Roxana Ruano, Mactzil Camey, Teresa Gonón, Odra Ávila, Claudia Zamora e Inés Páramo/Estudiantes Escuela de Ciencia Política – Universidad de San Carlos de Guatemala

Ilustración: Meli Sandoval

Ilustración: Meli Sandoval

Durante el año 2021 realizamos una investigación orientada a conocer si las manifestaciones del acoso sexual sufrieron algún cambio en el contexto de pandemia por Covid-19, en comparación con lo vivido en el período previo a la misma. Partimos de reconocer que el acoso sexual es una problemática que violenta la integridad sexual, física y emocional de las mujeres que lo padecen día a día, pero que ha sido invisibilizada por las autoridades guatemaltecas. Por tanto, nos interesó conocer de qué forma la virtualidad a la que la sociedad debió recurrir para desenvolverse en el contexto de pandemia, había afectado las dinámicas de esta forma de violencia específica.

Para responder a nuestra inquietud y recoger los testimonios, experiencias y opiniones de primera fuente, se realizaron doce grupos focales con personas de entre 15 a 85 años de distintas profesiones (personal docente, estudiantes de nivel diversificado y universitario, profesionales de diversas disciplinas, amas de casa, lideresas  y líderes comunitarios, así como personal de salud, entre otras).

Las personas participantes identificaron el acoso sexual como una experiencia que transgrede los límites de las relaciones personales, tomando en cuenta que no necesariamente debe haber un contacto físico, ya que puede manifestarse a través de miradas, palabras e insinuaciones sexuales que en su mayoría son dirigidas hacia las mujeres. Además, fue descrita como una acción ofensiva que condiciona su vida y les genera sentimientos y emociones como enojo, ira, humillación y miedo, así como, impotencia y sensación de vulnerabilidad por no contar con herramientas para defenderse.

Quedó claro que antes y durante la pandemia las mujeres están propensas a sufrir acoso constantemente y en cualquier lugar, pero las fuentes aclararon que hay espacios donde se intensifica, como la calle, el transporte público, el trabajo, los centros de estudio y los mercados. De sus testimonios se desprende que el temor a ser víctimas de estas prácticas es constante “andar en la calle viendo para todos lados porque ¿a qué hora lo pasan tocando?” (S. L., enfermera, 2021); “todas las mujeres sufrimos acoso sexual todos los días, especialmente cuando salimos a la calle, cuando salimos a trabajar o cerca de nuestro hogar” (G. R., consultora, 2021). También en el ámbito laboral donde, además, se produce en el marco de las relaciones jerárquicas de poder, por ejemplo, a través de “pedirle favores sexuales a cambio de mantener su empleo” (A. A., psicóloga, 2021).

Cabe agregar que estas prácticas suceden en un marco de silenciamiento y de desatención estatal, enfrentan la falta de credibilidad al exteriorizar sus experiencias frente a otras personas, e inclusive, frente a otras mujeres. Lo mismo sucede al realizar las denuncias ante las instituciones públicas correspondientes, donde esta situación no se considera importante y no se cuenta con los mecanismos necesarios para brindar acompañamiento y asesoría, dejando desprotegidas a las mujeres ante una situación de esta naturaleza.

¿Qué cambió durante la pandemia?

De acuerdo con las experiencias recopiladas durante la investigación, se observa que el acoso sexual parece haberse intensificado a partir de la pandemia y la transición a la virtualidad, utilizando los diversos medios digitales para manifestarse. Quienes participaron  de este relevo de información afirmaron que no cedió la frecuencia, sino que el acoso sexual cambió de territorio. Lo que antes se vivía en el espacio público, se trasladó al mundo virtual. Al respecto una de las participantes aseguró que “el acoso sexual disminuye en contacto físico, pero aumentó en contexto virtual” (I. R., estudiante universitaria, 2021).

Otras afirmaron que antes de la pandemia se suscitaban mayores situaciones de acoso en el espacio público o en el transporte tal como lo explicó una de las entrevistadas: “a mí me pasaba más antes de la pandemia que viajaba mucho en transmetro: hombres que se pegaban mucho y yo me tenía que ir o cambiar de lugar o se te quedaban viendo” (J. D., fotógrafa no binaria, 2021).

Los datos que aporta el portal del Observatorio de las Mujeres del Ministerio Público no permite detallar el territorio donde suceden los hechos y al no existir el tipo penal para acoso sexual se tomó como referencia el de agresión sexual. En el 2019 se registraron 4 mil 688 denuncias de agresión sexual, bajó levemente el número en el 2020 con 3 mil 875 denuncias, pero volvió a aumentar en 2021, año que cerró con 4 mil 807 casos. Al menos 13 casos denunciados por día.

A la hora de identificar las formas de expresión de este tipo de violencia, las participantes nombraron la intensificación de la circulación de fotografías publicadas sin consentimiento de a quienes les habían sido tomadas, la recepción de mensajes o imágenes explícitas que llegaban a través del correo, redes sociales o diferentes medios virtuales y la persistencia de las llamadas telefónicas y mensajes de voz con contenido sexual.

Agregaron que, además de lo que sucede en el terreno virtual, aumentaron las visitas repetitivas no deseadas de hombres a los hogares, trabajos y centros de estudio de las mujeres. Una de las cuestiones que se debatieron con las participantes fue si percibieron el mismo impacto de la violencia y acoso sexual cuando sucede de forma presencial o cuando se produce en el territorio digital. Respondieron afirmativamente. A la hora de listar los efectos que les generan se refirieron a sentimientos de culpabilidad o falta de confianza en sí mismas; dificultad al manejar situaciones de ira, depresión y ansiedad; sentirse solas al momento de ser acosadas por no tener apoyo; temor de que las situaciones de acoso verbal se conviertan en situaciones físicas que no pudieran controlar y sentir que el acoso se convertiría en algo permanente.

Se concluyó que, desde los hogares, centros educativos, espacios laborales, y otros lugares que forman parte de la cotidianeidad de las personas es necesario buscar los mecanismos o estrategias que ayuden a prevenir esta problemática. Además, es imperativo que la sociedad guatemalteca identifique el acoso sexual como una expresión de violencia a la cual es necesario visibilizar y nombrar porque mientras no exista un cambio radical en el imaginario social respecto a esto, seguirá existiendo en los diferentes ámbitos de la sociedad.

Es importante señalar también que en el país no existe un marco legal específico  para sancionar el acoso sexual lo cual se suma a la falta de atención de parte de las autoridades, obstaculizando con esto las acciones que pueden ayudar a mitigar esta situación.