Rosario Orellana / laCuerda

Recientemente finalizamos la revisión de piezas periodísticas para la edición 237 de laCuerda, que, por cierto, desde ya les invito a estar pendientes de su lanzamiento en nuestros sitios web y las redes sociales. En esta ocasión decidimos que dedicaríamos sus páginas a las niñas de Guatemala, para poder explorar sus propias miradas sobre las realidades que habitan y reflexionar lo que quieren y sueñan.

Como país y como sociedad, la deuda con las niñas es inconmensurable. No hemos sido capaces de garantizarles nutrición, estudios, seguridad, recreación, vivir sin violencias, justicia, oportunidades de desarrollo integral, en fin, vivir en dignidad. Y ejemplos sobran. Solamente en mayo de 2024, se activaron un promedio de 165 alertas Alba-Keneth por semana y alrededor de 75 en este mes, son de niñas; en cuanto a embarazos y partos productos de abuso sexual, el Observatorio de Salud Reproductiva (OSAR) registró que al menos 681 niñas de entre 10 y 14 años tuvieron un bebé en Guatemala entre enero y abril de este año; como si esto fuera poco, han pasado siete años desde el incendio en el Hogar Virgen de la Asunción en el que 41 niñas y adolescentes quedaron calcinadas y otras 15 resultaron gravemente heridas, y no fue hasta enero 2024 que inició el debate oral y público… aún los acusados buscan criminalizar a las sobrevivientes, y así podemos continuar la extensa lista.

Profundizar en todas estas aristas es agobiante, parece un túnel sin salida; no obstante, después de leer a estas niñas que fueron entrevistadas para las notas, encuentro un halo de esperanza.

Las niñas coincidieron en que permanecen en alerta porque la violencia en su contra se manifiesta adentro de casa y/o fuera de ella, sin recelo; que sus derechos se vulneran con total permisividad e impunidad y que sus voces no son escuchadas.

Saberse niña en este contexto, entre muchas otras cosas, resulta ¿justo?, ¿digno?, ¿positivo? Y es que estar conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor es fundamental para poder transformar esas realidades. Como bien dijo Luz Martínez (la estudiante de la Universidad San Carlos) en su discurso de graduación como Economista el pasado fin de semana, «el camino para la construcción de un mundo más justo es el conocimiento» y precisamente comprender cómo ven las niñas sus entornos nos da las herramientas y las rutas necesarias para trazar sociedades diferentes, en las que se coloque al centro la vida de todas y todos, en equilibrio entendiéndonos como parte de un todo.

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Ante la desidia del Estado, desde las organizaciones sociales se han creado y acompañado procesos que han favorecido a muchas de ellas, permitiéndoles contar con la fuerza y el respaldo para denunciar, actuar y cambiar sus propios territorios; las niñas se asumen como sujetas capaces de materializar sus sueños; reivindican sus luchas y defienden fervientemente la posibilidad de vivir de otras formas. Reconocen que cuidarse y respetarse entre ellas es un gesto enorme de valentía, capaz de cambiarlo todo. Ellas no buscan ni necesitan adultas o adultos que hablen por ellas, sino el apoyo para que, al alzar su voz, sean tomadas en cuenta, que sus miradas nos permitan entendernos y actuar desde el respeto y el reconocimiento de las múltiples experiencias.

Asumir que la cohesión entre los esfuerzos de las niñas, de las adolescentes y de las mujeres adultas en nuestra pluralidad, y hacer acopio de los saberes de todas, son claras afrentas al sistema para que junto a ellas podamos romper patrones opresivos que por siglos nos han limitado, para alcanzar vidas plenas.