Por: Maya Alvarado Chávez/LaCuerda

La realización humana tiene diferentes comprensiones según la cultura, la cosmovisión o la trayectoria histórica, personal y colectiva. Vivir es muy diferente a sobrevivir, que en el contexto del sistema económico actual, parece el único objetivo para levantarse todos los días y plantarle cara al mundo. Vivir plenamente implica integrar experiencias, tanto placenteras como dolorosas, así como saberes incorporados de manera sistemática a nuestra trayectoria y contexto para realizar la vida, la nuestra y la de nuestro entorno. Es tomar conciencia del tiempo como una dimensión que nos vincula no sólo en la historia, sino a todos los seres y momentos que constituyen nuestra vida. 

Para la cosmovisión Maya el tiempo es una dimensión cíclica. Como categoría social, se relaciona con la construcción de sujetos que toman conciencia de su paso por la vida y accionan para reivindicarla. 

Si hay algo que vincula el tiempo y la realización humana es el trabajo. Son numerosas las concepciones que sobre éste ha habido a lo largo de la historia. Existen evidencias de formaciones sociales originarias alrededor del planeta, en las cuales prevalecía la distribución de responsabilidades individuales y colectivas, según las edades y capacidades, para satisfacer las necesidades, no sólo humanas. El cuidado mutuo, la reciprocidad como lógica de las relaciones sociales, el tiempo libre, las ceremonias de siembra y cultivo, la observación de los astros, del clima, de la tierra, la práctica de artes y escrituras, vestigio de emociones reflexionadas sobre las primeras experiencias humanas que ya proyectaban ser más que sobrevivencia. 

El tiempo y la niñez 

Aunque todas la vivimos de manera diferente, y algunas sufrimos violencias atroces desde pequeñas, necesitamos recuperar aquella capacidad de exploración de la infancia; las preguntas que nos hicimos, fuera la circunstancia que fuera; la persistencia de llegar allí donde nos prohibían, subir árboles, bañarnos en calzones (o sin ellos) en algún río, todo se enlaza con nuestras lecturas de la vida, o quienes tuvieron posibilidad, los libros; con tirarnos en el monte y dar formas a las nubes o meditar frente al mar en diálogo con las olas que se acercaban a acariciar nuestros pies y hacernos cosquillas para luego borrar nuestra huella en la playa, como ratificación de lo efímero de nuestra existencia. Todo eso son memorias y parte constitutiva de lo que hoy somos. 

A varias nos regañaron por “no cumplir” con obligaciones que no se correspondían con nuestra estatura en metros. Nos llamaron “vagas”, y hoy valoramos esos tiempos del “no hacer” que nos han hecho ser.

El tiempo interno es un aliado necesario para la reflexión, la autoformación, y recuperación de saberes, fuerzas y energías que, en el marco del capitalismo neoliberal, no sólo es limitado sino suprimido. 

La alienación a través del trabajo 

Este sistema requiere del trabajo esclavo, para garantizarse mano de obra dispuesta a soportar cualquier condición laboral; para ello jerarquiza a las personas en procesos de sexualización, racialización y estratificación económica.

El trabajo, en el marco del neoliberalismo, exalta los conceptos de “rendimiento”, “efectividad”, “eficiencia”, “competitividad”. Todo ello dentro de la flexibilidad laboral, que implica vulnerabilizar las condiciones salariales, de seguridad y salud que garanticen el sustento personal, familiar, comunitario y planetario.

El sistema impone condiciones laborales que anulan las fuerzas y el tiempo de dialogar con los seres queridos, cercanos o lejanos, cuidar plantas, animales, leer, hacer música, escucharla, bailar o mantener nuestra sexualidad activa. Todo eso que constituye la huella de nuestra existencia, se posterga por la sobrevivencia.

Desde el momento que surge el trabajo asalariado, y con él, la clase trabajadora, ésta ha luchado por reivindicaciones que no necesariamente revierten esa lógica anuladora. Las luchas sindicales han procurado obtener mejores condiciones o beneficios, y en otros países las han obtenido, pero ello no han eliminado la alienación que produce el capitalismo neoliberal.                                                                                                                                                       

Y es que la acumulación de riqueza distorsiona el sentido del trabajo como realización personal y colectiva, como cuidado de la vida y como aporte social. Convierte el tiempo en unidad de medida para la producción y, por lo tanto, la explotación de las personas.  La apropiación de la fuerza física y emocional de las personas es la génesis de la “generación de riqueza”. Más aún, la palabra castellana “trabajar” proviene del latín popular tripalliare, que significa ‘atormentar, torturar´. 

Tiempo, trabajo y Buen Vivir

Los tiempos laborales y de descanso deben considerar el cúmulo de posibilidades que supone la realización personal y social. Limitar el descanso a los márgenes jurídicos del derecho, vacía el contenido potenciador del descanso, el requerimiento mental y corporal de detener la cotidianidad laboral para recuperar energías, recrearse y fortalecer las capacidades de asombro y creatividad. Tener tiempo para pensar, respirar profundo, desarrollar habilidades, moverse, nadar o caminar. 

El concepto del Buen vivir, en el texto de la Confluencia Nuevo B’aqtun (2014), señala que este es un “proyecto político de vida; es el proceso de satisfacción y bienestar colectivo para potenciar la vida en equilibrio de la madre naturaleza y el cosmos para lograr la armonía”. Ese texto, consensuado entre varias organizaciones, considera las diferentes acciones y pactos que lo hacen posible para todos los seres de la naturaleza, el cosmos, en lo personal y lo colectivo. 

Necesitamos articularnos y movilizarnos, sí, pero para ello, antes necesitamos recostarnos en nuestro lugar favorito y dormir, pensar y leer para recuperar la energía, para enfrentar las etapas que vienen. Tiempo vital para reconstituirnos como seres y como pueblos.