Lucía Escobar / Periodista

Al hambre eterna que vive la mayoría en Guatemala, se vino a sumar la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19.

Cuando el 15 de marzo de este año, el presidente Alejandro Giammattei oficializó el decreto de toque de queda sin un plan de contingencia claro y efectivo, vedó el derecho al trabajo a medio país, disparando una crisis de hambre que ya palpitaba en el estómago de millones de guatemaltecos. La desnutrición aguda en Guatemala es un problema serio con consecuencias graves para toda la vida de quienes la padecen. Solo durante las primeras 17 semanas de 2020, Guatemala registró 12 mil 740 casos de niñas y niños menores de cinco años que padecen desnutrición crónica. Los casos se triplicaron si los comparamos con los del año pasado en que fueron 4 mil 575 en el mismo tiempo, entre enero y abril del 2019, según datos oficiales del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social. Un informe del Programa Mundial de Alimentos (PMA) señala que alrededor de 2.3 millones guatemaltecos estarían en riesgo de inseguridad alimentaria este año, pero podrían ser muchos más, debido a la aparición de la COVID-19 en el país. Mientras el gobierno no hace nada al respecto, la sociedad civil pone ollas en el asunto.

#GuatemalaTieneHambre

Byron Vásquez es el propietario de Rayuela, un bar restaurante ubicado en la sexta avenida de la zona 1 que cerró sus puertas a principios de marzo. El 7 de abril abrieron, pensando en cocinar unos cuantos almuerzos para vecinos del área que ya antes del confinamiento pasaban hambre. Ese primer día hicieron 37. Un contingente de voluntarios se le unió. Tres meses después han servido alrededor de 40 mil platos de comida gratuitos a vendedores ambulantes, personas que viven en la calle, meseros, policías privados, amas de casa, madres solteras y ancianos. Vásquez, calcula que el 70 por ciento de sus voluntarios son mujeres. “Siento que las mujeres tienen más solidaridad y un sentido de protección más grande que el de los hombres”.

A las pocas semanas, en Casa del Río en La Antigua Guatemala, varios voluntarios abren el colectivo Banderas Blancas para juntar víveres y repartir a quienes ondean banderas de hambre. Casi al instante, se arma un comedor y varios chefs y cocineros del área se unen para organizar la cocina y comienzan desde el primer día a repartir medio centenar de comidas calientes que son recibidas por ancianos, vendedores ambulantes, madres solteras y familias enteras que encuentran el consuelo de un plato caliente. En dos meses de trabajo en los que las y los voluntarios no han cesado de llegar, igual que las ayudas, Casa del Río ha servido 13 mil 310 almuerzos, y ha entregado 463 bolsas de víveres y 874 bolsas de vegetales a familias empobrecidas.

Como el virus que se contagia exponencialmente, las largas filas de personas esperando comida y la respuesta de los voluntarios, animaron a Anayte Vasquez en Quetzaltenango a unirse a este movimiento. Ella también acaba de cerrar su proyecto Tan Lechuga yo y quería seguir activa vendiendo vegetales y adaptándose a la nueva situación. “Pero no me fue muy funcional, no sentía que fluía, no era auto sostenible”. Decidió cerrar y “cabal en esos días vi una cobertura del comedor de Rayuela y pensé; esto lo puedo hacer”. El 4 de mayo comenzaron y dieron cien comidas, al igual que los otros comedores, han ido subiendo de número con los días. Tienen 14 mujeres y 18 hombres de voluntarios, seis cocinas exteriores. El hambre también ha ido creciendo. A finales de junio, estaban despachando casi 500 almuerzos al día, con un total 17 mil 042.

En Quiché, José María Leynez Ventura quién ha trabajado toda su vida en el mercado, se dio cuenta que mucha gente llegaba a vender de aldeas muy lejanas con canastas pequeñas de higos, limoncitos. “No creo que vendiendo eso les quede para alimentar a su familia. Pensando eso, decidí hablarle a Byron para que me contara su experiencia. Empezamos con siete voluntarios y el primer día dimos a 73 personas carne, pasta y frijol, la segunda vez atendimos a 123 personas con comida digna y completa.

También en Santa Lucía Cotzumalguapa, en el turicentro Aguas Vivas ya se organizaron para dar 100 platos diarios para esa comunidad.

En San Cristobal el Alto, en Sacatepéquez, Tz´ules Sunun abrió un comedor donde está logrando dar 250 almuerzos, atendiendo a una comunidad muy pobre que no puede bajar a la Antigua Guatemala por comida.

Estos comedores que han surgido por solidaridad y urgencia, la mayoría se han ido agrupando bajo el nombre de Ollas Comunitarias con el fin de hacer un frente unido contra el hambre y no descuidar la exigencia de que el gobierno asuma esta situación como propia.

Todo este hermoso trabajo de dar al prójimo es acompañado por decenas de mujeres y hombres, algunos cocineros profesionales otros solo entusiastas, la mayoría personas quienes desde sus casas cocinan ollas de arroz, vegetales, frescos, pan, guarniciones ricas, y desde el anonimato comparten con amor, el condimento que sale de sus corazones solidarios. Además, procuran hacer menús nutritivos, sanos y dignos. Y en Antigua han comenzado a innovar entregando en hoja de banano para evitar plásticos.

Antes del cierre de esta edición, nos enteramos que Las Ollas Comunitarias fueron seleccionadas como una de las 50 iniciativas que Naciones Unidas ha confirmado como finalistas del Premio Solidaridad en Acción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. ¡Felicitaciones!

Para unirse a estas iniciativas y apoyar, contactar en redes sociales como Twitter, Facebook e Instagram con el hashtag #OllaComunitaria @OllaComunitaria o Banderas Blancas. Se necesitan personas voluntarias, donaciones en efectivo y en víveres.
También podés organizar tu propia Olla Comunitaria con tus vecinos y amigos.
Donaciones a cuenta monetaria del BANRURAL 3034295598 a nombre de Tan lechuga yo. 35168297 y en redes sociales @tanlechugayo
La Antigua Guatemala, Casa del Rio, [email protected]