Rosario Orellana / laCuerda
Tenía doce años cuando llegó mi primera menstruación; la enfrenté con poca información, mucho miedo, vergüenza y el precepto de que, a partir de aquel momento, cada mes tendría que atravesar un doloroso periodo, combinado con la profunda sensación de suciedad y desequilibrio. Casi dos décadas después, comencé a cuestionarme ¿qué habría pasado si las experiencias de las mujeres a mi alrededor no hubiesen estado cargadas de culpa y rechazo? ¿y si desde el inicio la hubiese reconocido como un proceso natural, con plena conciencia? Descubrí que mucho de lo que padecía, era aprendido.
Marilen Osinalde, psicóloga argentina y trabajadora humanitaria, en su artículo “El tabú menstrual, aún está presente”1, retrata cómo el estigma social sobre los cuerpos menstruantes condiciona el desarrollo integral de las mujeres, restringiendo incluso su comportamiento o movilidad. “Parte de la sociedad aún cree que la sangre menstrual tiene toxinas y contamina. Aún se vive desvalorizando”, detalla.
Miranda Gray, profesora de terapias alternativas, en su libro Luna Roja, describe cómo las primeras sociedades patriarcales convirtieron la menstruación en objeto de duras críticas. “Pasó de considerarse santa y sagrada a sucia y contaminante”, subraya. Según Gray, múltiples comunidades aislaban a las mujeres cuando “estaban en sus días”, considerando que eran potencialmente peligrosas para los hombres. Tanto así, que les restringían el contacto con utensilios y prendas masculinas; tampoco podían visitar lugares públicos o sagrados. En pleno 2021, este “castigo” sigue siendo la realidad de muchas niñas y mujeres en India, Amazonas y Nepal, entre otros.
Esta concepción peyorativa de la menstruación también se ve influenciada porque la ciencia se ha desentendido en gran medida del ciclo menstrual; han creado medicamentos para callar el dolor momentáneo, desestimando los cambios implícitos en el ciclo menstrual, “se patologiza el proceso natural y espontáneo de los cuerpos, universalizándolos y borrando las particularidades”, explica Osinalde; a esto se suma la escasa información confiable sobre los cuidados de los cuerpos menstruantes y el acceso a los productos que favorezcan la experiencia. Por ejemplo, fue hasta 2020 que la Asociación de Ginecología y Obstetricia de Guatemala impartió la primera charla abordando las alternativas como los calzones menstruales y la copa.
“No hay una regulación rigurosa acerca de los tóxicos que contienen [las toallas femeninas con sintéticos, tampones no certificados, ropa interior química y plástica con tinta, jabones perfumados…]”, detalla la experta. Marilen concluye que el modelo de consumo patriarcal nos arrebata el derecho de saber qué introducimos en nuestra vagina, reduciéndonos a la simple obediencia.
Conocer mi cuerpo
No soportaba más los efectos por el uso de toallas comerciales (sufría de alergia severa) y me vi obligada a buscar alternativas que me permitieran sentir cómoda. En 2019 conocí la copa menstrual y descubrí que puedo mejorar constantemente la relación con mi cuerpo. Poco tiempo después de empezar a utilizarla, mi relación con la menstruación se transformó.
Cambió rotundamente el color de mi “periodo”. La ginecóloga y obstetra, Alejandra Andrino explica que esto sucede porque la copa recolecta la sangre desde que ésta sale del útero, evitando que, al tener contacto con el aire, se oxide. Esto también impactó en el olor. “Debemos recordar que en la vagina tenemos bacterias buenas y que, al mezclarse con la sangre y el oxígeno, provocan un olor más fuerte y metálico”, argumenta.
Andrino expone que, hasta el momento, no existen estudios que comprueben si el uso de esta alternativa disminuye los síntomas como el malestar de cabeza, los cólicos y cambios de humor, entre otros, sin embargo, opina que puede estar relacionado con que “ya no estamos tan pendientes de la menstruación”. “Usando la copa menstrual no tenemos tanta presión ni estrés, hasta se nos llega a olvidar por momentos que tenemos nuestra menstruación y eso ayuda bastante para disminuir los síntomas del síndrome premenstrual”, agrega.
Ante esto, es indispensable reconocer que cada cuerpo lo experimenta de una forma distinta y por ello es necesario conocernos y detectar rápidamente cualquier cambio que se presente en nuestro ciclo.
Opciones ecológicas
La entrevistada recomienda el uso de las copas menstruales, siempre que cuenten con la certificación de la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) porque “nos permite controlar la cantidad de menstruación que tenemos en cada periodo” y así tener certeza de nuestra salud; afirma que, a muchas, el uso de toallas sanitarias les causa dermatitis tópica, provocando mayor rechazo al ciclo. También razona que la copa reduce en gran medida, la cantidad de basura que se genera. El sitio gestoresderesiduos.org2 evidencia que, al año, cada persona menstruante produce un promedio de 143 libras de basura, únicamente de toallas sanitarias, mientras que una copa menstrual se puede utilizar por, al menos, cinco años.
Para las mujeres que no se sienten cómodas introduciendo una copa menstrual, también existen opciones como las toallas de tela y los calzones menstruales. “Personalmente no aconsejo el uso de la esponja marina porque no existen regulaciones sanitarias”, añade Andrino, advirtiendo que las alternativas naturales también deben ser utilizadas con precaución y bajo supervisión de especialistas.
Menstruar con dignidad
En un contexto fundamentalista y machista, urge visibilizar y resignificar la menstruación. El Censo nacional de población y vivienda 2018, refleja que las mujeres conformamos el 51 por ciento de la población, y pese a ser mayoría, no contamos con ningún respaldo que garantice menstruar dignamente.
Es indispensable crear políticas públicas que garanticen el acceso a educación menstrual, así como a artículos, agua potable e instalaciones apropiadas para la gestión del flujo. Al consultar al Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) sobre materiales que expliquen el ciclo menstrual, hacen referencia a que únicamente cuentan con la “Guía Nacional de Anticoncepción para Adolescentes”, sin embargo, este documento no contempla información especializada sobre menstruación.
Por su lado, Period Guatemala ha gestionado procesos junto a la Comisión de la Mujer del Congreso de la República, el Consejo Nacional de la Juventud, el MSPAS y el Ministerio de Educación, entre otros, para crear propuestas en beneficio de las niñas, jóvenes y mujeres adultas. Es imprescindible establecer rutas que permitan a todas las niñas y mujeres, vivir la menstruación con dignidad.