Angélica Gómez / Estudiante de Veterinaria, interesada en políticas externas y literatura

 

I Acto

Sin duda, la democracia española enfrenta uno de sus capítulos más críticos tras el auge de la extrema derecha luego de la caída del franquismo vivo de los años setenta. Superando cualquier pronóstico, y absorbiendo escaños de sus competidores moderados, Vox representa un total de 52 delegados en el Congreso de los Diputados. Este fenómeno debería preocupar a los países cuya población sea mayormente susceptible al discurso segregacionista, aplastante, explotador y ultraliberal. No sólo nutridos del imperante individualismo que exalta la imposición, sino que apoyados en la vieja política que sólo ha traído inestabilidad a la tranquila cotidianidad de la vida de millones de familias trabajadoras: Vox es eso, un peligro a la sensatez. ¿Quién ha osado despejar el campo para que ellos se adentren en los barrios, en la conciencia social y en el tejido cultural de una nación de naciones?

No cabe culpar a los partidos de izquierda que han maniobrado evadir un diálogo claro para asentar bases de desarrollo social; aunque todos los bandos han cometido imprudencias, difícilmente se les puede imputar una serie de conflictos históricos que han trascendido la juridicidad, y que ahora yacen en el pensamiento popular. La respuesta más amplia es, en realidad, la explicación directa que realiza la derecha para justificar los mecanismos y fallas del sistema capitalista; el mismo modelo que ellos han fabricado para la precariedad y la legalidad de la miseria.

II Acto

Los triunfos de los gobiernos progresistas son innumerables; no por su cantidad, más bien por la calidad a la que aspira impulsar el goce de derechos. La izquierda debe explorar el cuestionamiento, la dinámica. Sin formas activas de cambiar el mundo, el estaticismo clásico de los autores liberales dominará nuestra cosmovisión y los alcances humanos para comprendernos. En un contexto que sufre las consecuencias de diversas crisis (el nivel de pobreza, la degradación del ambiente, la violencia de género, los movimientos antitrans y homofóbicos), es siempre menester mantener relaciones de unidad y hermandad para contrarrestar los efectos de la economía, que no da segundas oportunidades y que no duda en desahuciar brutalmente o cortar el acceso a la educación y a la sanidad.

Es contradictorio tensar las alianzas pro-izquierda por los errores de la derecha. No es casualidad que surjan partidos similares a Vox en países supuestamente idóneos para la democracia (como el caso brasileño, chileno o estadounidense), ni tampoco son aleatorios la frialdad y el odio materializados para enfrentar dilemas sociales equiparables a las olas de migración africana o latinoamericana. Las contradicciones intrínsecas del capitalismo siempre generan fricción para movilizar capital cuyo fin sea el bienestar general; porque durante los grandes déficits, quienes pagan más son los que menos poseen. Porque, sobre todo, la derecha no ofrece respuestas analíticas que puedan detener la tasa de homicidio o asesinato; una problemática, que verdaderamente, sufre de la sexualización del cuerpo.

Tolerar a Vox significa ceder espacios que no serían posibles de obtener a través del mérito o la disciplina. Significa apoyar a la visión conservadora de los cuerpos sexuados, del enfermizo estereotipo, de la sujeción a la voluntad masculina y al repudio de lo femenino. Significa, finalmente, renunciar a cualquier rasgo de genuina libertad en un realismo oscuro, al debate y, quizás,  a la felicidad.

III Acto

La izquierda tiene la tarea de retrotraer sus caídas y levantarse más fuerte, más incorporada. El ejemplo Vox debe servirnos, a nosotras y nosotros, mujeres y hombres de Latinoamérica, como una alerta de las tendencias políticas. Y, en especial, debe figu- rarse en nuestro discurso para menguar el pluralismo durante cualquier elección. La discusión entre izquierdas siempre es óp- tima; pero jamás para hundirla. La única manera de debilitar a la extrema derecha, la que pugna por destruir los avances de la sociedad moderna, es a través de la aceptación total de nuestras propias refutaciones. Recordemos, lo que más duele al poderoso es perder poder; ¡quitémosle ese poder! Debemos hacerlo monolítico, entendible.

El capitalismo muere cuando el pueblo encuentra que hay otros modos de sobrevivir. Y este principio aplica a Vox.

IV Acto, o rompiendo el esquema

El último par de gobiernos guatemaltecos han utilizado el discurso fundamentalista como herramienta para aliarse al sector conservador de la población; y, en otras ocasiones, para arreglar abusos visibles dirigidos a sus rivales. Aun al estar lejos de las garantías sociales reconocidas en países de Europa, la derecha centroamericana ha dado todo por exterminar la discusión legítima para modernizar el Estado a uno de carácter colectivo, plural y auténticamente independiente. En sincronía, la clase oligárquica se mueve por las directrices repetitivas e históricas que no abogan por el avance; que nos detienen, y en los peores momentos nos hacen regresar la mirada.

Aunque en España el franquismo ha renacido, en Guatemala hemos permitido descansar a un fascismo eterno y pasivo, oculto entre simpatizantes y tolerado pese a sus enormes deficiencias estructurales y económicas. Y, precisamente por ese motivo, la izquierda nacional debería conciliar las experiencias y reunir a sus mejores ponentes para dirigir, al menos, un reconocimiento más neutral de los distintos agentes sociales. No es congruente fraccionarse en un puñado de partidos cuyos fines, aunque no opuestos, no ofrezcan una aceptación tangencial, y en realidad buscar un punto medio para convertir a “la izquierda” en “La Izquierda”.

Expulsar a la derecha será fácil; lo difícil es que la izquierda separada ingrese.