Ixkik Zapil Ajxup / Mujer Maya-K’iche’ en construcción política con el Instituto 25A y el Movimiento Político Winaq

Cuántas de nosotras nos hemos detenido a preguntar ¿qué significa esta ciudad para nosotras? y hemos aprendido a normalizar que no es un territorio colectivamente nuestro, porque mientras cada quien tenga un acceso relativo a servicios y recursos, estamos bien y ahí acaba la función de la ciudad. Es más, la pregunta ni aplica en nuestro día a día y es vista como innecesaria, ¿por qué te va a interesar un territorio “cómodo”? o, peor aún, ¿por qué apostarle a un territorio perdido? 

Pero en medio están las personas que construyen la ciudad, con un cúmulo de historias desconocidas, como memorias fragmentadas y sobre todo, con sueños que se perciben como fracturados. Y más allá, girando a nuestro alrededor, existen conflictos sociales determinados por un poder hegemónico establecido que no se nombra pero desgasta, enoja y frustra, dando como resultado una baja autoestima social que nos imposibilita tener las fuerzas para cambiar esto. Ahí es cuando la ciudad se siente tan pesada y sobre todo cuando se es mujer. 

El camino de las mujeres jóvenes por esta urbe es amplio, complejo y diverso, así como sus dinámicas políticas, muy ligadas a sus vidas cotidianas y proyecciones sociales. Hablar de política y territorialidad urbana para las mujeres se vuelve un proceso íntimo que requiere de espacios seguros y de confianza, porque es exponer la vida misma frente al perjuicio que permea a nivel nacional, y que a nivel local solo la fortifica: “las mujeres y la política no combinan y no son prioridad”.  Ya lo reflexionaba Leslie Kern, desde su perspectiva feminista sobre la ciudad que habitamos, cuando menciona que “las formas en que los cuerpos habitan y se mueven a través del espacio nos dicen mucho de a quién pertenece”. Y es claro que a las mujeres no, cuando el indicador de éxito sobre el estar solas, libres y con poder de decisión en este espacio no está alcanzado. 

La ciudad, como un retrato vivo del urbanismo salvaje, es una concentración de múltiples violencias generadas por la neoliberalización del sistema con rasgos coloniales y políticas estructurales patriarcales, racistas y clasistas. La ciudad es, en pequeña escala, la muestra del buen funcionamiento de ese proyecto de Estado Nación por su capacidad de trazar una vida basada no solo en la negación sino el desarrollo de una geografía del miedo para las mujeres diversas. 

Quienes se suman a procesos de politización para despertar la conciencia y la acción política, generan fuertes interpelaciones que van marcando su posición política. Para las mujeres jóvenes mayas, las cargas de racismo son, de principio a fin del día, una constante cotidiana y sistémica. Un enfrentamiento que se vive muy sola, en familia y en espacios entre los mismos mayas. ¿Podrían imaginarse un gobierno municipal tratando temas de racismo en la urbe? ¡Imposible, cuando ha sido un nido del criollismo! Y es por ello que precisamente se desarrolla el efecto de genocidio simbólico duro de enfrentar, en especial cuando las mujeres mayas son las mayores portadoras de cultura en la ciudad. Pero esto es difícilmente visto, es minúsculo aún, mientras avanza su depredación. Su apuesta política no es, por el momento, la ciudad como territorio, sino el retorno a una comunidad que no sea la ciudad. Una condición y reto difícil también para las nuevas generaciones que nacen o crecen en la ciudad. Pero ampliamente, sí son participes de luchas comunitarias directas o luchas más generales y nacionales por los derechos, justicia y dignidad de las mujeres. 

Foto/ilustración: Meli Sandoval

Para las mujeres jóvenes mestizas y ladinas, el camino de las luchas se ha abierto un poco más porque a diferencia de las mayas, la lucha étnica no les atraviesa en una ciudad donde ello está cancelado. Eso no quiere decir que no se empiece a cuestionar las relaciones de poder que conlleva, pero el camino es diferente. 

Denunciar las violencias en los espacios cotidianos desde la casa, el trabajo, los centros de estudios o el mismo transitar por la ciudad está plagado de sometimientos contra la dignidad. El hacerlo evidente es, hoy por hoy, ponerse en riesgo frente a un gobierno de corte autoritario, una municipalidad ausente e instituciones privadas con poder. Las mujeres mestizas y ladinas que pertenecen a centros de estudios de niveles básico, medio y superior, manifiestan tener miedo de denunciar, pero una entera necesidad de hacerlo. Callarlo ya no es una opción, pero si un proceso que llevará su tiempo en generar conciencia para romper con las cadenas extensas del patriarcado enraizado en la sociedad. Aunque para ellas, al igual que para las mayas, la ciudad no es un territorio aún que llame a su reapropiación, están naciendo diversas miradas sobre cómo tomarla políticamente. 

Ante un conjunto de esperanzas de transformación, siempre está y estará presente la despolitización. El reto más grande para la politización de mujeres jóvenes, es el contexto mismo al que se enfrentan y que querrá siempre ir para atrás y, sobre todo, dividir. Ante esto, el horizonte de crear comunidad política urbana es sostener y ampliar las luchas bajo una pluralidad de saberes, voces y dirigencias, aprendiendo de las experiencias históricas de las mujeres y sus pueblos, caminando para la eliminación de las relaciones de poder que dominan y oprimen. Posiciones políticas que persigan el amanecer. Una ciudad que no es un territorio perdido.