Ana Lorena Carrillo / Guatemalteca-mexicana. Profesora-investigadora

¿Hay una forma femenina de escribir?

Si esa pregunta fuera un hilo, podría jalarse y tras él vendrían muchas preguntas más y también respuestas diversas que se han formulado a lo largo del tiempo. La crítica literaria feminista ha propuesto elaboradas consideraciones sobre ciertos tópicos, como el cuerpo y la transgresión y ha centrado su atención, como resulta previsible, en la literatura escrita por mujeres, acercándose así a una respuesta posible. En algunas ocasiones la lectura hecha desde esta crítica resalta la experiencia del cuerpo sexuado y el goce erótico como afirmaciones identitarias importantes en esta escritura feminista. En otras ocasiones la propuesta subraya, sin excluir la anterior, el carácter transgresor del canon de la literatura escrita por mujeres que reivindica figuras y temas de la colonialidad y su contracara: la pos o decolonialidad: la bruja, Calibán, la sabiduría ancestral y de nuevo el cuerpo. Es claro que estas variantes de la crítica se vinculan con las vías por las que transitan los feminismos: el de la diferencia, el de la igualdad, el postmoderno o poscolonial. Pero más allá de la teoría y de la crítica, la literatura como creación, está todo el tiempo desafiando tanto a la una (la crítica), como a los otros (los feminismos), así como a la gente que lee como simple mortal.

Fernanda Melchor es una joven escritora veracruzana, avecindada en Puebla, con una trayectoria importante en el periodismo y la narrativa de ficción. Su más reciente novela, Temporada de huracanes, ha despertado el interés de lectores y críticos y se le ha leído desde muy variadas perspectivas.

Hay algo que parece evidente y que no siempre se dice, y es que ella “escribe como hombre”. Aún sin leer previamente ninguna reseña o nota sobre la novela, al cabo de su agobiante lectura, la idea de que “escribe como hombre” surge casi necesariamente. De hecho, hay una interesante entrevista que le hace Luis Román Nieto a Melchor en la Revista La palabra y el hombre de la Universidad Veracruzana, de 2018 y se titula así precisamente: “Escribes como hombre / Toda literatura es femenina.

Entrevista a Fernanda Melchor”. Eso significa que hay, supuestamente, una “forma masculina de escribir” y por tanto, también una femenina, lo que respondería la pregunta inicial. En este caso, eso que se llama “forma” se trata en realidad de lenguaje. No se trata de que los personajes femeninos hablen como hombres, no; de hecho, hablan como las mujeres que son: Sobre Temporada de huracanes de Fernanda Melchor Escribir como hombre.

Apúrate, apúrate, mamacita, que tenemos que llegar antes que esos cabrones; te voy a tener que dejar sola, pero tú no te preocupes; tómate esa madre y listo, vas a ver que mañana en la mañana ya estás como nueva; yo lo he hecho como cien mil veces y no hay pedo, pero chíngale, ¡chíngale mamacita, que ya se me hizo tardísimo! ¡Y todavía ni me baño, ¡Dios de mi vida! ¡Pícale, pícale pinche Clarita! (149).

Es más bien la voz narrativa que conduce la narración. Esa voz, junto a los personajes masculinos y femeninos, hablan desde un punto de vista distante, irónico y amargo del mundo en general. Y por “mundo” hay que entender el entorno degradado, sucio, miserable y sórdido de La Matosa, un pueblo cañero de Veracruz donde unos niños encuentran el cadáver semi descompuesto de la Bruja en una acequia. Con todo lo prolijo de la oralidad popular, escatológica, sexualizada y violenta, los personajes y el/la narrador/a dan cuenta de un universo durísimo, en que todo parece echado a perder, en que todo es feo, violento, pesado, podrido. Un universo narrativo que ya ha sido calificado en alguna reseña crítica de la novela, como abyecto, según la idea de Julia Kristeva.

El dinero, querían saber dónde estaba el dinero, qué habían hecho con el dinero, dónde lo habían escondido, y eso era lo único que le interesaba al marrano de Rigorito, y a los putos policías que tundieron a Brando hasta hacerle escupir sangre para después arrojarlo al calabozo aquel que olía a orines, a mierda, al sudor acedo que despedían los infelices borrachos, acurrucados como él contra las paredes, roncando o riendo en susurros o fumando mientras lanzaban miradas voraces en su dirección” (153).

Si bien las mujeres son personajes principalísimos y densos (la Bruja, Norma, Chabela, Yesenia); lo que hace que parezca que “hablan como hombres” es en realidad que no hay ahí y no puede haberla, ninguna concesión al estereotipo burgués de “lo femenino”. Las mujeres de La Matosa cogen, vomitan, abortan, se ríen, lloran, las violan, se prostituyen, insultan, chismean y no hablan ni piensan sobre todo ello con eufemismos, sino con palabrotas. Hablan como mujeres, pero como las mujeres de un mundo sin esperanza y sin consuelo. Los hombres violan, roban, matan, beben, se drogan, ríen, también cogen, aman lastimosamente, odian y hablan igual porque pertenecen al mismo mundo.

Cuerpo de bruja

Temáticamente el cuerpo (sexuado) es un concepto central en la novela.

Ilustración: Sofía Sánchez

Tan central que un nudo narrativo crucial se centra justamente a la rareza, ambigüedad y hasta monstruosidad del cuerpo y la sexualidad de la Bruja y de varios de los personajes. También el goce erótico y con él la transgresión, son temas, tanto en los personajes femeninos como en los masculinos; pero a pesar de ello, el tono de la novela es masculino. Y lo es, porque al final, lo que cuenta es el lenguaje brutal y el ritmo trepidante de una narración que, casi sin pausas, pasa de un punto de vista a otro en la reconstrucción del asesinato con que inicia, y para hacerlo despliega, sin respiro, rabia, enojo, amargura, vergüenza, asco, odio, y solo escasamente, algo de amor confuso o de empatía provisional.

Los sentimientos “femeninos” inventados con el estereotipo, son prácticamente inexistentes. Los sentimientos son subjetividades propias del medio.

La transgresión de la obra misma (no ya la de sus personajes), está precisamente en su negativa radical a las concesiones “femeninas”, incluso “feministas”. Las mujeres que escriben solo sobre y para otras mujeres, en los términos de un supuesto lenguaje de mujeres, están faltando a la promesa de la transgresión real.

Ser mujer y escribir sobre y para mujeres y hombres, en el lenguaje de unas y otros, apelando incluso con mayor interés a la lectura masculina y no solo a la solidaria y condescendiente de otras mujeres, negándose a entrar en la casilla de escribir como mujer, feminista (en los términos más convencionales) y para mujeres, es una transgresión real. Por supuesto que hay un reclamo feminista en la violencia, degradación y falta de oportunidades en las vidas de las mujeres y en general de los jóvenes, pero no hay ni discurso, ni personajes redentores, ni mujeres liberadas, ni revolucionarios/as, ni mártires a imitar. Solo al final, un viejo enterrador en fosas comunes habla compasivamente a los muertos para que descansen por fin y no tengan miedo.

Dice Fernanda Melchor que toda escritura es femenina porque es un ejercicio que no requiere el uso de la violencia y la destrucción para practicarlo. Tal vez sí.