Byron Cortez, el instructor de gimnasio denunciado por dos violaciones en 2018, fue declarado culpable en uno de los casos, el de Julia Rayberg, por violencia contra la mujer en su ámbito sexual. El sistema de justicia guatemalteca favoreció a Cortez, quien no tendrá que pasar ni un día en la cárcel. Para Rayberg, aunque no fue la justicia que esperaba, es un alivio que terminó con una sentencia.

Pia Flores/ laCuerda

“Valió la pena todo el esfuerzo y, a pesar que el proceso legal es duro e inhumano, valió la pena. Él no tenía que salir impune de esto”, dice Julia Rayberg después de 2 años y 4 meses de luchar por justicia.

Durante casi un año, Cortez fue instructor de Julia Rayberg en un gimnasio en Panajachel. El sábado 8 de septiembre de 2018 él la invitó a un cumpleaños donde estaban varios de sus amigos. Ella no conocía a otra persona en la reunión más que a él. Llegaron temprano en la tarde y Rayberg le manifestó que no se iba a quedar mucho tiempo. Poco después de servirse la segunda copa de vino, ella perdió la consciencia. Despertó hasta la madrugada del domingo, desnuda, con moretones en las piernas y en un lugar desconocido. Tenía miedo y ningún recuerdo de lo que había pasado en las últimas horas. A su lado estaba Cortez, en ropa interior.

Cortez intentó calmarla diciendo que ella se había puesto muy ebria en la fiesta y que él la había salvado. Dijo, que no habían tenido sexo, aunque Rayberg podía sentir fisicamente que eso no era cierto. Fue hasta unos días después que logró reconocer que había sido violada. Decidió denunciarlo, tanto en el Ministerio Público (MP) como públicamente.

De violación a agresión sexual

La Fundación Sobrevivientes, que acompañó el caso de Rayberg como querellante, solicitó que Cortez fuera ligado a proceso por los delitos de violación y agresión sexual y que se le enviara a prisión preventiva.

El 19 de noviembre de 2018, la jueza de Primera Instancia Penal, Lidys Mercedes Chuy Jiatz, declaró falta de mérito en la denuncia por violación. Argumentó que no existían suficientes indicios de violación porque Rayberg no estaba consciente en el momento que ocurrió. Sin embargo, las pruebas habían sido contundentes. Ella tenía moretones en sus piernas, típico en casos de violación, y el tampón que llevaba cuando fue violada no pudo ser expulsado si no hasta 8 días después.

Lo que Chuy sí tomó en cuenta fue la declaración de Rayberg, donde indicaba que cuando despertó en la casa de Cortez, él la volvió a tocar y a besar sin su consentimiento y que le insistió varias veces para que tuvieran relaciones. Resolvió ligar a Cortez a proceso penal por el delito de agresión sexual, pero le favoreció con arresto domiciliario en Sololá.

“Ya no quería vivir con miedo”

Julia Rayberg comparte que hubo momentos en el proceso donde pensó que no iba a resistir la presión. Ella vivía en Panajachel y se enfrentaba cotidianamente al riesgo de encontrarse en la calle con el hombre que la agredió, quien la amenazó para que no denunciara, o con alguien de su familia.

“Decidí irme de Pana, simplemente ya no me sentía bien. Ya no quería vivir con miedo”, explica. El camino para encontrar alivio luego de ser víctima de violencia sexual es largo, a veces parece eterno, y más que todo doloroso.

Julia Rayberg recuerda que pasó horas dando su testimonio, el mismo una y otra vez, y que eso le hacía revivir todo. Recuerda la rabia que sintió cuando a ella la cuestionaron sobre los motivos por los cuales usaba tampones y hasta llegaron a dudar si realmente sabía cómo usarlos. Uno de los momentos más difíciles fue el examen físico, tener que poner su cuerpo como evidencia por un delito que alguien más cometió, dejarse fotografiar, tocar, exponer, además ante un médico hombre. Y lo peor, dice, fue cuando salió del consultorio del médico y dos niñas estaban esperando para entrar. En los momentos que estuvo a punto de resignarse, las recordaba y allí encontraba la fuerza para seguir. Por autocuidado hubo períodos donde se desentendió del proceso penal porque no quería que la consumiera por completo.

