Por: Mariajosé Rosales Solano / laCuerda 

 

Dibujo: Sucely Puluc

En La Cuerda, desde hace varios años, nos enfocamos en pensar y tratar de encontrar soluciones para generar una vida sin violencia. Para nosotras, significa generar cambios estructurales en todos los ámbitos de la vida para resolver lo material y simbólico, y realizar procesos de concientización para que las personas deseemos vivir sin violencia. 

Es así que en los últimos dos años hemos estado en procesos de formación con adolescentes y jóvenes de varios centros educativos, con estudiantes de la universidad pública, y con mujeres en barrios del municipio de Guatemala y Chinautla, tratando de identificar cuáles son los caminos a seguir en lugares donde se concentra la violencia. 

Ha sido un ejercicio para pensar si las acciones que realizamos contribuyen a tranquilizar los contextos locales o comunitarios. Nos preguntamos: ¿Qué recursos se necesitan?, ¿Cómo desarrollamos pactos o acuerdos entre las personas o grupos involucrados?, ¿Es posible plantearnos una dinámica tranquila y escoger a las personas idóneas para administrar los bienes públicos?

En esta dinámica, la alarma se activa cuando el sistema de la impunidad y la corrupción irrumpe en lo social y político, y pareciera que nunca lograremos ese ejercicio de participación sin la violencia. En la actualidad, la mayoría de opciones para este oficio son personas involucradas en ataques violentos, acusadas de corrupción, genocidas y/o que son parte de las estructuras del crimen organizado.

Según algunos datos del Mirador Electoral, este fue el panorama en el proceso electoral 2019: 56 municipios en riesgo extremo, 197 en nivel alto y 84 en nivel medio (todos los municipios tenían un nivel de riesgo). Además, sobre las personas candidatas para alcaldías, había 121 casos en procesos judiciales y se les ha retirado la inmunidad; cuatro candidatos presidenciables y 33 para el Congreso de la República. Además, se registraron 95 hechos violentos relacionados con el proceso electoral hasta mayo 2019.

¿Es un reto la organización sin matarnos? 

Este ejercicio de pensarnos como una organización sin violencia, ha hecho que consultemos experiencias de diferentes partes de Iximulew para tratar de implementarlas en los espacios organizativos, barriales, y hasta en las aulas de las escuelas. 

La propuesta de vivir sin violencia es un eje de trabajo y reflexión de muchos espacios. Los movimientos de mujeres y feministas y la lucha por erradicar la violencia patriarcal por medio de pensarnos las justicias, la autodefensa feminista, las redes de cuidado. Las mujeres y pueblos originarios con la resistencia hacia su autodeterminación: manteniendo sus propias prácticas de resguardo colectivo, del bien común, de lo comunitario. 

Muchas organizaciones comunales sostienen la vida: el agua, las siembras, la tierra, el funcionamiento de las escuelas, la cofradía. Lo comunal es una forma de organización en la que se respetan los acuerdos colectivos y cada persona se responsabiliza por lo comprometido. Existen prácticas de violencia, y muchas mujeres luchan en esos espacios por erradicarlas. Por eso es necesario continuar reflexionando sobre cómo concretar las propuestas para la organización colectiva como la asambleísta, las cooperativas, el servicio comunal, la autonomía, entre otras.  

La doctora Gladys Tzul Tzul, en su libro Sistemas de Gobierno Comunal Indígena, mujeres y tramas de parentesco en Chuimeq’ena escribe sobre cómo -por medio de este gobierno- se han mantenido comunidades indígenas ante la barbarie del genocidio, las masacres y la violencia. Ella llama a este sistema “las plurales tramas de hombres y mujeres que crean relaciones histórico-sociales que tienen cuerpo, fuerza y contenido en un espacio concreto: territorios comunales”. Para gobernarlos, las tramas actualizan estructuras de gobierno que han heredado para conservar, compartir, defender y recuperar los medios materiales para la reproducción de la vida humana y de animales domésticos y no domésticos, todo esto aglutinado en el territorio. 

Glaydys afirma que las decisiones comunales se dan cuando se lava la ropa, en asambleas, en el trabajo de la milpa y, hace énfasis, la comunidad de Chuimeq’ena’ comprende que la solución ante el racismo, la precariedad y la represión, es a través de mantener la tierra comunal. Menciona tres formas políticas para la reproducción de la vida cotidiana: el k’as k’ol (trabajo comunitario), las tramas de parentesco y la Asamblea, como forma comunal de deliberación. 

Por otro lado, María José Pérez Sián, en su tesis de maestra “Herederas de las abuelas. Los cargos de Xuo’ y Texel en las casas principales de Santiago Atitlán, Guatemala” explica el trabajo de la organización comunal a través de la cosmovisión tz’utujil, tomando en cuenta, categorías importantes: Ojeer (tiempo ancestral), Jab’el (la capacidad para realizar trabajo para la sobrevivencia de la comunidad) y los nawales, que acompañan y conforman representaciones sociales. Para la cosmovisión y organización tz’utujil es importante la ancestralidad de las abuelas y abuelos, quienes por medio de historias promulgan, en el pasado y el presente, normas de convivencia y orden. Además, la comunicación, según nos explica María José, empapa un sentido de macrocosmos y microcosmos. Por esto, tener el jab’el es un poder sobrenatural de servir.  

Según Gloria Estela García, integrante del Consejo de Tejedoras en Xenacoj, en territorio kaqchikel, anteriormente un oficio reconocido era servir a la comunidad. Escogían a la persona responsable por uno o dos años, quien resolvía los problemas, trabajaba por las necesidades y el cuidado del entorno. Muchas veces, había personas que no terminaban el año y pedían que alguien más asumiera ese papel. Ella resalta que este oficio era voluntario y que la comunidad le agradecía compartiendo lo que las familias producían. 

La aj’qij’ Victoria Chuj, mujer kaqchikel, quien en 2017 ocupó el lugar de autoridad indígena de la comunidad Tz’olzoya’ (Sololá), comenta: “Ese trabajo es voluntario, es servir a lo colectivo para su bienestar. Para mis gastos me dedicaba a bordar y vender tejidos, muchas veces resolvía la cotidianidad de mi familia porque la comunidad llevaba a la casa elotes o cualquier cosa que cosechaban para su consumo y compartían con nosotras”. 

Aunque aquí sólo se menciona algunos rasgos de lo que significa la organización de la vida, la intención es nombrar y seguir investigando los caminos para que intentemos vivir sin violencia y con justicia. Recuperar prácticas ancestrales y ejercerlas. A pensarnos nuevas formas de convivir y a tratar de quitarnos la violencia como mecanismo disciplinario de las relaciones sociales, cosmogónicas y materiales.