María Dolores Marroquín/ La Cuerda
Pueblo chico, infierno grande, dicen por allí; y puede ser cierto cuando de control social hablamos. Aunque también hay otro lado de la moneda, cuando nos referimos a la cooperación y el interés común como un pilar de las relaciones comunitarias. La comunidad en armonía es uno de los sueños feministas al que le dedicamos tiempo en pensar y tratar de construir.
Desde la Asamblea Feminista, pensamos que las comunidades autónomas son agrupaciones voluntarias de personas que tienen como fin el bienestar, el crecimiento espiritual y la creatividad colectiva. Giran alrededor del cuidado del entorno, de la colectividad y de la persona. Son independientes y no sobreponen lo comunitario a lo individual porque ambas posiciones son integradoras, no están jerarquizadas.
En esta propuesta, los espacios del cuidado, la producción, el intercambio y el consumo se articulan alrededor de la tierra, del aire, del agua, de la energía y de los ejes de la soberanía alimentaria. Los derechos de acceso a la alimentación, al agua, a la tierra, a capacitaciones técnicas para el desarrollo comunitario, parten de la recuperación de las potencialidades de la naturaleza; así como de la implementación de planes comunitarios desde sus propias necesidades e impulso de la economía local, la redistribución de los trabajos de cuidado y de la división sexual del trabajo, impulsando la participación de mujeres y hombres en los trabajos de la casa de acuerdo a su edad y sus capacidades físicas.
En Guatemala hay diferentes tipos de comunidades, a veces se romantiza su existencia misma, y es que, en la realidad concreta, las comunidades son la materialización de múltiples miradas y desigualdades producto del capitalismo, el racismo, el sexismo y el neocolonialismo, lo que significa que hay una disputa de sentidos y expectativas sociales que confluyen en un territorio específico.
Está la otra cara de la moneda, la de la práctica concreta de la convivencia y la búsqueda del bien común a pesar de las diferencias religiosas, políticas partidarias, etarias y de clase.
El año pasado, durante los 107 días de Paro Nacional Indefinido, observamos un tipo de participación comunitaria, que ─haciendo gala de sus métodos de decisión y elección─ hicieron confluir las formas ancestrales de organización con la legitimidad de sus procesos de elección de autoridades, lo que redundó en el respaldo social a sus decisiones. Un tercer elemento que se hizo evidente fue la vinculación orgánica de la comunidad con los problemas nacionales.
Existen otras formas de participación comunitarias que expresan uno o dos de estos tres elementos, lo que no las hace menos valiosas en este proceso de construir equilibrio y armonía. Algunas comunidades en Sacatepéquez mantienen las formas organizativas que aluden al servicio comunitario. Desde la figura del alcalde auxiliar, hasta los ministriles, que son hombres mayores de edad que cada cierto tiempo le dedican un año al cuidado de los bosques y/o tierras comunitarias, calles, sistemas de agua y otros servicios comunitarios. En estas experiencias se observa amor al prójimo y aportes a la construcción del tejido social.
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Los Cocodes y otras formas de organización son parte del engranaje para el cuidado comunitario, por ejemplo: los comités de madres y padres de familia, los clubes del diabético, los servicios de las iglesias u otros grupos para atender a personas enfermas y la niñez, para facilitar el estudio formal y el acceso a la salud de adolescentes.
Los cabildos abiertos en muchos lugares siguen siendo la expresión de la voluntad popular, y aunque tienen sus dinámicas en ocasiones difíciles, son espacios donde las comunidades avanzan hacia la construcción de acuerdos sobre las necesidades para vivir bien y sobre satisfactores que respondan a sus problemáticas. Estos cabildos en ocasiones se convierten en espacios de resolución de conflictos, a través de la deliberación de los disensos.
Las feministas soñamos con que esas asambleas comunitarias también sean el espacio para la identificación de las necesidades a resolver mediante los conocimientos y habilidades de las personas integrantes de la comunidad y, que, a partir de eso, se promueve que quien los tenga los aporte.
La comunidad es un referente en nuestro buen vivir. Da satisfacciones y es alegre sentirte y pensarte como parte de una comunidad que está caminando en armonía y equilibrio.