Hace unos días nos disponíamos a almorzar, cuando nuestra rutina se interrumpió. Supimos que unos minutos atrás habían intentado secuestrar a una joven, allí nomás, muy cerca de nuestra oficina. Nos preocupó y comenzamos a movilizarnos. Pronto supimos que no había sido ese el único caso sucedido entre las zonas 1 y 2. En la medida que propagamos la voz, otros relatos se fueron sumando. Primero supimos que eran cuatro casos, lanzamos la alerta y luego fueron cada vez más y más voces las que narraron historias similares. Las coincidencias nos hacen inferir que hay un patrón, siempre son varios hombres, pero uno solo el que amenaza; se conducen en carros de distintos colores, portan armas, siempre es de día y generalmente “nadie ve nada”.

Por eso las autoridades nos dicen que exageramos, que no hay denuncias y que mejor denunciemos. Como si fuera fácil repetir una y mil veces la historia, como si no supiéramos que la mayoría de los casos que denunciamos nunca llegan a sentencia condenatoria y se quedan en los estrechos senderos burocráticos de alguna parte recóndita de las instituciones que deberían garantizarnos nuestra seguridad. “Denuncien” nos dicen, sin haber creado previamente las condiciones para hacerlo sin volver a vulnerarnos.

Cómo es posible, nos preguntamos, que uno de los intentos de secuestro haya sucedido a dos cuadras de la casa presidencial. Seguimos inquiriendo ¿con qué impunidad se mueven, andan armados, amenazan en una de las áreas de la ciudad donde se supone que existe más control por parte de las fuerzas de seguridad?

No tardaron en aparecer los discursos de siempre, “que no anden solas”, “que mejor no salgan a la calle”, “¿Qué mensajes le damos a las mujeres?”, entre otros. Y nosotras respondimos de forma contundente: no queremos que nos quiten el derecho a usar el espacio público, la calle, los parques, no queremos que dirijan solo a nosotras los mensajes, como si el problema fuera solo nuestro, como si la responsabilidad de la seguridad nos involucrara solo a nosotras.

Queremos que los espacios públicos sigan siendo nuestros y de todas las personas, que asumamos la seguridad ciudadana  de forma colectiva, que se vuelva realidad la premisa “si atacan a una respondemos todas” … y todos. Que quienes nos violentan sepan que no saldrán impunes de sus actos. Que no nos sigan diciendo que, con más luces, más cámaras y más oficiales armados nos  vamos  a sentir más seguras. Está claro que no, nos siguen matando, intentando secuestrar y violentando a plena luz del día, con cámaras cerca y con fuerzas de seguridad a pocos metros.