Por: Maya Alvarado Chávez / laCuerda

 

La sexualidad, instrumentalizada por las lógicas de apropiación y de mercado, en estas elecciones es parte central de los discursos y ofrecimientos electorales. Todo lo relacionado con ella resulta más importante que la seguridad, la corrupción, la violencia, la pobreza o el desempleo.

No hablamos sólo la obviedad de la utilización de mujeres como edecanes y bailarinas en los eventos de campañas. Se trata de la instrumentalización de los mandatos construidos sobre los cuerpos sexualizados y racializados de las personas.

La mayoría de candidaturas no han escatimado tiempo, esfuerzos, ni recursos en manifestar su fe “religiosa” como pilar fundacional de su propuesta electoral, basada en la defensa de la familia como núcleo de la sociedad, y su oposición al aborto y al libre ejercicio de la sexualidad y la autonomía de las mujeres sobre nuestros cuerpos. Las candidaturas a cualquier puesto de elección, inscritas o pendientes de inscribir, casi en su mayoría, coinciden en el discurso fundamentalista religioso y básicamente de derechas, aunque tampoco hay que perderse a algunas expresiones de “izquierda” o que se asumen como “democráticas” o “progresistas”.

Con dificultad puede encontrarse alguna variable o escucha activa de las realidades que se viven en nuestros territorios y que amenazan la vida, no sólo de las personas sino de nuestros entornos.

La heterosexualidad como base del Estado

En el momento en el que se funda el Estado de Guatemala, lo hace en función de la acumulación capitalista, para lo cual requiere garantizar la servidumbre, sobre todo de las mujeres y los pueblos. Para ello, requiere del régimen heterosexual, que además de normar la conducta sexual de quienes vivimos en este territorio, establece los mecanismos disciplinarios para quien tenga la osadía de transgredir cualquier mandato.

El disciplinamiento a las disidencias sexuales ha costado vidas, tiene rostros, cuerpos violentados, historias, resistencias y aportes que no han podido eliminar, a pesar de la saña de los fanatismos de cualquier signo, “paradójicamente” amparados en las “leyes” creadas con base en normas constitucionales.

Contrario a lo que creamos, la defensa a ultranza de la familia patriarcal, por parte de candidaturas a cualquier puesto de elección, no proviene de la creencia auténtica y el ejercicio de una “moral irreprochable” desde las “buenas costumbres” de las personas candidatas. Más bien proviene de la estrategia electoral de ganar votos a través de un discurso simple, plano y acrítico que ignora las realidades y se basa en la condena a los seres humanos. Los partidos en disputa por puestos de elección, necesitan manipular las creencias de la mayoría de la población, ya bastante enajenadas por los medios tradicionales de comunicación, en manos del poder económico, y principalmente por las iglesias católica o evangélica. Sin la heterosexualidad como régimen, se acaba la reproducción forzada y, por lo tanto, la generación de “mano de obra barata” para la explotación y acumulación de riquezas.

El discurso fundamentalista amenaza las libertades

Los discursos electorales sobre la sexualidad, son una apología del odio contra quienes se rebelan. Pero además, resulta impactante que problemáticas que desgarran, como el femicidio, la desaparición de niñas, niños, jóvenes y mujeres, no están en los discursos de campaña porque no ganan votos. Las niñas y jóvenes embarazadas como resultado de violaciones sexuales no dan popularidad. La trata de personas, la desnutrición de menores y sus madres, no son temas que convoquen al mercado de la propaganda política.

Todo eso no provoca repudio en la exaltada moral religiosa del electorado, que acudirá disciplinadamente a las urnas, para refuncionalizar el sistema y cambiar el rostro de los verdugos. Las “buenas conciencias” continuarán vociferando maldiciones para quienes denunciamos esas

realidades y rechazamos ser madres por imposición o como producto de violaciones, a quienes

defendemos la vida plena, la libertad, el derecho a decidir con autonomía sobre nuestros cuerpos y deseos.

La potencialidad de la sexualidad ha sido apropiada por el sistema para concretar dominaciones sociales y estrategias de elección. No es casualidad que algunas de las mujeres que aparecen como posibles punteros en las preferencias electorales, sean, en su mayoría, precisamente aquellas comprometidas con la corrupción, la impunidad y el genocidio. Candidatas al servicio del patriarcado colonial, oligarca y militar, que, para evadir la justicia, han comprado voluntades y tergiversado leyes defendidas por el movimiento de mujeres y feminista.

Ellas no nos representan, y si llegan a ganar las elecciones, que no es lo mismo que tener poder, administrarán el sistema desde las mismas lógicas de expolio, control social, provocando la misma asfixia que hoy nos sofoca.

La autonomía sobre nuestros cuerpos y vidas

Pone fin a la servidumbre patriarcal; la autonomía de los pueblos acaba con el colonialismo como régimen que legitima la servidumbre de mujeres y hombres, sobre todo, mayas, xinkas o garífunas. Por eso hay criminalización contra quienes defienden los territorios.

Desconfiamos del escenario electoral y los partidos políticos manejados por la oligarquía, los militares y los poderes transnacionales. Nosotras sólo deseamos sentirnos personas, comer sano y rico, educarnos; tener acceso a servicios dignos de salud; desarrollar relaciones de armonía entre la gente y con la naturaleza en los territorios referentes de nuestra historia; justicia y libertad para vivir, reír y bailar sin miedo en nuestras camas, casas, comunidades, barrios y organizaciones. Esto, sencillamente no cabe en los discursos electorales ni en las urnas.