Evelyn Recinos Contreras / Poeta, abogada, defensora de derechos humanos

Poco antes de estrenar mis treinta primaveras terminé una relación larga y me cambié de casa, de trabajo y país. Comenzaba una nueva vida creyendo saber cómo funcionaba el mundo y con la certeza de estar lista para la aventura amorosa. Mi generación, con toda razón, se había encargado de romper las reglas que hasta hacía muy poco habían normado las relaciones amorosas heterosexuales típicas, una conocía a una persona, pasaba tiempo con ésta, se enamoraba, se casaba, descubría que no era amor, permanecía casada infeliz, luego se divorciaba e iniciaba de nuevo la vida. El paso siguiente variaba según el gusto de la persona en cuestión, algunas veces se repetía el ciclo y otras veces la persona seguía su vida en etapas de semi compañía o en semi etapas de compañía. Para mi generación eso era profundamente insatisfactorio y limitante, no nos gustaba la idea de transformarnos en nuestras madres o nuestros padres, así que, decidimos prenderle fuego a la mecánica y nos abrimos a más posibilidades, entendimos que existían muchas y variadas formas de relacionarnos y de amarnos.

Respecto al sexo la cosa se volvió más sencilla, no necesitamos trámites civiles, familiares o económicos para disfrutarlo. El placer está a disposición de nuestra mano. Literalmente. Existe una gama diversa de aplicaciones a través de las cuales dos (o más personas) acuerdan reunirse en un punto específico y si las cosas salen bien, después de un café, una cerveza, una cena, o una conversación superficial, allá vamos a la cama de una persona desconocida, que será nuestra compañera en el placer durante algunas horas.

Me reconocí perpleja ante la nueva dinámica y poco convencida de querer probar el mundo virtual, así que intenté infructuosamente conocer personas a la vieja usanza, salir por las noches, inscribirme a clases varias, acudir a cualquier evento social que remotamente llamara mi atención, el juego de la seducción no estaba más en las calles, había migrado a las pantallas, así que me lancé y tristemente me convertí en una usuaria insatisfecha de las cochinas aplicaciones.

¡Cuánto estrés! las personas que entramos al juego nos creamos un perfil y un personaje. “Hola soy Evelyn, me gusta el café, los libros y la comida, tengo buenas intenciones y mala memoria”. Luego una serie de fotos, de frente, de lado, de pie, en la naturaleza, abrazando a un perro/gato, tratando por todos los medios de exponer nuestra mejor imagen. El paso siguiente es pasar horas y horas viendo los personajes de las otras personas tratando de elegir a cuál te gustaría conocer. Luego los mensajitos terriblemente aburridos del tipo ¿qué haces para vivir? ¿cuál es tu pasatiempo favorito? ¿vives sola? ¿qué te gusta?, hasta que alguna de las dos partes decida dar un paso al frente y armar una cita.

Yo odiaba el ritual, y sin embargo me lo preparaba con esmero. Me duchaba, me ponía una ropa bonita, me recitaba algunos fragmentos de mis poemas favoritos para inspirarme y me encaminaba al lugar de la cita. Iba al encuentro del amor como a hacer deporte. Ropa adecuada, actitud decidida y profundo deseo de mover el cuerpo en nombre del bienestar. Casi nunca salía bien. El éxito no dependía de la posibilidad de tener o no sexo con alguien, el problema era la dificultad de conectar más allá de la superficialidad. Regresaba exhausta y frustrada, no había encuentro, no había espacio para los afectos y yo era infeliz.

La justificada necesitad de conectar e identificarnos…

Creo que el mundo de las aplicaciones virtuales se acomoda bien a nuestra idea de libertad sexual, sin embargo, hemos sacrificado la intimidad y los afectos, por lo que creo que necesitamos darle una vuelta al asunto. Es fácil tener sexo, pero se ha convertido en una transgresión gravísima esperar comunicación constante, cercanía e intimidad. Puedes llamar a una pareja esporádica que nació de un encuentro virtual para coger, pero no puedes darte ese lujo si lo que estas necesitando es una persona que comparta contigo mimos y cuidados mutuos, que se permita la vulnerabilidad que requiere la comunicación honesta, o alguien con quien sentarte por horas a debatir las dudas existenciales propias y ajenas. No está bien esperar tiempo y sentimientos, eso se considera una transgresión. Se puede hacer uso de los cuerpos para el placer, pero solamente si es un placer limitado que no permite la conexión emocional.

No estoy hablando de una fantasía de amor romántico. Estoy hablando de la justificada necesitad de conectar e identificarnos con la otra, con el otro, de tener relaciones gozosas en las que se comparten placeres, pero también cuidados mutuos, honestidad, crecimiento, tal vez necesitamos construir nuevas formas de relacionarnos en las que el sexo no solo sea una especie de transacción casi comercial, sino una forma de comunicarnos y querernos mejor.

No me odien, sé que hay usuarias y usuarios satisfechos. Puede ser que su satisfacción nazca de haber podido trascender la superficialidad para formar vínculos variados y enriquecedores, y ese es el meollo de este asunto. Necesitamos jugarle la vuelta a las herramientas virtuales, y en lugar de perpetuar el individualismo, como manda nuestra sociedad machista capitalista, nos encontremos enteras unas con otras, para gozar juntas, pero también para acompañarnos, para conspirar, para crear nuestras propias reglas del juego cuidándonos mutuamente, para permitirnos la ternura, el respeto, la generosidad, la empatía, la honestidad y el amor.