Metas variadas, distintas y hasta opuestas tenemos, porque no somos una masa uniforme de aparatos de reproducción, ni seres inertes que no sienten ni piensan. Las mujeres, en plural, somos la mayoría de la población. Aún con diferencias, tenemos coincidencias y compartimos deseos: una gran mayoría aspiramos a vivir dignamente, sin violencia, con nuestros derechos en acción, y nuestros cuerpos y personas, libres de opresiones. 

Claro que no todas hemos alcanzado el mismo nivel de conciencia, pero sí muchas sabemos, porque lo vivimos en carne propia, el dolor y la frustración que nos provocan las injusticias, el machismo y la extensa variante de violencias que se ensañan sobre las mujeres, desde la niñez hasta la muerte. 

Aunque sea de manera intuitiva, sabemos que no se vale que nos den los lugares más bajos de la escala, que nos arrinconen, invisibilicen y silencien, que no nos den oportunidad para participar, crecer, estar. 

En Guatemala, cuando las feministas nos juntamos y conversamos, cuando asistimos y nos acompañamos, sea por causas externas o por solidaridad, transmitimos sentimientos comunes, historias similares, sueños compartidos. El primero, y quizá no siempre explícito, es vivir libres de violencias, sin gritos, imposiciones, malos gestos, golpes, gruñidos, insultos, abusos, carencias, dolor. Libres para realizarnos, desarrollar nuestras capacidades, disfrutar nuestros placeres. También sintonizamos en el afán por vivir en un mundo menos deteriorado, social y ambientalmente. 

Las integrantes de la Asociación La Cuerda consideramos que el Estado de Guatemala es patriarcal, además de racista y clasista, lo que explica por qué las mujeres le son indiferentes, o peor aún, tan sólo útiles para perpetuarse y generarle ganancias. Basta examinar las estadísticas para comprobar que las mujeres viven las peores condiciones de vida y constituyen las mayores víctimas de explotación y violencia sexual. Las mujeres indígenas, como se sabe, padecen en mayor grado las consecuencias de la discriminación y las desigualdades. 

Esa es una de las razones por las que interpelamos al Estado como autor de violencia, no sólo cuando recurre al uso de la fuerza bruta del ejército y la policía, sino al imponer una cultura de desprecio, de crueldad, de hipocresía e irresponsabilidad que termina justificando y fortaleciendo las formas más abyectas de dominación. 

La reflexión, la experiencia y nuestro afán de vivir bien, apuntan a confirmar que la lucha de las feministas es por todas: por nuestras hermanas, hijas, madres, abuelas, amigas, parientas y anónimas desconocidas. De allí vienen las consignas que asumimos en todo el mundo, como ¡Vivas nos queremos!, ¡No estamos solas! o ¡Ni una más!, entre otras, porque con ellas nos identificamos como luchadoras por vida digna para todas las personas. 

Desde esa perspectiva exigimos al Ministro de Gobernación Enrique Degenhart, que informe públicamente qué está haciendo para prevenir la violencia desatada contra las mujeres y rinda cuentas sobre su quehacer al frente de esa cartera. Vivir con justicia y seguridad es lo que queremos, vivir en paz.