchas de las mujeres por plenos derechos políticos y civiles. Gracias a ellas, el derecho al voto se hizo realidad en Europa y Estados Unidos en los años veinte. En Guatemala, la ciudadanía se otorgó parcialmente con el derecho al voto para las mujeres alfabetas en 1945.

Para los feminismos contemporáneos, el tema del pleno ejercicio de la ciudadanía se ha venido estudiando a lo largo del siglo, tanto así que uno de los puntos de la agenda feminista guatemalteca es la discusión de la democracia genérica. Dentro de ésta, se abordan las cuotas de representación en las asociaciones políticas y los niveles de toma de decisiones; la inclusión de las demandas de las mujeres en los programas y proyectos políticos y, fundamentalmente, nuestra participación en el diseño, elaboración y ejecución de éstos, la cual se enmarca, más recientemente, en los Acuerdos de Paz suscritos en 1996.

Una de las luchas más importantes de las mujeres en el presente siglo es por el reconocimiento de los oficios domésticos como trabajo productivo, para lo cual fue necesario aceptar la maternidad como una función social y no como una actividad natural, individual y exclusiva de las mujeres. Es así como algunos Estados (entre los cuales es notoria la ausencia de los Estados Unidos) instituyen mecanismos que facilitan el ejercicio de dicha función: el derecho de las madres que trabajan fuera del hogar al goce de períodos pre- y postnatales, subvenciones gubernamentales, horarios especiales para lactancia materna y, en algunos países, el derecho del padre a ejercer la función parental primaria, con apoyo estatal.

Estos logros propiciaron cambios fundamentales en la estructura de la familia y en la condición de las mujeres, lo que a su vez llevó a un cuestionamiento de la dicotomía entre lo privado y lo público. A partir de ahí, las mujeres desempeñaron actividades extradomésticas, empezaron a ejercer su sexualidad con un mayor sentido de autonomía y vislumbraron la posibilidad de convertirse en personas independientes. Es así como surgen fenómenos tales como las familias monoparentales, los bajos índices de fecundidad, las uniones libres en sectores de población que por tradición recurrían al matrimonio, y el derecho de la mujer a ser propietaria de bienes y de no utilizar obligatoriamente el apellido del esposo.

Las mujeres somos conscientes de que algunos de estos cambios no han sido necesariamente favorables a nuestro género. Las leyes relacionadas con el divorcio y la manera como se aplican han representado, en muchos casos, una agudización de la pobreza femenina y el desamparo de niñas y niños ante la irresponsabilidad paterna. Asimismo, la posibilidad de las mujeres de acceder a un trabajo remunerado fuera del hogar no ha implicado que el marido asuma la cuota de participación que le corresponde en la crianza infantil. Es así como las mujeres continuamos sobrellevando una carga adicional de trabajo que hoy día se conoce como «doble jornada laboral”.

Por todo ello, el movimiento de mujeres en Guatemala lucha por una transformación profunda en las actitudes y las prácticas que sustentan las desigualdades basadas en las diferencias sexuales, étnicas, culturales, de edad y de clase.

Negar los beneficios y avances que el feminismo ha propiciado para la evolución humana es seguir defendiendo el sistema patriarcal, que tiene como bases la opresión, la dominación y la discriminación. No gozaríamos hoy las mujeres de mayores posibilidades de libertad y autonomía sin los esfuerzos de las heroicas feministas que nos abrieron brechas hacia nuestra emancipación. Y tampoco tendrían actualmente los hombres la alternativa de rechazar un modelo de vida y de convivencia que se les ha impuesto con el fin único de perpetuar principios que, si bien les favorecen como género, les truncan su crecimiento integral como seres humanos.