Por: Geldi Muñoz, Gladys Olmstead, Simón Antonio y Andrea Carrillo Samayoa / (Este reportaje se realizó en el marco del Ciclo de Actualización para Periodistas (CAP), Fundación DESC)

 

Guatemala ocupa el sexto lugar en la lista de países con mayor incidencia de desnutrición crónica infantil. Los últimos dos gobiernos han echado a andar programas millonarios para mejorar los índices, pero han fracasado en el intento: de acuerdo con datos oficiales, en 2018 la desnutrición infantil había crecido unos siete puntos porcentuales respecto a 2015.

– “¿Qué hay hoy para almorzar en su casa?”

– “Sopas de vaso.”

– “¿Hay una sopa para cada uno?”

– “No.”

Con las pocas palabras en español que sabe usar, Hilda Rivera contesta preguntas sobre el almuerzo de su familia. Su idioma materno es el Chortí, el del pueblo maya al que pertenecen ella y toda su familia, formada por su esposo, Juan González, y sus seis hijos -cuatro hombres y dos mujeres-; la mayor se llama Glenda y tiene quince años, el menor es Nery, de cuatro. Hilda no supera los 160 centímetros de altura. Uno de sus ojos no responde a sus nervios, por lo que no logra fijar la mirada con los dos en un mismo punto. Viste colorida y fresca, calza sandalias como suelen hacerlo las mujeres chortíes en esta aldea.

Todos en esta familia son delgados. Tienen la piel morena, los ojos negros y el pelo café. El de los niños no es un café uniforme: en algunas partes la cabellera tiene un color más claro, casi rojizo. Es lo que los profesionales de salud llaman “signo de bandera”, una de las señales más obvias de deficiencia de ciertos nutrientes y calorías, esa y la pérdida de masa muscular, son señales fisiológicas de la pobreza.

Desde hace un tiempo, Hilda ha llevado a Nery, su hijo menor, a una medición de talla y peso en la escuela pública del caserío Las Lajas de la aldea Oquén en Jocotán, el municipio de Chiquimula donde viven, a unas cuatro horas y media en carro desde la capital. Les acompaña Doris, otra de las hijas. Las tres sonrisas están llenas de caries. La familia es una de las 170 que viven en el caserío, algunas con ocho, hasta 10 hijos.

En aldeas como ésta viven familias como la de Hilda, y los niños cuyas tallas engrosan las estadísticas que hablan del fracaso del Estado guatemalteco en combatir la desnutrición infantil: Guatemala ocupa el primer lugar en América y el sexto en el mundo en desnutrición infantil, de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef ). En la lista de países con mayor prevalencia de hambre en el continente, Guatemala está justo por encima de Nicaragua y Bolivia, según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Resultados desalentadores

Los dos últimos gobiernos presentaron, en papel, programas sofisticados de atención a la desnutrición, pero los resultados en lugares como Jocotán, son poco prometedores. Tanto el gobierno del Partido Patriota (PP) como el de Frente de Convergencia Nacional (FCN-Nación), se plantearon reducir un diez por ciento los indicadores nacionales de desnutrición crónica. Eso no ha ocurrido, los números han empeorado.

El informe Evaluación de Seguridad Alimentaria Nutricional 2018 refleja que el 53.2 por ciento de la niñez menor de cinco años padece de desnutrición crónica, lo que significa que ha aumentado en relación con las cifras reportadas hasta 2015. Los datos presentados en la Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil (ENSMI) 2014-2015 eran del 46.5 por ciento, menos de lo que se reportó en 2018 en un informe realizado por la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SESAN) y Unicef.

El gobierno de Jimmy Morales matiza las cifras. Juan Carlos Carías, secretario de la SESAN, dice que la cifra real es la de la encuesta oficial, la ENSMI, y que la única forma de determinar si los datos han variado es hacer otra medición igual, como la de 2014. Hay expertos que objetan esto.

Jorge Pernillo, coordinador de la Escuela de Nutrición de la Universidad Panamericana y consultor en temas de seguridad alimentaria, cree que es válido comparar mediciones. “El punto es que las muestras son representativas, entonces son comparables. Es un punto importante para demostrar que la desnutrición crónica aumentó”, dice el académico.

