Por: Andina Ayala / Antropóloga guatemalteca

La primera vez que leí algo sobre esta chica mexicana, fue hace un mes. Estaba yo scrolleando en Facebook, cuando de pronto aparece la noticia de una chica indígena que salía de modelo en la revista Vogue. Lo primero que pensé fue: ¡qué chilero!, le di click a la manita con el pulgar hacia arriba y continué. En los días siguientes, continuaron apareciendo noticias y opiniones de todo tipo sobre este fenómeno cinematográfico y mediático llamado Roma -porque ya saben, en face todos nos volvemos críticos y expertos en cualquier tema- y me llamaron la atención la infinidad de titulares sobre la discriminación hacia la protagonista indígena. Entonces pensé: “un caso más en que la sociedad se divide en buenos y malos”. Y así fue, unos la defendían, otros se burlaban con cierta dosis de veneno. 

Para poner al tanto a quienes no están enteradas del caso, hablo de la mexicana Yalitza Aparicio, que en Roma interpretó el personaje de una trabajadora doméstica. No entraré en detalles de su desempeño actoral, pues lo que me motivó a escribir fue el escozor que causó con su imagen como modelo en Vogue. Honestamente, yo pensaba que en Guatemala pululaba un racismo más agrio que en México, pero claro, uno sólo puede percibir ciertas cosas. 

Me encanta la intervención de esta chica en las redes, porque este es un espacio del que brotan sin cuidado las opiniones, sean burdas, estúpidas, discriminatorias o de cualquier otro tipo, y sabemos que en la cotidianidad, la de carne, sudor y hueso, están más “cuidados” los lenguajes y expresiones que transmiten discriminación o racismo.

Claves

Propongo tres puntos clave para leer este fenómeno de discriminación: el primero, a distancia y de manera global, es decir, lo que se percibió en comentarios de otros países de Latinoamérica y Europa, especialmente desde España, con un titular de diciembre del año pasado, publicado en su versión impresa, que rezaba: “La sirvienta que se ha convertido en estrella”. Aquí hay varias lecturas, aunque yo pienso en dos caminos: la leemos desde una posición digna y realista: ¡sí, ese fue su papel de sirvienta!, pasamos la página y no le hacemos resonancia, o pensamos que decir eso, en el contexto de la crítica destructiva en que venía desarrollándose, es como ponerle más limón a la herida, y activar nuevamente a los que no están dispuestos a ceder ni un pelo, para que no se caiga la fuerza de la supremacía “blanca”, ni siquiera en algo que pareciera obsoleto como lo es el arquetipo de belleza femenina.1 

El segundo punto de análisis, los brotes de racismo, insultos y odio, nos obligan a voltear la mirada y hablar, ya no de racismo, porque sabemos que está allí, sino de cómo las redes “sociales” se vuelven espacios, digamos seguros, para expresar con más libertad (a veces con identidades falsas) sentimientos de xenofobia, que se mantienen ocultos, que logran persistir o camuflarse, no sólo entre mexicanas y mexicanos, sino entre latinoamericanos. 

El tercero, la redención de los medios que suponen defender a la joven, cuando lo que hacen es publicitarse como los buenos, encantados por la belleza indígena, inclusivos y con ética para señalar a personas y a las otras corporaciones mediáticas. 

A estos que quieren darse sus baños de pureza y virtud, también les decimos: ¡no! No nos tragamos la palmadita en la espalda, además reconocemos miles de formas de ser bella, y se nota que incluso a Yalitza la presentan bajo el modelo y estándares de belleza occidentales; remito a a sus más recientes fotografías, que no nos vengan con cuentos, ¡sí podés salir en Vogue!, pero bien editada, estilizada, cercana al estereotipo. Si quieren sacar a una mujer expresando su cultura, la publican en la National Geographic. 

Acomodar la vestimenta indígena a lo que ellos llaman alta costura, no es demostrar respeto, es usarlas vaciando su historia y escondiendo el modo capitalista de explotación en que esas prendas se hicieron. 

Tras hacer un análisis de las imágenes recientes de Yalitza Aparicio, invito a ponerle atención a: el maquillaje para resaltar o aminorar facciones, el cabello, los zapatos e incluso al fotoshop para modificar el tono de piel u otras características. Esto también tiene tintes de racismo, y de clase. Los mercadólogos son maravillosos y apelan a nuestros sentimientos con encabezados triunfalistas, al mismo tiempo nos musitan que la belleza está en la marca. No son los pueblos originarios los que se dan el lujo de usar los productos que se ofertan en Vogue, es ésta la que se da el lujo de utilizar a una joven oaxaqueña de 25 años y causar controversia, encima en un contexto político, -que no debemos pasar por alto- el de los migrantes, muchos posiblemente indígenas, y probablemente de ocupaciones laborales de servidumbre. A veces al sistema económico le conviene chasquear los dedos y expiar un poco las culpas, revolviendo otras aguas, las aguas del racismo. 

Plantearía aquí, como conclusión final, que doy la razón a quienes comentaron pestes, ¡claro que es fea! es fea para este sistema global déspota y para sus borregos, y eso no debería asustarnos, quizá indignarnos. Es más importante seguir preguntando a quiénes y por qué debemos creer que tienen La Verdad.

 

 

1. Hay que recordar que hablamos de un arquetipo que es un producto, que representa transacciones comerciales, ganancias, etc, más en el mundo de la moda.