Paula Irene del Cid Vargas/La Cuerda

El alimento, la vestimenta y el refugio son fácilmente reconocibles como necesidades básicas del ser humano. Con la pertenencia no sucede lo mismo. Una perspectiva individualista la concibe como la necesidad de vínculo con otras personas, una perspectiva comunitaria también se refiere a la necesidad de las personas de establecer una conexión con el territorio, con los mecanismos para poder decidir, actuar y así lograr un propósito o misión colectiva. En esta concepción comunitaria, la pertenencia también se concibe como un derecho fundamental de nacimiento de cualquier ser humano, es imposible pensar al otro como fuera del «uno», de winaq, del pueblo. Con esta comprensión de la pertenencia, ésta se vuelve vital para sobrevivir y para el bienestar.

Las fiestas y actividades culturales tienen entre sus propósitos la construcción de ese sentido de pertenencia. En la época moderna-colonial, las fiestas son un lugar dinámico en el que se ponen en juego la recuperación de la memoria de los pueblos, las intenciones de control y del dominio de quienes ejercen el poder, aunque mediatizadas por las lógicas mercantiles y capitalistas, también son espacios para construir nuevas formas de mirar el territorio e ir construyendo nuevos proyectos colectivos y factores de conexión.  Las «fiestas patrias» de este año dejaron niñez, jóvenes y personas adultas heridas y otras que perdieron su vida en accidentes ocasionados por conductores imprudentes, peleas y balaceras; aunque menos trágico, también se registraron incidentes alrededor de algunos de los colegios «históricos» que impulsan los desfiles: agresiones de distinto tipo por parte de  alumnado y visitantes hacia vecinos; bloqueo de entradas a los domicilios, basura y suciedad; en algunos casos, se atrevieron a golpear a quienes les solicitaron que finalizaran el escándalo. Bandas musicales y desfiles imitan la lógica jerárquica militar que ensalza la confrontación y la guerra; y las borracheras e imprudencias que proporcionan efímeros instantes de placer en unos, dejaron disgusto, hartazgo, conflictos y duelos innecesarios. Este tipo de catarsis colectivas basadas en la reificación de una mirada engañosa sobre los hechos fundacionales del Estado de Guatemala, no contribuye a la construcción de una mirada común de futuro, ni a la generación de sentido de pertenencia. 

En tanto espacio compartido, necesitamos construir una mirada común de cómo queremos vivir en este territorio, poner en cuestionamiento la perspectiva mercantilista sobre los bienes naturales y por lo tanto las políticas desarrollistas y extractivistas. En este momento, en el que se está impulsando la ley de aguas, es fundamental asegurar la participación de organizaciones y autoridades que tienen esas miradas integradoras del territorio y los bienes, para que sean tomadas en cuenta en dicha ley.

Te invitamos a leer: Septiembre sabe a preguntas 

Las feministas en Guatemala sabemos que la pertenencia se construye con cuidados. Desde la niñez hasta la vejez, las personas necesitan tener espacios para formarse, para encontrarse a sí mismas, sus vocaciones y así el lugar para contribuir con su trabajo a su colectividad y devolver lo recibido. Para ello se requiere la construcción de una red de redes de cuidados y afectos que garantice el bienestar de la niñez, juventudes, adultez y personas adultas mayores en los distintos contextos territoriales del país; guarderías, atención primaria en salud, escuelas, múltiples centros para distintos objetivos: meditar, ocio, desarrollo de creatividad y de las artes, para vincularse con la naturaleza y actividades que brinden ese sentido de pertenencia colectiva.