De cualquier manera, la Evaluación de Seguridad Alimentaria Nutricional, que refleja el aumento en la desnutrición, es elaborada por organismos internacionales con apoyo de la SESAN y los resultados se presentaron como oficiales en el Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Conasan), presidido por el vicepresidente de la República, según el experto.

En el calor de aldea Oquén de Jocotán, todas esas cifras, así como las justificaciones del gobierno, suenan a poco: De Nery, que comparte sopas de vaso con su familia en los almuerzos, se reportó que mide 96 centímetros y pesa 15 kilogramos (33 libras). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), estas tallas son el promedio para un niño sin desnutrición de tres años. El problema es que Nery ya tiene cuatro.

La mentira del gobierno

El puesto de salud más cercano a Las Lajas se encuentra en el caserío de Escobillal, dentro de la aldea de Oquén. Es una de las 32 clínicas que hay en Jocotán. Éste es el primer lugar al que llega la madre de un niño desnutrido después de las mediciones. Aquí empieza, según está escrito en los planes del gobierno, la atención integral a los niños con desnutrición: se les evalúa y traslada al centro de recuperación de Jocotán, ubicado a cuatro kilómetros, para determinar el nivel de deficiencia nutricional. Si es moderada, se le atiende en el momento con alimento terapéutico listo para el consumo, vitamina A, zinc y micronutrientes, para luego monitorear el progreso cada quince días. En caso de que los trabajadores de salud no vean mejorías en ese monitoreo, se les traslada al centro de recuperación de Jocotán, para recibir tratamiento. Si presentan complicaciones, los llevan al hospital de Chiquimula. Nunca trasladan a un niño sin el consentimiento de los padres o, en casos específicos y extremos, el apoyo de la Procuraduría General de la Nación (PGN).

Todo esto suena muy bien, pero en la vida real todo es más difícil de lo que aparece escrito en los protocolos oficiales. La falta de carreteras seguras y transitables para sacar a la niñez con algún grado de desnutrición de sus casas y comunidades debería ser una de las problemáticas prioritarias para el país. Según la ex ministra de salud, Lucrecia Hernández Mack, por la complejidad del problema, se necesita un trabajo intersectorial entre instituciones estatales, y multidisciplinario, “muy bien coordinado por SESAN”, para hacer que esto funcione.

En 2012, el gobierno del PP lanzó un ambicioso plan para cumplir la promesa electoral de reducir en un diez por ciento la desnutrición crónica infantil y para prevenir y mitigar el hambre estacional (período de escasez de alimentos, entre abril y agosto, en especial, en el Corredor Seco) con el fin de evitar muertes por desnutrición aguda. Ese plan tenía un título que era una promesa: Pacto Hambre Cero (PHC). Para alcanzar la meta, el programa insignia fue Ventana de los Mil Días, destinado a niñas y niños menores de dos años, en 166 municipios priorizados. Al final, el gobierno del PP nunca presentó mediciones sobre el impacto de esta parte del plan, por lo que fue imposible medir si la promesa electoral se había cumplido.

La prevalencia de desnutrición crónica para niñez menor de cinco años aumentó de 59.9 por ciento a 60.7 entre 2012 y 2014. La prevalencia entre la población específica a la que iban dirigidos los programas de Hambre Cero, aumentó un 4.4 por ciento, de acuerdo con el Grupo de Análisis Estratégico para el Desarrollo (GAED).

Cuando el gobierno del FCN-Nación y Jimmy Morales llegaron al poder, el nombre del plan cambió, ahora se conoce como Estrategia Nacional para la Prevención de la Desnutrición Crónica (ENPDC) 2016-2020.

Lo que no cambió Morales fue el tamaño de la promesa: él también se comprometió, en su primer discurso como presidente, el 14 de enero de 2016, a reducir el diez por ciento de la desnutrición crónica infantil en cuatro años. El entonces nuevo mandatario dijo que iba a hacer un uso adecuado de los recursos, así como a efectuar monitoreos mensuales para garantizar que los resultados fueran efectivos.