“Tuve que desconectarme. No quería que esa fuera mi historia, ojalá no lo fuera. Pero no quería que esa fuera la única historia, porque no me define. Recibí mucha terapia para poder sanar y encontrar alivio”, explica.

Aunque no la esperada, pero sí justicia

A la violencia sexual se le conoce como delito de soledad. Rara vez hay personas que puedan testificar los hechos y, en muchos casos, tampoco hay evidencias físicas por lo que prevalece la impunidad para los agresores. A Byron Cortez le favorecieron las condiciones de su delito. Julia Rayberg estaba sola y bajo efectos de alguna sustancia. Su sospecha de haber sido drogada nunca se pudo comprobar. Era la palabra de él, contra el testimonio de una mujer en una sociedad que normaliza la violencia contra las mujeres y culpabiliza a las víctimas.

En 2010, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) estableció como precedente en el caso Rosendo Cantú y Otra contra México que “la violación sexual es un tipo particular de agresión que, en general, se caracteriza por producirse en ausencia de otras personas más allá de la víctima y el agresor o los agresores. Dada la naturaleza de esta forma de violencia, no se puede esperar la existencia de pruebas gráficas o documentales y, por ello, la declaración de la víctima constituye una prueba fundamental sobre el hecho”.

El sistema de justicia guatemalteca no aplicó el precedente de la CIDH. La calificación de la acusación contra Cortez fue modificada una vez más durante el proceso penal, de agresión sexual a violencia contra la mujer en su manifestación sexual, delito que permite que se le otorguen medidas sustitutivas. Fue condenado con la pena mínima de 5 años conmutables, con una multa de Q5 diarios. Es decir, que no irá a la cárcel. Al menos, su nombre aparecerá en el Registro Nacional de Agresores Sexuales. Continúa con medidas de restricción y no podrá salir de Guatemala.

Tampoco se tomó en cuenta en el proceso penal el hecho que Cortez fue denunciado por otro caso de violación cometida en 2017, con el mismo patrón; ‘Marcela’ despertó, luego de haber perdido la consciencia durante horas, desnuda, su cuerpo adolorido, y con Cortez acostado a la par suya, también desnudo. ‘Marcela’ denunció en 2018 cuando leyó el testimonio de Julia Rayberg en redes sociales y se dio cuenta que no estaba sola, pero el proceso fue suspendido por una jueza suplente en el Juzgado de Femicidios de Chimaltenango en diciembre de 2020 ya que por el transcurso del tiempo, se consideró que las evidencias no fueron suficientes.

En la resolución el testimonio de Julia Rayberg fue clave. También pesaron las grabaciones de cámaras de vigilancia del día que fue violada en cuyas imágenes se pudo observar que estaba mareada por lo cual no estaba en capacidad de dar su consentimiento ni defenderse. Quedó claro que Byron Cortez se aprovechó de la condición de vulnerabilidad en la que ella se encontraba.

Julia Rayberg ya no vive en Guatemala. A la distancia recibió la noticia sobre la sentencia de la jueza Ana Karina Guzmán Hernández contra Byron Cortez el pasado 5 de febrero de 2021. Saberlo le causó emociones encontradas que necesitaba procesar y por semanas no lo compartió con nadie. Definitivamente, no era la sentencia que esperaba.

“No sabía realmente qué sentir. Pero hoy sí puedo decir que estoy feliz porque logramos algún tipo de justicia. Me siento realmente orgullosa. No cambia el hecho que el proceso fue demasiado revictimizante, pero lo volvería a hacer miles de veces, porque recuerdo a las dos niñas que vi cuando salí del examen médico, y sé que ellas habían pasado por lo mismo que yo. Lo que tenemos que recordar es que cuando rompemos el silencio, no es solo por nosotras, es por todas”, dice y reitera su agradecimiento con todas las personas que la han apoyado en el proceso.

Rayberg se alegra que el caso finalmente terminó. Mantiene la esperanza que la sentencia contra Byron Cortez puede aportar a que más mujeres se animen a denunciar a los agresores y generar un cambio a largo plazo.

“Necesitamos cambiar esa cultura que juzga a las mujeres que son violadas, más que a los hombres que violan, porque así las mujeres no denuncian. Y cuando callan a las mujeres, están diciendo a los hombres que sigan violando”.