Por: Javier De León

¿Qué significa ser hombre? ¿Cómo pensamos y sentimos? ¿Qué nos enseñaron y aprendimos sobre ser hombres en la sociedad? ¿Qué cosas se esperan y son aceptadas de un hombre? ¿Cuáles son los roles que jugamos? Muchas de esas preguntas han sido interpretadas en los aportes que el feminismo ha hecho en distintos campos y en distintas épocas (siglos XV-XXI).

Desde la literatura, la ciencia y los movimientos sociales, las mujeres han denunciado la situación de opresión, la desigualdad y las relaciones de poder que la sociedad fue estableciendo entre mujeres y hombres. De esta interacción, en síntesis, las feministas plantean que las mujeres han estado en una posición de subordinación, respecto de los hombres. En el ámbito familiar, político, económico y social se ha señalado con suficiente evidencia la condición de menoscabo en la que se encuentran, pero al mismo tiempo han señalado la condición de privilegio en la que se sitúan los hombres.

Estos aportes que el feminismo ha hecho fueron posibles porque existió alguien que habló y denunció. Evidenció que la relación entre mujeres y hombres no se expresa únicamente en términos de acceso a recursos y responsabilidades, sino también en una forma muy concreta, cuya característica más visible es la violencia.

Además de contar con muchos privilegios, los hombres en general ejercen, imponen, sostienen y reproducen diferentes formas de violencia hacia las mujeres de su entorno, ya sean las madres, hermanas, esposas, amigas, hijas e hijos. De igual modo la ejercen en la calle y en los espacios laborales. Vale la pena subrayar que entre los mismos hombres la forma de relación está marcada por el signo de la violencia.

Pese a los esfuerzos de las feministas, mucha gente sigue sin ser consciente de esta situación. Los hombres no hablan sobre estos temas, al menos no de manera abierta, ni del significado que ha tenido en sus vidas, sobre la forma en que lo viven y reproducen en los ámbitos donde se desenvuelven. En particular, sobre los privilegios que significaría romper si esto ocurriera.

Entre hombres

Las relaciones entre hombres están cargadas de formas simbólicas, códigos y por el peso de la violencia, que ha sido poco cuestionada. Algunas de las razones son que así lo aprendieron, son cómodas y brindan privilegios. Además de que no se reconoce la existencia del machismo que los atraviesa, desde el lenguaje, las formas de relacionamiento, y en la forma en que se entiende el mundo, menos aún sobre el patriarcado como sistema de dominio que también les afecta, de esto se comprende poco.

Esta fue la manera en que aprendieron a ser desde pequeños. Bajo esas circunstancias, ser hombre significa actuar en función de sus necesidades afectivas, sexuales, de reconocimiento, del deber ser. Dicho de otro modo, ser hombre está asociado a obligadamente ser fuerte, perfecto, no mostrar debilidad, sensibilidad, etcétera. Por lo tanto, poder y control son parte de esta manera de construir la masculinidad. Quien se salga de esta racionalidad, lo que encuentra es la fuerza de la costumbre y los hábitos de otros hombres, que intentarán regresarlo a lo que consideran que debe ser un hombre.

#EllosHablan. Testimonio de hombres, la relación con sus padres, el machismo y la violencia, es el más reciente libro de la periodista y feminista mexicana Lydia Cacho, publicado por editorial Grijalbo (2018), el cual introduce a esta realidad poco discutida y conocida.

Con el testimonio de trece hombres, como muestra, en un rango de edad entre los 15 y 70 años, Cacho muestra con cada respuesta de los entrevistados, palabra por palabra, esa racionalidad. Es casi una cartografía masculina, cuyas coordenadas son o se convierten en lo que la antropóloga feminista argentina, Rita Segato ha llamado mandatos sociales. Que son maneras de desmontar cómo ser hombres ante las mujeres y otros hombres. Una masculinidad que se construye sobre la base del deber ser y de forma frágil. Y cuyas manifestaciones se expresan en la violencia, los golpes, la humillación, la descalificación, el castigo, el abuso sexual y emocional y un largo etcétera. Porque todos, en mayor o menor medida, han sido víctimas, directa o indirectamente de la sociedad patriarcal.

A Lydia Cacho y su producción periodística le precede un ejercicio en el que ha confrontado la situación de las mujeres con la de los hombres. Así, en su libro Los demonios del Edén (2004), narra como Jean Succar Kuri, un empresario de origen libanés, naturalizado mexicano, fue sentenciado a 112 años de prisión por los delitos de pornografía infantil y corrupción de menores. En él, explica, entre otras cosas, que las primeras formas de violencia se generan precisamente en el ámbito familiar y más específicamente en la infancia. Es en ese espacio, explica Cacho, donde se reproducen muchas de las formas culturales que luego se reafirman a través de la educación y la religión.

¿Cuál es el precio que pagan los hombres por sostener una manera de ser en esta sociedad? Una respuesta, que sobre la base de los testimonios de #EllosHablan, podría adelantar, es que el costo ha sido muy alto. Hombres con poca capacidad de expresar sus sentimientos, con dificultad para establecer relaciones sanas con otros hombres y mujeres.

En esta narrativa de la experiencia humana ha hecho falta que los hombres hablen. Para que desde esa posición se posibilite la construcción de un mapa distinto al que heredaron de sus padres.

Quizá, hablar de cómo se sienten con la masculinidad que ejercen permita reconocer que de esta experiencia ellos también han sido víctimas. Su reconocimiento implicaría tener poder sobre el machismo para convertirlo en una forma distinta de ser hombre.

Las potencialidades del libro de Lydia Cacho son numerosas, como un resorte, empuja a un ejercicio necesario para pensar que, ante la ausencia de reconocer la situación de los hombres, es posible atreverse, en primer lugar a hablar de cómo los hace sentir la forma en que viven y construyen la masculinidad; y en segundo lugar, que esa reflexión pueda ayudar a encontrar una forma de nombrar esa experiencia, tal y como lo hizo el feminismo desde la experiencia de las mujeres. Y con ello construir nuevos mapas con nuevas rutas para empezar a construir, con una lógica distinta, una masculinidad menos tóxica que les permita, a ellos, desarrollarse con mayor plenitud.