Lizeth Jiménez Chacón / Escuela de Historia, USAC

Podemos pensar que el año 2020 será recordado principalmente por la pandemia del Coronavirus COVID-19, aunque las consecuencias que ésta genere pueden ser aún más duras: desempleo, hambruna, profundización de la precariedad, alojándose en los grupos más vulnerables, los pobres, la infancia, las mujeres.

Las epidemias han acompañado a la humanidad y se han trasladado de un continente a otro, generalmente siguiendo las rutas del comercio. Entre las más conocidas encontramos la Peste Negra en el siglo XIV que cobró la vida de alrededor de 25 millones de personas en Europa. Entre 1918-1919, la llamada Fiebre Española tuvo una letalidad de alrededor de 50 millones de personas a nivel mundial; y para el caso de América, los europeos introdujeron la viruela causando un fuerte impacto en la población, solo en Brasil le costó la vida a casi un millón de personas y se extendió a lo largo del siglo XVI y XVII.

En el territorio que después sería llamado Guatemala y particularmente para la sierra de los Cuchumatanes, George Lovell menciona que desde muy temprano en el siglo XVI, esta región se vio afectada por viruela, tifus, sarampión y tabardillo, prolongándose estas plagas hasta mediados del siglo XVIII, quedando incluso despoblados asentamientos recién fundados por los castellanos. Esto se profundiza en el estudio de Lawrence Feldman quien identifica 23 episodios de viruela entre 1534 y 1817 y 20 de tabardillo para el periodo comprendido de 1570-1819; esto nos indica que estas epidemias llegaron para quedarse por un largo tiempo.

En 1733, la capital se vio azotada por una epidemia de viruela que le costó la vida alrededor de mil 500 personas, hombres, mujeres, jóvenes, criollos y del común; se repitió el brote en 1780, y por fin la vacuna se empezó a aplicar en Guatemala hacia 1804.

Ya en el siglo XIX quizás la epidemia más conocida y estudiada es la de cólera morbus 1837, que azota el oriente del país y cobra la vida de alrededor de 12 mil personas. El gobierno de Mariano Gálvez dictó las medidas apropiadas para la época, sobre todo, cuidar las fuentes de agua para prevenir el contagio, estableció un cordón sanitario para la ciudad de Guatemala y además nombró una comisión de médicos a los cuales les asignó un barrio bajo su cuidado.

Nobles y valientes mujeres

Frente a la epidemia, se expresa por primera vez una mujer María Josefa García Granados Pepita sobre la atención que el gobierno le presta a esta situación. No vemos a las víctimas de la enfermedad sino a una mujer crítica que no coincide con las políticas de higiene de la época. Para ello crea una pieza de teatro, que titula “Boletín del Cólera Morbus”, igual que la información oficial que el gobierno de Gálvez daba a la población, nos deja su visión de las medidas gubernamentales para combatir la enfermedad. Con gracia que raya en la burla, construye su boletín de los supuestos esfuerzos médicos para atender a la población.

Las epidemias, las plagas, las guerras y los eventos de la naturaleza requirieron cada vez más personal encargado del cuidado de las personas en hospitales, así, un grupo de mujeres que vemos aparecer junto a los cuidados de la salud son las Hermanas de la Caridad. Desde 1863, según José Flamenco en su Reseña Histórica de la Beneficencia en Guatemala, ellas vinieron para dar asistencia en el Hospital General y sustituir a los hermanos de San Juan de Dios y describe su trabajo en favor de los enfermos y enfermas como “aquellas que han venido sirviendo el Hospital General en Guatemala, siempre de la manera más satisfactoria. Nobles y valientes mujeres que a fuerza de vivir en un ambiente de desolación y de tristeza, llegan a olvidarse de los goces infinitos que la existencia pudo tener para ellas”, y se aplicaron con el mayor empeño sobre todo en las circunstancias más exigentes, cuando el país estuvo sometido a los distintos brotes epidémicos desde finales del siglo XIX, tanto a labores de enfermeras como a otros trabajos para dotar de lo necesario al hospital. También tomaron bajo su cuidado a niñas y niños huérfanos a causa de la muerte de sus familiares por las distintas epidemias.

Otro grupo de mujeres que también trabajó en los lugares de atención y que en las memorias de los hospitales nacionales mencionaron fueron las encargadas de la alimentación, en particular quienes hacían las tortillas, las molenderas y las lavanderas de los hospitales. Para llevar a cabo su labor, se acomodaron espacios dentro de los edificios y el número variaba de acuerdo al tamaño del hospital.

Solo en épocas recientes podemos contar con datos específicos para comprender cómo estas situaciones afectaron a las mujeres y, quizás, cuando podamos consultar los documentos en las bibliotecas, los archivos y las hemerotecas, con un trabajo más fino en las fuentes, encontremos las voces de las mujeres.

Sabemos que las mujeres sufrieron las enfermedades, cuidaron a sus familias, aprendieron a curar o aplicaron sus conocimientos para aliviar, y a lo largo del tiempo se profesionalizaron en el campo de la salud. Sin duda, las epidemias cambiaron la vida y las costumbres en épocas pasadas y el primer espacio para luchar contra la enfermedad es la casa.