Ana Cofiño / laCuerda

La cacería de brujas desatada en Mesoamérica, desde el siglo XVI hasta el periodo de las independencias, fue parte de la campaña de evangelización sangrienta que llevó a cabo la Corona española, con el fin de subyugar a quienes habitaban estas tierras, despojándoles sus bienes e imponiendo una religión inmisericorde. En los archivos históricos existen documentos que muestran la imparcialidad de los Tribunales de la Santa Inquisición, donde someten a castigos terribles a mujeres acusadas de hechicería, herejía y otras prácticas paganas.

Una mirada, un lunar, el color de los ojos o el pelo, el parentesco o el origen, así como miles de atributos variados, podían esgrimirse como indicativos de brujería, y pasar a constituirse en casos de persecución y muerte. Si una mujer atendía a un enfermo y se curaba, podía ser señalada de pacto con el demonio; igualmente si algún animal moría, el vecino la podía llevar ante las autoridades, por lo mismo. En pleno siglo XXI, un anciano maya, don Domingo Choc fue asesinado por fanáticos que lo señalaron de hacerle daño a un vecino. Ciertas sectas religiosas promueven la persecución de quienes practican rituales o ceremonias. Bajo estas normas, mujeres indígenas, sabias, herboristas, comadronas, intérpretes del fuego, rezadoras, consejeras, artistas, caminantes, visionarias, murieron en hogueras, ahorcadas o pasadas por la guillotina, en distintos momentos y lugares, por considerarlas seres de la oscuridad, hijas de Satanás.

En Europa, la matanza de mujeres se perpetuó por siglos, y tuvo su cúspide en la Edad Media. De allí nos vienen los prejuicios, las ideas falsas, la información trastocada que se ha diseminado para que el patriarcado y los hombres sigan prevaleciendo como seres dominantes, encarnados en reyes, presidentes, ministros, papas, empresarios, maestros, esposos, etcétera. En El martillo de las brujas, un texto que hace descripciones pormenorizadas y propone los castigos que merecen esas “criaturas diabólicas” que provocan daño y confusión, se resumen las peores imágenes sobre personajes grotescos, así como las más crueles torturas infligidas en cuerpos acusados de ser anormales y dañinos.

Historiadoras y antropólogas feministas han abordado la historia de las mujeres perseguidas por sus oficios, muchas mártires del dogma católico quedaron registradas para la posteridad, como Juana de Arco, joven guerrera que defendió a Francia y murió en la hoguera, castigada por su determinación y valor. Silvia Federicci, autora del libro Calibán y la bruja, hizo un gran aporte al sistematizar los conocimientos sobre la caza de brujas, y al interpretar ese fenómeno sangriento como un genocidio patriarcal contra las mujeres.

Reconocimiento y revaloración

El feminismo nos ha proporcionado instrumentos para la desconstrucción de la historia patriarcal. Uno de ellos es el cuestionamiento a las grandes verdades, a los mandatos y a las normas que rigen las vidas de las mujeres. Desde la academia y las organizaciones, a partir de los años setenta, se han planteado formas distintas de interpretar el pasado, partiendo de la pluralidad de mujeres, de sus aportes a la continuidad de la vida, creando y resignificando conceptos que nos permiten acercarnos a la realidad de una manera más compleja e integral, que no deja de lado ni marginaliza a grandes porciones de la población ni de la vida, como las mujeres y los pueblos originarios en su lucha por la sobrevivencia.

El fenómeno de la persecución a las brujas, visto desde las miradas feministas, pone al descubierto el odio, la crueldad, la violencia que el sistema ejerce para la dominación. Ese genocidio apoyado por el clero, constituyó una forma de contener la creciente toma de conciencia sobre las desigualdades que han afligido a las mujeres, y a la vez, sirvió para empoderar a unos hombres como seres superiores: la autoridad eclesiástica católica sigue siendo totalmente masculina, ya mediado el siglo XXI, no admite mujeres en su Estado. La violencia que significó la eliminación sistemática y sostenida de miles de mujeres, fue un dique que frenó y limitó su presencia en el mundo público, en las ciencias y en el acceso a conocimiento, entre otros lugares prohibidos para ellas, como la política. Hay que decir que nunca logró extinguir por completo la llama de la libertad y la rebeldía.

Otras formas de percibir

Las feministas nos han heredado a las mujeres de todo el mundo un acervo cada día mayor de experiencias y conocimientos que han servido como peldaños en nuestra escalada hacia la libertad. Gracias a las ancestras revolucionarias, a las abuelas que resistieron las invasiones, a las maestras que nos guiaron, a la amigas que nos acompañaron, a las mayores que nos compartieron sus secretos, hoy podemos tomar más decisiones sobre nuestras vidas porque contamos con claves para manejarnos en un mundo masculino y machista que nos agrede y nos obstaculiza el andar. Hemos logrado superar problemas y saber que transformar el mundo toma más tiempo y energía que lo que una varita mágica pudiera lograr.

Quienes fuimos educadas bajo el yugo religioso, escuchamos decir -hasta el cansancio- que nuestra misión en la vida era casarnos y tener hijos. Todo lo demás, eran devaneos, fantasías. Desde esa perspectiva, quienes no se rendían al modelo, eran vistas como raras, para empezar. Y si persistían en esos caprichos, se las podía señalar de anormales, ligeras, y hasta locas, y ya si insistían en sostener sus proyectos vitales, podían esperar las duras consecuencias de su rebeldía, que van desde la expulsión del hogar, hasta el cautiverio, pasando por otras sanciones públicas. Las jóvenes se suponía que tenían que acatar las órdenes y aguantar, resignadamente, cualquier cantidad de vejaciones, sin rechistar.

