Donde nadie te esté diciendo cochinadas, ni acercándose de manera libidinosa. Donde podés ir vestida como te gusta, sin que se te queden viendo como bicha rara. Donde no hay hombres armados. Te sentís cómoda y segura cuando podés caminar a cualquier hora por dondequiera. Parece que esto fuera imposible, pero algunos lugares y países son así, todavía.
Para quienes vivimos en Guatemala, la seguridad se ha vuelto una mercancía inalcanzable, algo por lo cual tenés que pagar; un privilegio de clase, de quienes pueden rodearse de lo que se requiere para garantizar (con suerte) que nadie te va a amenazar o atacar (o sea, bardas perimetrales con alambres espigados, alarmas, luces, patrullas, guaruras, armas de grueso calibre, GPS, cámaras, etcétera).
Por otra parte, se ha asimilado el concepto de seguridad -que para nosotras equivale a garantía de bienestar- al de represión, control y vigilancia. De esa cuenta, hay gente que se siente “protegida” con garitas y hombres armados a la entrada de todos los espacios, aunque haya que dejar las señas de identidad, para manejo de saber quiénes. Nos han convencido que ocultarnos tras vidrios oscuros previene los asaltos, quitándonos la posibilidad de vernos en la calle, y condenando la transparencia al olvido.
La privatización de la policía es un fenómeno de la Era de la Impunidad que estamos viviendo. Al otorgarle funciones estatales a grupos de empresarios –usualmente ligados al ejército- se les regala un espacio de poder represivo, además de que se convierte en negocio lo que debe ser un servicio. La corrupción imperante ha permitido la existencia de decenas de empresas de seguridad, operando ilegalmente, así como la contratación de hombres mal pagados, sin entrenamiento, y al mando de armas letales.
Afirmar que eso no es seguridad, sino vigilancia y control, pareciera necio, pero nos han vendido la idea de que tener un arma es tener posibilidad de defendernos, sin contemplar que se puede estar cultivando un nido de asesinos, como en EE.UU. Es preciso que como sociedad explicitemos qué seguridad queremos, para vivir en paz, no para seguir en guerra.
Imaginarnos y sentirnos seguras es un primer paso para conseguir lo que queremos: La seguridad, como un estado sostenido y universal de bienestar que debe ser garantizado por el Estado para toda la sociedad. Seguridad es cuestión de certezas, de contar con un sistema que propicie las mejores condiciones para desarrollarnos, que no nos deje tirados a la deriva cuando envejecemos o padecemos incapacidades.
Entonces, no se trata sólo de seguridad de que no te asalten o te maten, sino de que desde la niñez hasta la muerte, podamos disfrutar nuestros derechos con libertad. Una cultura que no promueva el machismo, que no sea racista ni depredadora, es necesaria para que, como sociedad, nos sintamos sujetas de seguridad, es decir, merecedoras de vivir sin miedos.