Noe Vásquez Reyna / comunicadore y escribiente  mutante en transición no binaria

Con el nacimiento de cada una y uno de mis sobrin@s he sentido la necesidad de expresarles a las madres y padres, mis hermanas y hermanos… más bien, contarles, recordarles mi infancia. Pero no lo he hecho. Lo único que hago es tratar de estar presente en las vidas de es@s niñ@s. Disculparán ustedes que en este texto se detalle tanta diferenciación de palabras, tanta insistencia entre “a”, “o”, “e”, pero es precisamente en la distancia entre esas vocales abiertas o fuertes que se revelan mundos muy distintos para quienes han sido designados con ellas.

En Manifiesto contrasexual, Paul B. Preciado apunta: “La identidad sexual no es la expresión instintiva de la verdad prediscursiva de la carne, sino un efecto de reinscripción de las prácticas de género en el cuerpo”. Algo que se podría traducir como que eso de que todas las personas nacemos heterosexuales y cisgénero es una mentira repetida hasta la saciedad, con mucha violencia y represión incluidas. Remarco la palabra “reinscripción” y es difícil no pensar en castigo.

Para los tiempos que corren, ya se registran en el diccionario en español palabras como «cisgénero» (dicho de una persona que se siente identificada con su sexo anatómico) o «transgénero» (dicho de una persona que no se siente identificada con su sexo anatómico), cuando la palabra «sexo» se refiere a los órganos sexuales, y no a la orientación sexual. La American Psychological Association define «orientación sexual» como “una atracción emocional, romántica, sexual o afectiva duradera hacia otros”, que deja claro que no es una “elección”.

Existir y ser visible depende de muchas circunstancias; no solo de deseos, aunque no se pueda huir de estos. Para una parte de la población que se identifica y autodetermina como diversa, la visibilidad y la existencia rebasan al régimen social, político y económico impuesto como binario «mujer-hombre» que ha erigido, mantenido y obligado a permanecer invariable el hombre-blanco-cristiano-occidental-colonizador-capitalista-extractivista. El control es mucho más difícil aplicarlo a lo disidente, plural y diverso.

Desde hace algunos años me ronda la idea de que uno de los problemas torales de la humanidad es la socialización diferenciada y estructurada que hemos hecho y seguimos haciendo para quienes vienen al mundo, etiquetándoles y asignándoles un sexo y un género que les regirán el resto de sus vidas, si se dejan. Cuando entendemos que «género» se define como el “grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico”, según la Real Academia Española, que no se plantea incluir hasta 2026 el concepto «violencia de género», cuando se publique la edición 24 del Diccionario de la Lengua Española1  y que también admitió en 2019 parte (la menos) de sus raíces misóginas.

Lo simbólico es fuerte, potente, ruidoso

Y cambia la configuración de quienes leemos esas asignaciones en cualquier persona, y claro que en cada nuevo ser que nace, aunque pretendamos que su puñetazo no es evidente ni violento. Existe un adoctrinamiento férreo en dividir al mundo en dos. Estos nuevos seres son ubicados en mapas-sistemas binarios (blanco-negro, rico-pobre, hombre-mujer) que tienden a pensarse en opuestos supuestamente complementarios, aunque irreconciliables, que borran automáticamente los grises entre los extremos. La invisibilidad también es simbólica, y las existencias en el medio están ahí, permanecen silenciadas, hasta que se rompen esas narrativas tradicionales que encorsetan a las personas. Y aquí recuerdo esta frase de Dorothy Parker: “La heterosexualidad no es normal, solo es común”. Cuando tenemos en el imaginario colectivo la idea de que «normal» significa estar a salvo.

Preciado prosigue: “Dado que lo que se invoca como «real masculino» y «real femenino» no existe, toda apropiación imperfecta se debe renaturalizar en beneficio del sistema, y todo accidente sistemático (homosexalidad, bisexualidad, transexualidad…) debe operar como excepción perversa que confirma la regularidad de la naturaleza”. A veces pienso que existen palabras reinterpretadas a gusto como «naturaleza». Según Aristóteles, “la naturaleza solo hace mujeres, cuando no puede hacer hombres”, porque él, filósofo y también considerado padre de la biología², pensaba que las mujeres eran seres inferiores. Mucha de la ciencia tampoco quiere cuestionarse su misoginia.

Regresemos a la infancia. Hay muchas infancias que no son comunes. Hay cuerpos que no serán comunes ni «normales» (en el sentido de “habitual u ordinario”) por más que el sistema dicte controles de todo tipo. Por gracias arcoíris y divinas, es decir, a los teorías feministas y existencias trans -que cuestionaron el control de los cuerpos y el derecho a decidir sobre ellos-, este siglo está presenciando el resurgir de infancias y juventudes que reclaman su derecho a salirse de ese sistema controlado y binario, con el apoyo de más personas adultas que han abrazado el pesar y las alegrías de estos cuerpos e identidades que se nombran e identifican como «no binarias», en un amplio abanico, porque las experiencias son distintas para todes.

La desbinariedad, para no dejarla en negativo, puede significar para algunas personas ni mujer ni hombre, o amb@s, o una fluctuación entre géneros. Puede significar una experiencia trans, pero tampoco le debe a nadie una androginia. Puede usar los pronombres ella, él o elle; uno, dos o los tres, y no pasa nada, el mundo no se acaba. Las personas desbinarias somos personas y quizá ese sea el ejercicio más retador: tratar a otras, otros, otres como personas.