El 7 de febrero último, tres años después de las promesas de Morales, el vicepresidente Jafeth Cabrera reconoció que el gobierno no cumpliría, y bajó el umbral propuesto al inicio de su gestión: dijo que su administración sólo reduciría el cinco por ciento la desnutrición infantil. El vicepresidente lanzó sus cifras: “Nos queda muy poco período de gobierno y en algunas regiones como la chortí, hemos disminuido hasta un seis por ciento, en otras no se ha logrado, apenas llegamos a 1.6 por ciento, por múltiples causas”, dijo Cabrera.

Toda esta numerología contrasta con las mediciones más amplias, según las cuales la desnutrición en 2018 creció casi siete puntos porcentuales respecto a 2015. Y todas las cifras, en general, chocan con metodologías de medición que son, por decir lo menos, deficientes. Juan Carlos Carías de la SESAN, reconoció que los expertos que plantearon la estrategia para la reducción de la desnutrición crónica no consideraron una medición a mediano plazo. El único referente que hay, aceptó este funcionario, es el llamado SIGSA, un sistema de información gerencial de la salud pública alimentado por enfermeras en el campo, con la información de los pacientes que atienden. El SIGSA es sólo eso, un compendio de cifras que ni siquiera son analizadas.

La evaluación de 2018, realizada por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y Unicef, con apoyo de las autoridades locales, también arroja otros datos que certifican la gravedad de la desnutrición infantil en Guatemala. Por ejemplo, el 60 por ciento de los casos está en el grupo etario entre 36-48 meses, al que pertenece Nery, el hijo menor de Hilda; y el 19 por ciento de ese grupo ya presenta retraso de crecimiento severo por mala nutrición. Más grave: los casos de desnutrición aguda a nivel nacional, la que mata niñas y niños, afectan al dos por ciento de la niñez guatemalteca. Este porcentaje está casi tres veces por encima del 0.7 por ciento que presentó la ENSMI 2014-15.

Juan Carlos Carías, de la SESAN, enumera la lista de logros escrita por las autoridades cuando se le cuestiona por situaciones como las de Jocotán. Dice que, a nivel nacional, el gobierno ha recuperado sistemas de riego que estuvieron sin mantenimiento para favorecer la producción de alimentos locales, y ha impulsado proyectos de producción de huevo y desarrollo de cosechadores de agua. Desde los caminos polvorientos de Oquén todo eso suena a poco. Lo que falta es el agua.

El Estado debe garantizar que la niñez esté bien alimentada

Ante la falta de resultados y el aumento en los porcentajes de desnutrición nacional, la ex titular de Segeplan, Karin Slowing, opina que hacer programas temporales aislados, como la Ventana de los Mil Días, no resuelve el problema. “Hay que asegurarse que los niños con desnutrición crónica van a comer todos los días durante los próximos veinte años de su vida y que van a comer bien”, dice.

Algo similar piensa la ex ministra Lucrecia Hernández. “Esto es una cuestión que rebasa a un ministro, a un ministerio o a un secretario, entrarle a la coordinación interinstitucional tiene que ser una decisión política y de política pública al más alto nivel: entiéndase, del presidente”, asegura.

Las explicaciones de Hilda Rivera son más urgentes. En su español básico, desde su timidez, describe su pobreza: ella hace la comida diaria con los ingredientes baratos que va encontrando cada día. Casi siempre tiene maíz y una planta rica en nutrientes conocida como quilete, una especie de hierbamora que se prepara en caldos y guisados. “Cuando hay, frijol; cuando no hay, se come tortilla con sal o quilete”, explica como quien lee una sentencia.

Hilda no recuerda qué comieron el día anterior, pero sí que hubo comida. Hoy, después de un desayuno que había consistido en huevo con aceite, el almuerzo será cuatro sopas de vaso para los ocho integrantes de la familia. La cena, frijoles si los encuentra, y si no sopa de quilete, otra vez.

 

 

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