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Vivir libres de violencias consiste, entre otras necesidades, en movilizarnos durante la noche sin la angustia de ser perseguidas; vestirnos como queremos sin ser juzgadas; viajar en transporte público sin que se arrime algún aprovechado; construir relaciones de confianza con quienes compartimos en el centro educativo o el trabajo, sin el riesgo de recibir amenazas o intimidaciones a cambio de favores sexuales; llegar a casa con tranquilidad; ser respetadas, valoradas y tratadas con equidad. Todo esto suena muy bien, pero parece ajeno a la cotidianidad de las mujeres en Guatemala, y en el plano internacional. 

La Secretaría contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas en Guatemala (SVET), reportó del 1 de enero al 31 de julio de 2019 un total de 6,293 denuncias en el Ministerio Público relacionadas con delitos de violencia sexual, entre las que se contempla el acoso en los diversos ámbitos. La capital presentó el índice más alto con 1,452 acusaciones, equivalentes al 23 por ciento. En 2018 ingresaron 2,543 denuncias durante los doce meses, sólo en la ciudad. 

Estas estadísticas representan a cientos de mujeres como Ana Isabel*, una joven originaria de Cobán, con 23 años que ha sufrido acoso varias veces en la universidad en la que estudia. La entrevistada solicitó omitir nombres y datos específicos, para resguardar su integridad. “Desde hace dos años comencé a estudiar en la capital. Al inicio estaba convencida de que las bromas de mis amigos eran normales, no tenía con quién hablar del tema y a mi alrededor éramos varias en la misma situación, hasta que un día todo se volvió incómodo por toqueteos de parte de ellos que me hicieron sentir denigrada”, señala. “Cuando les dije que su forma de molestarme era acoso (sin mucho conocimiento del tema), solamente se rieron y se dieron la vuelta. Ahora soy yo la mala del cuento, por no ceder ante sus presiones”, añade.   

El acoso es una manifestación de la violencia de sexo y género estructural, impuesta desde la lógica patriarcal, es decir desde la misoginia, el machismo y la construcción de la incorrecta masculinidad que vulnera tanto a mujeres como a los mismos hombres. 

Interpretación del acoso   

Las feministas materialistas francesas, conciben este tipo de violencia como la “apropiación colectiva” del ser y la fuerza de las mujeres. “No se puede ser a la vez propietario de sí mismo y ser la propiedad material de otro. La naturaleza de las relaciones sociales tales como el sexaje es de cierta manera invisible porque quienes están incluidos en éstas como dominados, no poseen un grado de realidad muy diferente al de un animal o al de un objeto, por más valiosos que éstos sean…” cita el texto El patriarcado al desnudo.1

En su interpretación y estudio sobre el sexaje, evidencian que dentro de las relaciones de esclavitud o sujeción siempre se remite a la persona dominada al estado de cosa, una reducción admitida y conocida que subsiste gracias al sistema institucionalizado; Lucrecia Vicente Franco, feminista, psicóloga y activista del movimiento de mujeres y feministas de Guatemala, coincide con esta apreciación. “El contexto influye junto a condicionantes de ser una cultura en la que se normaliza la violencia contra las mujeres. La sociedad, el ámbito familiar y escolar fomentan en los varones la idea de que las mujeres somos un objeto sexual. Algo que se toma, se toca, se tira, se desecha y por eso me encantan y son tan importantes los procesos de sensibilización”, comenta la especialista. 

Romper la cultura de silencio ante el acoso requiere una lectura profunda del contexto en el que la agresión fue cometida. “Por muchos años vivimos en un conflicto armado interno en el cual la clandestinidad y el silencio eran estrategias de sobrevivencia; se instaló una cultura de temor y bajo el manto del miedo era natural que se vivieran otras formas de violencia. Si bien estamos, ahora, en un contexto de democracia, la naturalización de la violencia contra las mujeres ha permanecido, aunque definitivamente el hecho de que muchas estén más organizadas, que de alguna forma se tenga más información y existan más espacios para hablar de acoso, permite un abordaje diferente”, señala Vicente. 

