Por: Ana Isabel Bustamente / Guatemalteca, montadora de cine radicada en Madrid

 

Con el tiempo me he dado cuenta que la inconciencia me llevó a hacer esta película. Aunque, al mismo tiempo, pienso que para hacer cine se necesita un poco de ella. No sé cuándo fue el momento exacto en el que decidí que quería preguntar sobre mi padre. Lo que sé, es que por mucho tiempo, lo único concreto que sabía de él era: su nombre completo, lo que había estudiado, la fecha de su cumpleaños y la del día cuando lo detuvo y desapareció el ejército. El resto eran datos sueltos que no lograba ordenar.

También recuerdo el día que me di cuenta lo difícil que era para mí preguntar y repreguntar (lo segundo creo que siempre ha sido lo más difícil). En una comida familiar, me pase todo el tiempo pensando cuál era el mejor momento para sacar el tema. Ya sabían que quería hablar de él, pero el tiempo pasaba y nadie decía nada. Llegó la hora del café y lo único que me atreví a preguntar fue: ¿a qué organización pertenecía mi papá? Solté la pregunta como un escupitajo y me la respondieron igual. Luego la conversación giró en torno a aventuras e historias sobre el Partido. Ese día me sentí tan cerca del dolor, que preferí asumir el silencio de mi familia.

Con ese sentimiento me fui a estudiar a Barcelona. Ese año, dentro de la escuela, debía presentar el proyecto de una posible película. El día que exponíamos, mi cabeza seguía dando tumbos entre dos ideas: la primera y la que había investigado, era sobre gitanas feministas, y la otra, sobre mi papá. Cuando llegó mi turno hablé de Emil, mi papá. A la profesora la idea le pareció perfecta, nadie en clase sabía sobre la historia de Guatemala, nadie tenía idea de la magnitud de la masacre. Volví a casa andando, necesitaba despejarme y retrasar mi llegada. Sabía que al llegar  debía llamar a mi madre y preguntarle si podía hacer la película. Ella me dio las gracias por querer hacer esa película y así comenzó la escritura de La Asfixia. Junto con Bárbara Sarasola Day escribimos el viaje perfecto que recorrería los mismos pasos que mi padre. En ese supuesto, todos los personajes hablaban libremente. Sin duda la distancia hizo que me olvidara del miedo.

Al estar de nuevo en Guatemala para grabar, la realidad de lo que estaba haciendo me golpeó. Llegamos justo después del juicio por genocidio a Efrain Ríos Montt. La memoria se había reactivado y con ella el miedo era evidente. A los pocos días, el guión sólo me servía como un mapa de viaje. La realidad me rebasó.

Gestionar mi dolor junto con la dirección de la película fue difícil. Durante el rodaje mi cuerpo me traicionó en varios momentos. Era claro que el personaje no quería seguir, pero la directora debía volver a España con material para hacer una película. No me podía romper frente a mi madre y no debía mostrar debilidad frente a mi equipo. Gracias al compromiso y apoyo de Carla Molina, Eduardo Cáseres, Joaquín Ruano, El Loco y Ameno Córdova, logré hacerlo.

Volví a España agotada y muy enojada con Guatemala, me costó un tiempo colocar el pasado en su sitio y reconocer el presente.

El montaje nos llevó dos años. Tiempo en el que Xavi G. Pereiro y yo, nos turnábamos para avanzar. En el primer corte supimos que teníamos dos películas, una política, histórica y otra de corte más personal. Decidí hacer la segunda, al fin y al cabo todo acto es político y la empatía que yo buscaba, la podía lograr de esa manera (segundo momento de inconciencia).

Decidimos parar de montar y yo me dediqué a escribir todo lo que me había provocado el rodaje. Escribí tres textos largos sin pudor ni censura. Eran vómitos y así los titulé. Con la ayuda de Xavi, decidí qué se hacía público y qué se quedaba entre él y yo. Así escribí la voz en la película y logramos el viaje íntimo que hay en ella.

Cuando había dado por terminada la película, recibí unas críticas que no me sentaron bien. Estaba agotada y las opiniones llegaban a destiempo. Hablé con Patrick Ghislain, que ya trabajaba en la mezcla final de sonido. Me disculpé por interrumpir el flujo de trabajo y le dije que eliminaría unas secuencias. Me recordó que cada película tiene ritmo distinto y me pidió que antes de hacer cambios, le mostrara la película al director Javier Rebollo. Así lo hice, nos reunimos los tres en un mercado de Madrid y junto con unos vinos, analizamos cada minuto de la película. Esa tarde, por primera vez en mucho tiempo, sentí que hacía cine. Fue el último empujón que necesité para terminarla. Patrick hizo un trabajo de sonido hermoso y Andrés Delgado junto a Carla, se encargaron de finalizar el color.

Mucha gente me ha dicho que soy valiente por haber hecho esta película. Pero lo lindo del cine es que no se puede hacer en soledad. La lista de personas que trabajaron y apoyaron en este proceso es larga, y sin ellas nunca hubiera podido tener la fuerza suficiente para hacerla y contar mi trozo de verdad. Gracias a todas y todos los que estuvieron y formaron parte de ella.