Michelle Palacios / Doctora en Medio Ambiente

 

En el último año y medio he tenido la oportunidad de trabajar en nueve campos de refugiados y varias comunidades rurales en la zonas este y sur de Darfur en Sudán. Trabajo en temas de desarrollo sostenible y empoderamiento de género a través de proyectos productivos. Mi labor consiste en coordinar la implementación de programas para mejorar la seguridad alimentaria de la zona, el acceso y uso de bienes naturales del área, la resistencia de la comunidad ante desastres y choques climáticos; incrementar el acceso a activos productivos y los ingresos de grupos marginados, así como asegurar la integración y participación de las mujeres y la igualdad de género en todas las etapas de los programas.

Sudán oficialmente reconocido como República de Sudán, se encuentra en el noreste de África, entre Egipto y Eritrea. Anteriormente una nación unida, Sudán del Sur obtuvo la independencia de la República de Sudán el 9 de julio de 2011, en una disputa religiosa sobre las diferencias culturales y políticas musulmanas y cristianas. Desde la división de Sudán y Sudán del Sur, el conflicto estalló en la región del Nilo Azul de Kordofan, desplazando a 1.2 millones de personas, en Darfur con cerca de seis mil muertes de civiles y casi medio millón de desplazados.

A esto le sigue el conflicto de 2003, que también provocó el desplazamiento de casi dos millones de personas y causó alrededor de 400 mil muertes. Esto ha provocado una profunda inestabilidad política y social en Sudán; adicionalmente, desde 1999, el petróleo ha sido responsable de la mayor parte del crecimiento del PIB, y con la secesión de Sudán del Sur, Sudán perdió tres cuartas partes de esa industria. La división consolidó la posición de Sudán como Estado islámico.

La inestabilidad política, causada por el conflicto civil, y económica, provocada por la pérdida del dinero petrolero del que dependían, así como las implicaciones sociales y culturales de la solidificación de su condición de Estado de la ley Sharia, dificulta la promoción de la igualdad de género en el país.

La ley Sharia

Su imposición es, por definición, perjudicial para las mujeres; la inferioridad social y falta de derechos están directamente escritos en el Código Legal. Un ejemplo claro y constante, es la lapidación de mujeres por delitos como el “vestido inmodesto”. Si bien el Código Penal sudánés prohíbe técnicamente la violación, la distinción entre violación y adulterio se hizo apenas hace cuatro años, y establece una prerrogativa sobre la “propiedad”: “el consentimiento no se reconocerá cuando el delincuente tenga custodia o autoridad sobre la víctima”, lo que constituye que cualquier hombre de la casa puede violentar a las mujeres que habiten en el hogar, sin consecuencia alguna.

Las mujeres sudanesas, viven y trabajan en un entorno cultural básicamente circunscrito. La división del trabajo, la estratificación social y los sistemas de valores ayudan a definir los roles desempeñados por mujeres y hombres; y también estipulan el alcance de la participación femenina en las actividades culturales, políticas y de desarrollo.

Las mujeres sudanesas son delegadas al trabajo dentro y fuera de la casa, no sólo trabajan horas extras en un día, cuidando a sus familias sin ningún tipo de salario, sino que en las zonas rurales, lo hacen en medio de circunstancias más extremas y con muy pocas expectativas. Además de los deberes diarios, el cuidado de los niños, ancianos, enfermos, personas con discapacidad y del ganado, las mujeres trabajan en las granjas con el fin de poner los alimentos en la mesa. Todo ello es físicamente desafiante y emocionalmente agotador, por no hablar de que consume mucho tiempo, lo que las deja con apenas espacio para cuidarse a sí mismas o participar activamente en la política comunitaria. Este último es un papel reservado sólo para los hombres, en muchas comunidades rurales se considera un tabú para una mujer dirigirse a un grupo de hombres.

A pesar de su trabajo y dedicación a sus familias, apenas poseen activos en sus hogares debido a las normas culturales que desalientan la propiedad de las mujeres. Por cultura les han prohibido poseer propiedades y bienes en la familia, pero se les permite adquirir y administrar activos, por ejemplo, cuando compran animales para engorde y venta y/o generar beneficio de la venta de verduras, normalmente tienen que conseguir la aprobación de sus esposos para hacerlo.

Las restricciones a la propiedad de activos y propiedades siguen siendo impedimentos para el pensamiento independiente, que podría reflejarse mal en una comunidad dominada e impulsada únicamente por voces masculinas. Mediante la inclusión de una representación adecuada de las mujeres en   las capacitaciones agro-pastorales, donde se experimenta un aprendizaje inclusivo, la comunidad está aceptando lentamente a las mujeres como individuos con estrategias y planes claros que pueden conducir al desarrollo del conjunto comunidad.

Proporcionar educación a mujeres

Es darles herramientas no sólo profesionales sino también económicas; la exposición a formas alternativas de pensar fuera de las sociedades opresivas en las que se crían, y suficientes medios para comunicarse ayudan a la mejora social de sus comunidades.

Por el contexto cultural y político, la implementación de los proyectos ha sido difícil y lenta, se requerirá mucho más tiempo para ver resultados tangibles en el cambio de mentalidad de las comunidades respecto a la integración de las mujeres. Una de las condiciones de asistencia técnica y ayuda humanitaria es la integración e inclusión de ellas en la toma de decisiones, sin embargo, los líderes se niegan a darles oportunidad de participar. Esto ha sido uno de mis mayores retos, como también comunicarme de  una forma efectiva con los líderes, quienes en algunas ocasiones se niegan a hablarme directamente, por ser mujer.

Representar a la organización de la que dependen, ayuda a realizar mi trabajo, aunque muchas veces me preocupa que mis acciones y la forma en la que demandamos se implementen los proyectos, repercuta en represalias para las mujeres de las comunidades.

Las manifestaciones del último año, lideradas por mujeres, han puesto de manifiesto el cambio que desesperadamente demandan; esperando que  la visibilidad a nivel internacional y la presión de las Naciones Unidas y la Unión Europea, entre otros organismos, contribuyan a realizar cambios de raíz en las leyes para que se puedan mejorar sus condiciones de vida.

Es un trabajo difícil, en condiciones extremas, pero llena de satisfacción ser una pequeña parte del cambio, esperando la dignificación y valoración de las mujeres de Sudán.