Texto y fotografías: Andrea Carrillo Samayoa / laCuerda
En diciembre del año pasado, mujeres y hombres de la comunidad mam de Cajolá, Quetzaltenango, se instalaron frente a la Casa Presidencial en la ciudad de Guatemala, para demandar la entrega de los títulos de propiedad de la tierra que les permitiría tener un lugar para vivir, sembrar y asentarse con sus familias. Una promesa que el entonces presidente Jimmy Morales había declarado en 2016.
Esa no fue la primera vez que pernoctaban en las calles frente a la Casa Presidencial. Su lucha comenzó en 2013, y en otras ocasiones habían estado ya, con las mismas demandas, en la ciudad. En octubre de 2018 y en agosto de 2019, también estuvieron manifestando algunos días.
Luego de años de lucha, la población logró la compra y entrega de la finca Los Cuchumatanes. En el acuerdo, firmado el 19 de diciembre de 2019, participó la junta directiva de la comunidad, representantes del Comité Campesino del Altiplano, del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación, de la Secretaría de Asuntos Agrarios y del Fondo de Tierras.
Con una extensión de 13 caballerías, las tierras fueron entregadas para beneficio de 310 familias, con un costo de poco más de 56 millones de quetzales. “Nosotros lo que queríamos era tierra para trabajar y ahora estamos felices porque tenemos nuestra propia tierra para vivir y sembrar”, comentó Élida, una joven de 25 años, que conversó con laCuerda en una visita que pudimos hacer el fin de semana cuando decretaron las primeras medidas de confinamiento porque se conoció el primer caso de coronavirus en el país.
Maíz y ajonjolí para sobrevivir
El 15 de marzo de este año, se dio a conocer la muerte de un hombre de 80 años por la Covid-19. Como en el resto del mundo, en Guatemala a partir de ese día la dinámica cambió y comenzó un cambio irreversible que ha provocado un impacto en la vida de las personas y en la economía del país.
En la finca Los Cuchumatanes, en el departamento de Retalhuleu, la población mam de Cajolá, poco sabía del virus que acaba de llegar. Estaba contenta por estar en su nuevo hogar, preparando la tierra para empezar a sembrar en agosto. “Ya estamos felices porque tenemos nuestra tierra propia, antes no teníamos donde vivir”, dijo Damián Vali, uno de los representantes de la junta directiva de la comunidad.
Cuando les entregaron la tierra les dijeron que era plana, apta para sembrar maíz y frijol, con suficiente agua. Ese fin de semana de marzo, las mujeres y hombres de Los Cuchumatanes esperaban aún la presencia de las autoridades para dividir el terreno y entregarle a cada familia su parte.
También habían empezado a trabajar la tierra, para que con la llegada de la lluvia, pudieran cultivar maíz y ajonjolí. “Como todavía no tiene cada quien su terreno, vamos a sembrar en común para ayudarnos unos a otros, vamos a trabajar en partes iguales”, agregó María Modesta, otra de las mujeres de la comunidad.
La cosecha del maíz sería para el consumo propio y “la siembra de ajonjolí será para pagar nuestra deuda, porque la finca costó más de 56 millones y nos dieron un subsidio, pero nosotros tenemos una deuda de casi 38 millones de quetzales”, señaló Damián.
Entonces, esperaban también ayudas para poder construir sus casas que, para marzo, habían logrado armar con nylon, sobre la tierra seca.
Sobreviviendo a Eta, Iota y a la pandemia
Después de ocho meses volvimos a comunicarnos con la comunidad. Las familias han logrado por sus propios medios ir armando sus casas con láminas y madera; llegaron las autoridades y los lotes ya están delimitados, “ya se entregó a cada familia y cada quien está en su sitio”, nos contó Damián. El tiempo de pandemia “ha sido difícil, entramos en pánico, no nos permitió buscar fuentes de trabajo y no pudimos ser beneficiarios de los programas porque dijeron que ya teníamos un subsidio”, señaló el líder de la comunidad.
Pese a ello han logrado sobrevivir y salir adelante apoyándose comunitariamente. Y si bien, Retalhuleu no fue uno de los departamentos fuertemente golpeados por las recientes tormentas, si sigue lloviendo “nos puede afectar porque el ajonjolí si no se seca, se pudre”.
La población dice estar contenta, se sienten bien en su tierra, las niñas y los niños van a la escuela y tuvieron una buena cosecha de ajonjolí, por lo que van a poder empezar a pagar el préstamo de la finca que hoy es su hogar.