“Las mujeres tenemos una baja autoestima por vivir en la sociedad en la que vivimos”, sentencia. Según la psicóloga existen varios factores que sostienen la misma lógica de silencio: que la víctima se quede o se sienta sola a tal grado de no poder evidenciar la agresión; que la sociedad juzgue y culpabilice a la víctima del delito cometido, y que el agresor provoque que quienes vean el acoso no se “metan en problemas” por alzar la voz mientras revictimizan a la persona acosada. Argumenta también que el pensamiento conservador y el qué dirán permea los esfuerzos por empoderar a las mujeres y crear alianzas con otras personas en la lucha contra la violencia. 

“Otro de los grandes problemas es cuando queremos evitar que, a nuestra hija, por ejemplo, le pase algo. Entonces la alejo, vulnerándola más porque no le doy herramientas, no le doy información. Romper el silencio va a depender de las herramientas que tenga una niña, una joven o una mujer adulta para lanzarse sola y denunciar”, explica. 

Minimizar los hechos de acoso influye drásticamente en el imaginario de las personas en sociedades donde se ha naturalizado la violencia, situación con la que se enfrentó Anaitte Ochoa, una mujer de 35 años, de baja estatura y tez morena. “Hace 14 años fui acosada durante meses por el hermano de mi papá. Siempre me hacía comentarios relacionados a mi ropa y a mi peso… controlaba por una ventana cuando salía y llegaba a la casa, me sobaba la espalda para hacerme masaje y se lamía el labio inferior cada vez que yo usaba vestido. Era realmente asqueroso y muchas veces me hizo sentir sucia, sin deseos y con mucha ansiedad”, relata. Cuando Ochoa decidió alzar la voz, su familia le dio la espalda, argumentando que el acosador la quería mucho y se preocupaba por ella. “Me dijeron que no hablara del tema fuera de la casa porque les daría mucha vergüenza que los vecinos se enteraran del problema. Al ver que ni mis papás me apoyaron, no me atreví a buscar ayuda en otro lado, en aquel entonces. Con el paso del tiempo, investigué sobre el tema y ahora, mientras imparto clases en un colegio de la zona 1, intento hablarles para que no reproduzcan la violencia”, razona. 

¿Cómo puedo identificar a una persona acosadora? 

Según Vicente, para definir las características particulares de un acosador es necesario analizar con pertenencia cultural. Advierte que son, por lo general, personas con proyección de quienes poco se cree que sean acosadores. 

  1. Los acosadores acostumbran a mermar las historias de las mujeres para que su relato no se consolide y verse afectados.
  2. Regularmente están en una situación par o semejante con la víctima.
  3. Generan confusión en la amistad para lograr tener contacto físico. 
  4. En la mayoría de casos hay una relación de jerarquía o poder como catedrático-estudiante, jefe-empleada, persona adulta – niñez o juventud.
  5. Generan confianza con su víctima. Se vuelven expertos en seleccionarlas. 
  6. Regularmente son hombres con buena preparación y con habilidad verbal.

Fortalecer espacios 

Durante siglos, las mujeres hemos sido vulneradas en diversos espacios públicos y privados, sin encontrar respuestas inmediatas de justicia a nuestro favor. Las denuncias públicas evidencian que estas situaciones nos aquejan en varios ámbitos de la vida. Según el Observatorio de Acoso Callejero, del total de reportes obtenidos en esta plataforma, el 96 por ciento de víctimas son mujeres y la mayoría de ellas se sienten altamente vulnerables al salir de la casa. En el OCAC cuentan con las denuncias de 247 jóvenes de entre 21 y 30 años, siendo el grupo etario que más reportes ha generado. 

Los “piropos”, silbidos, jadeos, bocinazos y besos son las principales agresiones, provocando sensación de enojo e indignación.

Estos resultados, se asemejan con los obtenidos en un estudio exploratorio elaborado por la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) de la Universidad San Carlos de Guatemala, que visibilizó el acoso sexual dentro del campus central. Fue formulado con las denuncias de 787 personas, 89.3 por ciento mujeres (705 casos) y el restante 10.4 por ciento hombres (82 acusaciones). El grupo etario con mayor representación se compone entre las edades de 17 a 36 años, con un 95.5 por ciento total. 

