Reducidos como están ahora nuestros espacios de acción e interacción, vemos la salida a las calles como un horizonte por recuperar, un deseo por cumplir. Estar fuera de casa, contemporizar, observarnos en las demás personas, escuchar nuestro común paisaje sonoro, sentir a la gente próxima, y más que todo, compartir, es decir, situarnos en las mismas, espejearnos, ser y estar con otras, son recuerdos de un pasado cercano, ensoñaciones que no sabemos cuándo volveremos a vivir en carne y hueso, y no delante de pantallas.

El trauma inicial que provocaron las medidas gubernamentales frente a la pandemia, empezando por declarar Estado de emergencia, -que equivale a crear condiciones para delinquir-; y luego el obligado confinamiento, la distancia social y como guinda, el toque de queda, medidas todas tomadas irresponsablemente: sin planificación, previsión y mucho menos, con provisiones. El presidente, con sus serias deficiencias como dirigente y estadista, su ideología cachureca y el vergonzoso sometimiento al poder empresarial, ha abierto las puertas del patrimonio estatal para favorecer a los corruptos que lo financiaron. Igual que hicieron los militares después del terremoto de 1976, la ayuda para la gente necesitada está yendo a parar a las caletas de los funcionarios de este gobierno pro oligárquico.

Para quienes han podido asumir el confinamiento, trabajando desde casa o sobreviviendo de la solidaridad, ésta ha sido una etapa de cuestionamiento a muchas ideas, costumbres y leyes. Para muchas, el estar en casa es algo que muchas disfrutan, porque es un ámbito de armonía. Desgraciadamente, para muchísimas, la cuarentena ha sido un cautiverio, una forma de esclavitud: en distintas clases y lugares geográficos, las mujeres están sometidas a la voluntad agresiva de sus agresores. Las obligan a ejercer de sirvientas domésticas y sexuales, las maltratan, y llegan a matarlas.

Sin duda, nuestra salida a la calle es todavía una incógnita. Ignoramos si iremos con mascarillas, si podremos abrazar y besar, si nuestra descendencia podrá disfrutar del juego y el crecimiento al aire libre. Nos preguntamos cómo manifestar de otras maneras y como ejercer nuestra responsabilidad política.

Lo que no debemos perder de vista, es que la humanidad es parte de un todo interdependiente y lo que hacemos o no, tiene amplias repercusiones. Tamibién es preciso estar alertas a la enajenación que producen los medios, al control que se ejerce sobre la población, a la remilitarización de las sociedades, como sucede en la región.

Defender nuestros derechos, no dar marcha atrás en aspectos fundamentales de la vida, como son las libertades, la salud, el trabajo, la educación, la dignidad colectiva, es necesario y urgente. Si permitimos que la corrupción nos despoje de las pocas instituciones públicas, como el Seguro Social, la Universidad, la enseñanza, habremos dado un paso inevitable hacia el deterioro de nuestras condiciones de vida.

Feministas de todo el mundo están poniendo voces de alarma por los abusos cometidos contra las mujeres, en el contexto particular del confinamiento y de los estados de emergencia o calamidad. También es notoria la desigualdad en el acceso a recursos económicos, medios de comunicación, a los servicios sociales. Las mujeres siguen en desventaja, con más cargas, menos retribuciones y mayores vulnerabilidades.

En medio de este giro histórico que sacude los cimientos de la sociedad consumista y afecta al sistema capitalista, es notorio cómo aquellos países donde mejor han manejado la presencia del virus, son dirigidos por mujeres, desde perspectivas y posiciones políticas orientadas al bien común. La lección está clara: El cuidado de todas las esferas de la vida, es lo más importante para que el futuro sea de mayor bienestar y armonía. Proteger a la naturaleza, garantizar dignidad para todas las personas desde su nacimiento hasta su muerte, la prioridad indiscutible que toda Estado debe cumplir.