Ana Cofiño / laCuerda

 

Fui a Bilbao para conocer el museo Guggenheim, famoso por su forma, evocadora de alguna nave que surcaría la imaginación, diseñado por el célebre arquitecto canadiense Frank Gehry. La caminata que hice para llegar, me llevó a situarme justo bajo las patas de una gran araña de Louise Bourgeois (1911-2010), referente ineludible del arte hecho por mujeres. Hasta entonces, ignorante de mí, no sabía nada sobre la artista maravillosa que me iba a encontrar al interior de aquel edificio.

Joana Vasconcelos (1971) es portuguesa, vive en Lisboa, y en su haber acumula un inmenso acervo de obras en diversas técnicas, exposiciones colectivas e individuales, artículos y libros sobre su obra, reconocimientos y premios que la han llevado a ser considerada una de las artistas contemporáneas más importantes.

Sin duda, es una mujer que ha reflexionado sobre el mundo que la rodea, donde las identidades, el colonialismo, la cultura occidental, son objeto de crítica y discusiones desde distintos ámbitos. En sus obras encontramos elementos de la cultura portuguesa, así como del mundo globalizado. Transita con soltura de las artesanías hechas a mano, al uso de las tecnologías de punta. Expone lo íntimo en lo público, contrasta el pasado en el hoy.

Es muy conocida por el uso de tejidos en ganchillo y agujas, con los que ha cubierto monumentos, esculturas, objetos que se transforman -así intervenidos-, en representaciones críticas de la cultura occidental. Artículos de uso cotidiano, medicinas, teléfonos, plumas, botellas, son los materiales de los que echa mano para hacer sus grandes instalaciones, muchas de las cuales se mueven, nos invitan a interactuar con ellas, sumándose a lo que se denomina estética relacional, una propuesta que contempla la participación de quienes visitan las obras. Obviamente, no podía faltar el video que, como el resto de sus obras, fue ingenioso y con sentido del humor.

¿Feminista? Considero que, independientemente de su adscripción política, Joana Vasconcelos es una artista que cuestiona al sistema patriarcal capitalista, el desmedido consumismo, el absurdo de la moral, los roles de género, con una sutileza que raya con la ternura. El punto para mí, es que expone aspectos invisibilizados de la vida de las mujeres, algo que hasta hace poco no era posible. Recomiendo visitar su página (www.joanavasconcelos.com) donde pueden encontrar imágenes y textos interesantes.

De lo doméstico a lo público

Al entrar al museo, un ser descomunal, por sus dimensiones, colorido, formas y texturas ocupaba el área central, trepándose hasta su máxima altura, metiendo sus tentáculos entre las estructuras, enrollándose caprichosamente por esa galería de diseño inquietante. Al acercarme a aquel personaje, pude casi palpar las múltiples telas, las mostacillas, lentejuelas, flecos y demás pasamanería que lo constituyen, como las muñecas de trapo, pero de lujo, es decir, con todo el oropel de los cuentos de hadas. Un pulpo, una serpiente, una hidra, una medusa, no sé, pero una entidad viviente, por su fuerza y paradójica delicadeza.

Me temo que hacer la descripción de sus piezas, haga desmerecer las imágenes que ustedes se formen. Haré un intento, a sabiendas que me quedaré corta.

Una de las obras más conocidas de Joana Vasconcelos se llama “A noiva” (La novia, presentada en la Bienal de Venecia, en 2005), que es un inmenso candelabro, como los que decoran los ostentosos palacios europeos, sólo que en vez de finos cristales, está construido por miles de tampones, de marca OB, que son parte de la vida íntima de muchas mujeres. A primera vista, es impresionante por su tamaño y delicadeza, la blancura que irradia le confiere un aire de elegancia. Al acercarnos y ver los tapones unidos por hilos de algodón, nos plantea cuestionamientos no sólo estéticos y conceptuales, sino personales: coloca objetos de uso cotidiano que la cultura patriarcal ha ubicado en el ámbito de lo oculto/femenino, en un espacio público, en un formato elitista. Expone de manera sutil, la existencia de la menstruación, sin su materialidad sangrienta. Aparte, nos dice que la belleza puede construirse con materiales desechables, lo que constituye también otra de las paradojas.

La otra gran escultura, que para mí tiene un potente contenido simbólico, es la llamada “Marilyn”: un par de zapatos plateados de tacón, de varios metros de altura, elaborados con ollas y tapas de acero inoxidable de distintos tamaños, colocadas con un cálculo matemático y en un equilibrio de complejidad y sencillez poco comunes. ¿Qué tiene que ver la cocina, un trabajo poco reconocido y mal remunerado, con los objetos de belleza que tendríamos que usar para gustar? parece preguntar.

“A todo vapor” una instalación con movimiento, construida con las planchas con las que desarrugamos la ropa, fue para mí motivo de asombro, de risa, de admiración. Docenas de planchas eléctricas formaban tres capullos de distintos colores que lanzaban vapor y encendían lucecitas, al tiempo que se cerraban y abrían, en una recreación muy particular del ámbito doméstico que, seguramente provocó curiosidad e hizo surgir más de una interpretación del público. De mi parte, como ya dije, la exposición de Joana Vasconcelos fue estimulante, al punto que después de eso sentí la necesidad de hacer algo con las manos, bordar, como mínimo, para comunicar lo que me da el ser mujer en Guatemala.