Para sobrevivir a un naufragio, es bueno tener algo a qué asirse para flotar. Ahogarse es una metáfora que se aplica al sentimiento de asfixia que provoca vivir en un país donde la violencia -en todas sus manifestaciones y niveles- nos agobia cotidianamente. Soñar con mejores condiciones para crecer y desarrollarse, deseo que no se extingue aún en este entorno hostil, es lo que lleva a miles de personas a buscar la salida que, desde aquí, parece estar en otra parte.

Inmersas como estamos en una cultura de corrupción cuyos rasgos son el engaño, la competencia desleal, el enriquecimiento propio, la mediocridad y el machismo, la violencia, entre otras desgracias, nos urge encontrar cómo enfrentar esa avalancha que puede llevarnos a un desastre inimaginable. Día a día encaramos problemas que tienen solución y eso es frustrante, topar con la falta de voluntad y capacidad de un gobierno sinvergüenza.

La historia nos ha enseñado que juntas las mujeres hemos movido al mundo. Entre feministas, la reflexión que proviene de las experiencias ha sentado las bases para ir delineando propuestas de emancipación de las opresiones y de construcción de bienestar, justicia y armonía. Es decir, juntas, asumiendo la pluralidad que somos, con la luz de las ancestras, estamos en la construcción de un sentido de vida cuyo fin es el bienestar.

Hemos observado cómo el pacto de corruptos recurre a dios y a los ensalmos religiosos para justificar sus fechorías. Le dan un tinte sagrado a crímenes contra la población, como el desfalco del Estado, violando el principio de laicidad y encubriéndose con una ideología de la hipocresía. Aunque a algunas personas, la religión les parezca ser el madero al que aferrarse, tarde o temprano se vuelve un ancla que impide avanzar. El silencio de ministros, pastores y sacerdotes en torno a la tragedia de las mujeres es un gesto ominoso que los pinta de cuerpo entero.

Para no sucumbir en este sistema destructivo, las mujeres contamos con un surtido instrumental de alta calidad que nos permite constituirnos en sujetas políticas, es decir en Sujetas de Dignidad que deciden sobre sus vidas, y apoyan a las demás a liberarse de las opresiones; sujetas que se incorporan a la multitud plural, diversa y responsable de trabajar por la Guatemala que soñamos. La gente puesta de acuerdo es la que puede resolver sus problemas.

Las feministas, en nuestro afán de derribar las estructuras patriarcales del sistema capital-colonialista, continuamos aportando en la construcción de una cultura que nos libere, a través de nombrarnos y reconocernos personal y mutuamente como personas completas, como parte de un entorno del que dependemos, y como integrantes de comunidades políticas, organizadas para la búsqueda del bien común.

Acuerparnos, acompañarnos, hacernos compañeras de lucha, de logros, de procesos, de alegrías, eso es lo que nos ayuda a sobrevivir. A veces cuesta, porque arrastramos lastres de misoginia y prejuicios que nos confrontan. Pero con trescientos años de historia recorridos, sabemos que las feministas hemos atravesado hasta los puentes más angostos.