La revolución sexual vino a abrir cauces por donde miles de mujeres y hombres encontrarían otras formas de relacionarse, de vivir y de ser. El movimiento pacifista, la experimentación con drogas y alucinógenos, el pujante movimiento comunista internacional y las revoluciones anticoloniales, el ecologismo, los feminismos, fueron amalgamándose en una cultura alternativa, contraria al sistema capitalista, que tuvo impacto en miles de jóvenes, sobre todo entre las mujeres. La píldora anticonceptiva, las canciones del rock, las imágenes de Vietnam, Ángela Davis, las películas y la literatura contribuyeron a desenmascarar las opresiones y a fortalecer el espíritu de cambios que nos insufló como generaciones descontentas con el sistema.

Ese parteaguas sembró de inquietudes, dudas y preguntas a generaciones que no se acomodaron en el sistema, y más bien se organizaron para compartir los sueños, implementar las estrategias y tácticas para luchar contra un enemigo común, el capitalismo patriarcal, que como sabemos, es racista, excluyente, destructor.

Mujeres libres

En este proceso, aprendimos que mucho de lo que nos dijeron, eran burdas mentiras; que era necesario buscar respuestas por otras vías; que necesitábamos inventar nuestras propias formas de vivir, pensar, sentir, sin tener que obedecer al patriarcado. Tremenda misión, pero vital, potente, prolongada.

Es así como hemos ido rompiendo los modelos conservadores que nos ataban a la crianza y al hogar, al encierro, al silencio, al pudor, a la pobreza. Y las mujeres de hoy, conscientes de estos impedimentos, e investidas de conocimientos adecuados, basados en las experiencias de otras miles de mujeres, descubrimos que las brujas no son lo que nos dijeron, que las viejas no son seres desechables, que las niñas tienen derechos, que no todas tenemos que ser mamás. Descubrimos que podemos transformar el mundo, y eso es lo que más temen. Por eso nos persiguen, nos señalan de malas, de impuras, de lo que sea que denigre.

La educación patriarcal conservadora nos impuso como ejemplos a seguir, a las vírgenes y a las santas, y así, llegar a ser buenas mujeres. Para imitarlas, debíamos ser castas, puras, obedientes, sacrificadas, calladitas, dolientes, sufrientes, resignadas. Muchas santas representan a la mujer sumisa que vive en función de los demás, que entrega su vida y se martiriza por la fe. Aunque también hay santas, como Teresa de Ávila, que fueron acusadas y hasta juzgadas porque no se adhirieron al esquema de sumisión y al matrimonio; y al contrario, tomaron la vía de la soledad para desarrollar sus potencias. Con ellas es más fácil identificarnos, pese a los hábitos y las coronas con que las distinguen.

Como un homenaje sentido a las mujeres que han padecido y superado violencias, por las que fueron asesinadas al oponerse a regímenes tiránicos, por las que no se dejaron doblegar, por las que cada día tratan de vivir dignamente, anoto a continuación algunas respuestas que cerca de setenta personas dieron a mi pregunta en redes sociales sobre las brujas. Es notorio que todas las respuestas son diametralmente opuestas a las características que el sistema ha divulgado sobre las brujas, que nos remitían a mujeres feas, viejas, malas, sucias, putas, crueles, envidiosas, etcétera.

Con alegría en el corazón, celebrando que hoy podamos sentirnos orgullosas de haber saltado las trancas, comparto sus descripciones de bruja:

Mujer libre (se repitió muchas veces), emancipada; sabia (varias), conocedora de las plantas, los secretos, la alquimia, guardiana de los conocimientos ancestrales, curandera, sanadora, inteligente, visionaria; incansable, persistente, terca, transgresora, audaz, ovariuda, salva todos los obstáculos, buena para la siembra; cómplice, cabrona, feliz, evolucionada, valiente, guerrera, mágica, experimentada, intuitiva, poderosa, alegre, flemática; mujer que ritualiza, bailadora, diversa, solitaria, creativa, sororaria; es ella misma, no sigue las reglas, atrevida, sagrada, justiciera, luchadora, perseguida, meticulosa, canal y voz, resistente, inquebrantable….

Esta lista de cualidades muestra claramente que para muchas mujeres contemporáneas, las brujas representan a las compañeras que deciden por sí mismas, a quienes superan el miedo, a las que aman con transparencia, a las que son dueñas de sus vidas, a las que cuidan su entorno, entre otras virtudes, como volar sobre una escoba.

Muchas amigas y colegas nos identificamos con estos rasgos, porque los consideramos fundamentales para enfrentar las opresiones que nos han recetado. De mi parte, hace años que descubrí que si hubiese nacido en la Edad Media, seguramente hubiese parado en la hoguera. Por dicha no fue así, y hoy me declaro Bruja, a mucha honra.

Convoco a todas las potencias, a todas las sustancias, a todas las energías para que nos den la fuerza, lucidez y voluntad de seguir transformando el mundo para que el bienestar y los placeres y gozos que conlleva, sean una realidad para todas las personas. Abracadabra.