Por: Rosario Orellana

 

El 3 de junio de 2018 no fue cualquier día. Cayó domingo, cayó ceniza. Pasado el mediodía comenzaron a circular noticias sobre la desmesurada erupción del volcán de Fuego que arrasó con comunidades enteras ubicadas en las faldas del coloso. La cantidad de personas desaparecidas era alarmante y el listado de muertes se hacía cada vez más extenso. La tragedia ratificó las paupérrimas condiciones bajo las que se rige la previsión de desastres naturales en Guatemala y cómo estas zonas son vulnerables por su ubicación, pero sobre todo por las desigualdades sociales. 

Las consecuencias de esta catástrofe se deben analizar desde la óptica de las políticas públicas y el diseño neoliberal del Estado que constriñe y cosifica la subjetividad de las poblaciones, para sostener un sistema económico que les instrumentaliza para mantener los grandes monocultivos.

Cristian Cermeño
Psicólogo del Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial (ECAP)

Quién iba a pensar que este drama se convertiría en un estímulo para que muchas mujeres rompieran el silencio, que deshilarían los roles tradicionales para levantar la mano ante las injusticias. O inclusive que transformarían el dolor en energía para seguir luchando. Lo perdieron todo, también el miedo. 

Durante los siguientes meses después de la catástrofe, las mujeres se sumaron de forma activa a la búsqueda de cuerpos en las casas y calles soterradas bajo material piroclástico. Así fue como comenzaron a redefinirse como integrantes indispensables de sus comunidades, en las que no existía un sentido de pertenencia o del bien común. 

Construir una nueva vida  

La mayoría de familias se dedicaban a la agricultura. “Vivían de la siembra de café y caña”, explica la psicóloga Ximena Fuentes, trabajadora en la zona del desastre con familias sobrevivientes. “Con la destrucción de las tierras, se quedaron sin trabajo y se vieron obligadas a buscar nuevas formas para obtener ingresos económicos”, añade. 

Fuentes considera que la emergencia duró demasiados meses “impidiendo generar suficientes herramientas de autonomía que prevalezcan en el tiempo”. Pese a ello, las mujeres comenzaron a movilizarse.

Natalia y Norma son dos personas excepcionales. Luego de la erupción y encontrar a la mayoría de sus familiares entre los escombros, consiguieron trabajo en Escuintla y en septiembre, cuando se suspendió la búsqueda de cuerpos, crearon un comité para reanudar los procesos con la maquinaria; enfrentaron a ministros, diputados y otros funcionarios. No es un grupo grande, son entre 15 y 20 mujeres organizadas, amas de casa, pero hay que visibilizar sus esfuerzos”, esboza Sofía Letona, fundadora de Antigua al Rescate. “Fue su lucha la que abrió las puertas para que el gobierno asignara cinco millones de quetzales para la búsqueda de desaparecidos del volcán de Fuego”, agrega. 

En contraparte, en el caso particular de “La Trinidad”, una de las comunidades afectadas por la erupción, Letona no prevé cambios significativos en la lucha por la equidad. “Son personas repatriadas de México, saben leer y escribir, pero históricamente el oficio de las mujeres ha sido cuidar la casa y a sus hijas e hijos. Están esperando que el gobierno les de tierra para irla a trabajar y continuar con su vida”, señala con preocupación. 

Cristian Cermeño, integrante del ECAP, apunta que las mujeres aún son el grupo más vulnerable y que pese a haber conseguido la participación de muchas, en diversos procesos durante la emergencia, existe una alta probabilidad de que algunas de ellas vuelvan a los roles tradicionales, por lo que se convierte en una necesidad la implementación de acciones que eliminen las violencias. “Tiene mucho que ver con el impacto que tuvo la guerra en Escuintla”, fija el especialista. 

“En estos lugares también se reproduce un modelo que recarga a las mujeres. Al inicio se les ofrecían talleres de corte y confección y diseño de uñas acrílicas, cuando en realidad podrían aportar mucho en el diseño urbanístico o siendo parte de algún Consejo Comunitario de Desarrollo, en la toma de decisiones. Las quieren activas, pero sin quitarle el protagonismo a los otros grupos”, puntualiza el psicólogo. 

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· En su mayoría, las mujeres que buscaron trabajo tras la emergencia, se han visto obligadas a desempeñarse en espacios informales, con poca remuneración y extenuantes jornadas. 

· Por ser las encargadas del cuidado de la niñez en las comunidades, muchas deben optar a trabajos de medio tiempo que no les permiten cubrir sus gastos básicos. 

· Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la canasta básica ascendió en enero de 2019 y supera los Q3 mil 500 por familia integrada por 4.77 personas, incrementando el riesgo de caer en pobreza extrema. 

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Fotografía: Morena Joachin

Volver con las manos vacías

Después de que los albergues cerraran sus puertas a finales de diciembre de 2018, Eugenia volvió a su casa en San Miguel Los Lotes, Escuintla. “De allí logramos sacar a 40 de sus familiares. Pasa las noches en completa oscuridad y dentro de una champa que ella misma construyó. Si ella quiere comer, tiene que buscar trabajo, como cortar café”, comparte Sofía. 

“La emergencia ya pasó, estamos en el período de reconstrucción. Es fundamental que las mujeres se involucren más para lograr una transformación. Son comunidades en donde hay incesto, matrimonios forzados, niñez violentada y nula inclusión”, concluye Cristian. 

La tragedia podría ser una bisagra en la realidad de las mujeres y el inicio de un nuevo ciclo sin violencias. Se dio el primer paso, pero aún falta mucha resistencia para recuperar nuestros territorios.