Por: Karen Ramos /Analista en temas de niñez, género, mujeres y diversidad sexual
Poner un pie en las escuelas de la ciudad de Guatemala y alrededores, implica darse cuenta, descubrir desde condiciones estructurales inadecuadas a precarias, hasta la maestra y maestro tradicional, autoritario, sabelotodo, rígido, prepotente, imponente; es decir las niñas, niños, y adolescentes, no van a aprender, no van a socializar; van a escuchar lo que deben saber de memoria, y estar en silencio obligatorio, no pueden emitir opinión, no se les permite, no hay diálogo oportuno en dos vías.
La niñez y adolescencia es considerada ignorante, costales vacíos que hay que llenar, que es necesario escribir en ellos para que sean alguien. A esto se agrega que, muchas niñas, niños y adolescentes, llegan a su establecimiento sin haber probado un desayuno nutritivo, otros han caminado bastante para poder asistir y muchos estudian y trabajan. Estudiar nivel primario y básicos implica nueve años. Evidentemente no asisten emocionados, no les interesa la escuela, lo hacen obligados por las madres y padres que creen que sus hijas e hijos pueden tener una vida mejor si asisten a clase; y descargan en el profesorado la responsabilidad de criar y educar.
Se escapa de las aulas y la enseñanza, el ser humano y la dignidad. Se fomenta el individualismo, la competitividad, la violencia, el machismo, el sexismo, y un marcado adultocentrismo; es un espacio de seudo aprendizaje que le funciona al sistema capitalista neoliberal, porque la niñez y adolescencia, no aprenden en estas condiciones, no generan pensamiento; dicen sí a la arrogancia para poder pasar el grado. Seguramente tienen muchos sueños que se verán truncados, y a lo que accederán, será unirse a pandillas, migrar buscando mejor opciones, o bien trabajar en maquilas y call center, violadores de derechos laborales, y robadores de sueños. Porque no se puede soñar trabajando doce horas al día, con media hora de almuerzo. Y esta realidad les espera.
Ir a la escuela no es una simple actividad, la escuela significa la vida, representa la creatividad, la convivencia, aprender a socializar con pares, hacer amigos, negociar espacios, reír con otras y otros, jugar a qué se quiere ser cuando grande, a saber que los adultos saben y que comparten conocimientos genuinos. Una educación emancipatoria, que permita crear, en donde un maestro sea un acompañante, un mediador, un entusiasta que se levante cada mañana, con ganas enormes y metodologías nuevas, para compartir. Y, como menciona Alejandro Cussiánovich, en el libro Pedagogía de la Ternura, “el maestro será una especie de tutor, de protector del niño, niña, que se le confíe”. Porque compartir, y escuchar, es más complejo y difícil que hacer un dictado, o exigirles leer veinte páginas, mientras el maestro duerme un rato; o hacerse el loco, calificando planas, planas y planas interminables. Un maestro, un guía que pueda diseñar, junto con las niñas, niños y adolescentes, sus proyectos de vida; que les muestre formas de soñar, maneras disidentes de pensar. No que se adhiera como pegamento a un currículum educativo obsoleto, que no ha sido reformulado en años, que promueva el adoctrinamiento, el silencio, el miedo y la opresión.
Una educación emancipada
Pretendería incorporar en su metodología de abordaje, temáticas sociales, de su barrio, de su comunidad, nacional e internacional; acompañar a intérpretes de sus propias realidades, constructores de conocimiento personal y colectivo, que les permitiera una participación directa en la búsqueda de soluciones.
Una nueva visión que posicione en el centro a la niñez y adolescencia como seres humanos que se relacionan socialmente, permitiría fomentar que sean protagonistas de su propio desarrollo y en la defensa de sus cuerpos y territorios, en la lucha ambiental, en las luchas de clase, etcétera. Que la colectividad sea considerara como el eslabón que fomente el respeto, el desarrollo creativo, la fortaleza, la solidaridad, y el convencimiento que, se puede desaprender y reconstruir relaciones, reconstruir ciudadanía, reconstruir vida. Pablo Freire, el impulsor de la Teoría de la Liberación, refiere que la educación verdadera es praxis, reflexión y acción del hombre y la mujer sobre el mundo para transformarlo. La educación tiene en la mujer y hombre los elementos bases del sustento de su concepción. La educación no puede ser una isla que cierre sus puertas a la realidad social, económica y política. Está llamada a recoger expectativas, sentimientos, vivencias, sentimientos, y problemas del pueblo.
Hablar de la educación como proceso emancipatorio, es hablar de muchas educaciones, de todas las posibles alternativas que se puedan proponer, ante la imposición del sistema capitalista neoliberal, que ve la educación competitiva como única opción posible. Es hablar de pluralidad, multilingüismo, inclusión de las cosmogonías, de las múltiples formas de ser guatemaltecas y guatemaltecos, así como de diversas formas familiares. Una educación alternativa, que fomente el ejercicio del derecho natural a la duda, al cuestionamiento.
La educación emancipada es una respuesta responsable ante las carencias y deficiencias del sistema. ¿Qué busca una educación emancipada? La respuesta podría parecer compleja, sin embargo no lo es, ya que busca que niñas, niños y adolescentes ¡sean felices! y puedan desarrollar sus capacidades motoras, sensoriales, emocionales, físicas, espirituales y mentales en completud. Que les permita reconocer su lugar en el mundo y decidir el cambio que deseen hacer en su vida, su contexto, su país.