Rosario Orellana / laCuerda

 

Foto: mimundo.org

Ana Laínez Herrera nació el 9 de marzo de 1962. Durante sus primeros años vivió en el cantón Tikajay de Nebaj, Quiché y cuando apenas tenía cinco comenzó a mostrar sus habilidades artísticas e incluso revolucionarias. Siendo pequeña era tomada en cuenta por sus maestras para cantar y desde ahí motivaba a otras niñas para que alzaran la voz. Incansable, disciplinada y aferrada a sus convicciones, así la recuerdan quienes convivieron con ella en las distintas etapas de su vida. 

Durante su adolescencia, el ejército persiguió al estudiantado con los mejores promedios, ella figuraba dentro de ese grupo y al percatarse de los riesgos a los que se exponía permaneciendo con su familia, huyó y abandonó sus estudios. 

Con 20 años Ana se incorporó oficialmente a la guerrilla. Por sus aptitudes y experiencias formó parte de la estructura de radiocomunicación. Celia, como se le conocía en el campamento, siempre lideró con sensatez, de una manera natural. “Ella estaba segura de su camino y de lo que quería defender”, afirma Mauricio*, compañero suyo en la lucha armada, quien además recuerda que, debido a los peligros implícitos en el marco de la guerra, Celia se vio obligaba a separarse de su pareja y dejar a su hija mayor. “Esto fue muy doloroso para ella, pero estaba muy comprometida y nunca perdió la armonía”, continúa. “Era una mujer que destacaba por su sencillez. Siempre se estaba riendo”, dice.  

Las palabras de Mauricio coinciden con la descripción de Isabel*, quien agrega que Celia desde muy joven fue capaz de escuchar las demandas de las mujeres y elevarlas a una consciencia colectiva en busca de propuestas que garantizaran el bien de todas. En 1996, luego de la firma de los Acuerdos de Paz, Ana regresó a Nebaj y en el 2000 comenzó un trabajo organizativo a nivel comunitario para promover la participación, empoderamiento y complementariedad de las mujeres ixiles, relata Diego Santiago Ceto, uno de los primeros alcaldes del área ixil con quien compartió desde su infancia. 

El paso del tiempo y su militancia le permitieron adentrarse cada vez más en la defensa de derechos, particularmente de las mujeres indígenas y de la Madre Tierra. Su activismo inagotable la llevó en 2008 a convertirse en la primera mujer alcaldesa de las Autoridades Indígenas Ancestrales de Nebaj y portó la Vara de Autoridad como una clara muestra del reconocimiento a su liderazgo. Una década después, Ana solicitó su descanso de la alcaldía por problemas de salud y se convirtió desde aquel momento hasta el 2022 en orientadora de quienes se fueron integrando. Por su lado, Magda recuerda que Laínez varias veces “se sintió excluida por los propios compañeros. Siempre dijo que imperaba el machismo y eso la desanimó. No ejercía su liderazgo con libertad”, asevera.  

Durante ese período impulsó la lucha por la búsqueda de justicia, fue testiga y acompañó a otras mujeres en el juicio por genocidio ixil, que terminó con sentencia condenatoria en mayo de 2010; desarrolló iniciativas para el empoderamiento económico de las mujeres ixiles; acuerpó a la familia de la activista Juana Raymundo tras su asesinato e impartió clases en la Universidad Ixil motivando a las juventudes a conocer más sobre su cosmovisión y a fomentar la participación social y política de las mujeres. Según recuerda Santiago, en 2009 Ana fue formalmente reconocida también como curandera y guía espiritual. Siete años después, Laínez fue nombrada, junto a Diego, como vocera de la población ixil a nivel nacional. 

En simultáneo y con la agilidad de Ana para organizar y articular, formó, en compañía de otras, el Movimiento de Mujeres Ixiles B’okol Ixoj Vaaxil B’atz’ principalmente para que las mujeres reconocieran las múltiples formas de violencia y encontraran su autonomía económica. “Tenía muchos sueños. Dejó abierto el camino para muchas y siempre nos dijo que debemos apoyar a las nuevas generaciones. Afirmaba que sin las mujeres no hay equilibrio”, asegura Magda*. 

Se lucha por la memoria para siempre

Aunque el camino se fue poniendo cuesta arriba y su situación económica fue en detrimento, Ana insistió en potenciar otras formas de vida como muestra de su resistencia frente al sistema. 

“Su trabajo y posicionamiento ya no la dejaban vivir en el capitalismo por eso se unió al mercado campesino en Nebaj; ella hacía sus propias artesanías, tejía o hilaba para vivir de eso. Cuando íbamos a manifestaciones, nos recomendaba llevar nuestros productos para vender, siempre estaba viendo cómo generar ingresos, permanecía muy activa”, relatan sus compañeras del movimiento.

Durante el último año, Laínez presentó complicaciones de salud severas y sus amistades aseguran que se debía a temas emocionales combinados con los altos precios de los medicamentos por los que Ana no tuvo acceso a tratamientos dignos, empeorando con el paso de los días. “Estaba enferma por el sistema, porque siempre a las defensoras nos ponen en una posición muy dura. Ella tenía un cúmulo de cosas que su cuerpo no absorbió a causa de sus luchas y de su participación en la guerrilla”, recuerda Magda. Por su lado, Santiago Ceto concluye que “como autoridades se enfrenta mucha criminalización por parte del Estado. Ana fue agredida por su búsqueda de la justicia en el caso del genocidio ixil. Los alcaldes municipales nos atacan porque nos ven como una competencia, somos judicializados, ella tuvo muchas denuncias falsas en contra, o como lo que nos pasó en septiembre de 2022 cuando quisieron desalojarnos de la Municipalidad de Nebaj”, comparte el entrevistado.

El 26 de julio de 2022, Laínez falleció a sus 60 años y hoy su familia junto a cientos de mujeres a quienes impactó con su ejemplo, tendrán la dura tarea de mantener viva su memoria. Un legado que acercó a decenas de mujeres, sobre todo de Nebaj, a encontrar su fuerza individual y colectiva. Ana luchó hasta su último suspiro y fue fiel a sus principios demostrando que, a pesar de ser criminalizada por su obstinada lucha por justicia y por mejorar las condiciones de vida de las mujeres, tenía la solidez necesaria para no claudicar.