Este informe evidenció que estas agresiones se dan dentro de las unidades académicas y parqueos, además de los pasillos y ambientes compartidos de la universidad, durante todas las jornadas de actividad. Las miradas lascivas y los “piropos” son los tipos de violencia con mayor cantidad de señalamientos provocando en la mayoría de casos incomodidad en las víctimas y enojo en alto porcentaje. En la caracterización del agresor se identificó que un 96.6 por ciento son hombres y que estudiantes y catedráticos en conjunto representan mayor porcentaje de perpetradores. 

Estos números dejan de ser sólo números cuando trascienden a la realidad de muchas mujeres. “Para ir del trabajo a la universidad, todos los días, camino unos cuatro kilómetros. Como en la tarde hay tráfico, me toca soportar gritos de tipos que van en su carro, otros en camioneta y algunos que caminan a mi lado. En abril o mayo de este año un señor, como de unos 55 años, me bocinó y luego se bajó del carro; trató de besarme. Una chava que pedía dinero en un semáforo cercano me ayudó a salir corriendo. Nunca había sentido tanto miedo y angustia. Creo que es necesario que los hombres estén conscientes del daño que causan”, comparte María Fernanda Hernández, joven de 18 años. 

Tras la presentación del estudio realizado en la USAC, integrantes del Consejo Superior Universitario se comprometieron a elaborar y presentar una iniciativa de ley que aborde el tema, pero para que ésta encuentre eco dentro del organismo legislativo, se necesita voluntad política.

El Congreso ¿por quiénes se preocupa?   

En Guatemala, hasta la fecha, no existe una ley que tipifique explícitamente el acoso y lo sancione. Lo más cercano es el Artículo 7 de la Ley contra el Feminicio y otras formas de violencia contra la mujer que habla sobre “quien ejerza violencia […]sexual[…]valiéndose de […] mantener en la época en que se perpetre el hecho o haber mantenido con la víctima […] compañerismo o relación laboral”. 

En la década de los noventa, un grupo de feministas defensoras de derechos humanos presentaron una iniciativa de ley que terminó engavetada dentro del Congreso de la República. “Los legisladores vieron la tipificación que se estaba presentando y se negaron a aprobarla; los primeros afectados con esa ley serían ellos por los casos de acoso sexual dentro del mismo Congreso”, aclara Lucrecia Vicente. 

Las cosas allí no han cambiado. En 2017, las diputadas Alejandra Carrillo y Eva Montes presentaron una nueva iniciativa que sensibilizaba y castigaba el grooming, sexting y acoso a través de las redes sociales, sin embargo, fue otra iniciativa que quedó archivada. Montes, explica que los diputados solicitaron varias enmiendas al documento, para detallar qué acciones y expresiones eran acoso y cuáles no, con el fin de evitar confusiones al momento de emitir sentencias, sin embargo, hasta el momento no se volvió a discutir el tema. 

En contraparte, la legisladora Sandra Morán subraya que es muy difícil dar prioridad dentro del Congreso al tema del acoso y las luchas de las mujeres o resolver problemáticas sociales, “porque en estos momentos no hemos salido de la venganza política, la venganza hacia quienes estamos en la lucha contra la corrupción”, apunta. 

Tanto el estudio realizado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre Hostigamiento o Acoso sexual, como el informe de la AEU y la especialista Vicente, coinciden en que el acoso es una problemática que requiere establecer mecanismos para lograr la prevención, denuncia, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres en sus diversas manifestaciones. Sensibilización a los hombres y empoderamiento en las mujeres, adicional al fortalecimiento institucional. “La base clave es la educación, la articulación y construcción de proyectos sólidos”, concluye la psicóloga. 

 

 

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1. Libro con análisis de Colette Guillaumin, Paola Tabet y Nicole Claude Mathieu, compilado por Ochy Curiel y Jules Falquet, 2005.