Los inicios de 2019 no reportaron novedad alguna con respecto a las acciones del Gobierno, relacionadas con avanzar en sus actuaciones fascistas y dar un portazo en la cara a cualquier aspiración de transformación social profunda y democrática.

Colocado en la dicotomía del gana/pierde, el ejecutivo, con una persona al frente, limitada en la comprensión política de su función como marioneta de otros intereses, ha jugado su papel de “entretenimiento” para cubrir los intereses reales de acumulación del poder económico nacional y transnacional. Esto, de la mano de acciones represivas que no son nuevas para el Estado de Guatemala. Al mismo tiempo, los medios masivos manejan la agenda noticiosa como si se tratara de un partido de futbol de “unos” contra “otros”. 

La coyuntura expresa un relato histórico de dominación patriarcal, neoliberal y colonial, pero la opinión pública sólo puede hacer conjeturas con los hilos que los medios proporcionan. Así las cosas, pareciera que el debate se agota en la presencia o ausencia de la CICIG, las decisiones de la Corte de Constitucionalidad, la Corte Suprema de Justicia y la convocatoria a un proceso electoral que estrena mecanismos, pero continúa montado en los rieles de las lógicas sistémicas que, más que a la “Democracia”, aún con sus limitaciones en este territorio, responden a las leyes de mercado.     

Mientras esto sucede, avanza el militarismo y la militarización, el poder de la impunidad retoma el control absoluto de algunas instituciones que habían logrado avanzar a pesar de la permanencia de los cuerpos represivos incrustados en el Estado, y los fundamentalismos religiosos se articulan con los poderes económicos, políticos y militares. 

Se ha intensificado la represión contra expresiones organizadas -en lo territorial, local y nacional- que rechazan el extractivismo y denuncian el despojo. Asimismo, opera  la misoginia, la transfobia, lesbofobia y homofobia como mecanismos deslegitimadores de las luchas sociales.      

Las caravanas de migrantes han develado que no es el llamado “sueño americano” lo que mueve a migrar, sino la necesidad de escapar de las pesadillas que se viven en nuestros países. Muchas de las personas que migran, principalmente mujeres y jóvenes, lo hacen huyendo de la violencia instalada como mecanismo de control social.

En la región y el continente, la política intervencionista de Estados Unidos redobla los tambores de guerra. Como a lo largo de la historia, queda claro que sus afanes no son defender la “Democracia” o los Derechos Humanos de las poblaciones. La potencialidad de los elementos de la naturaleza de los territorios de Abya Yala, necesarios para el consumo y funcionamiento del gran capital, hacen que los tentáculos del poder económico y político mundial se centren en  nuestros países, provocando violencia, pobreza y extrema pobreza, desempleo, corrupción y guerra.

Los pueblos estamos en vigilia y mantenemos activo el intercambio de palabras y pensamientos, para diseñar caminos que hagan posible la vida plena. La ruta es larga, ya lo ha sido… no estamos dormidos ni quietos. Todo sucede en lo profundo de nuestros territorios y nuestras entrañas.