Paula Irene del Cid Vargas

 

Los problemas de las mujeres, así como los análisis y propuestas feministas, han sido constantemente desvalorizados y desesestimados por los movimientos sociales. Ante esta problemática que impide complejizar y ajustar las estrategias de cambio y transformación social, lo que proponemos es que no debemos jerarquizar opresiones ni luchas. Las propuestas antirracistas y decoloniales nos hablan de que vivimos una imbricación de opresiones, y por ello se requiere realizar formas y procedimientos que atiendan a esta complejidad.

La cosificación y sexualización de las mujeres, la idea de que las mujeres somos cuerpos apropiables por los hombres, opera cotidianamente de forma imbricada con la expoliación capitalista y el racismo.  Se reproduce cotidianamente a través de diversas instituciones sociales, familia, medios de comunicación, iglesias, y las organizaciones sociales no son una excepción.

No es la primera vez que se habla de esto. Tengo recuerdos claros de reuniones realizadas hace más de diez años donde participaron mujeres organizadas y feministas con organizaciones mixtas (mujeres y hombres). Algunos de los hoy señalados estuvieron en esas reuniones. Una y mil veces se dijo que es imposible crear movimientos fuertes si hay acoso y violencia sexual al interior de los mismos. 

En los últimos años hemos conocido varias situaciones. Cuando alguna compañera se atrevió a denunciar el acoso, el intento de violación o una violación, lo que obtuvo fue, cuando menos, silencio; sabemos de algunas que terminaron perdiendo el trabajo y otras que fueron amenazadas directamente. 

Son violencias experimentadas en espacios que se creían seguros, por hombres que debían ser colegas, tutores, jefes, nunca agresores. En fin, es una doble o triple traición a la confianza depositada en espacios que, se supone, deben regirse por una ética de emancipación y solidaridad.

El silencio y la falta de acciones correctivas oportunas ocasionó que los agresores impunes  «sedujeran»/violentaran a otras. Se aplicó una estrategia similar a la usada por la iglesia católica con los curas pederastas, que sólo los trasladan de parroquia, poniendo en peligro al entorno.

La violencia sexual es difícil de probar, y de manera sistemática, cuando se denuncia, la mirada del colectivo no se dirige al agresor, sino a la víctima. Así suele suceder en el sistema de justicia patriarcal que revictimiza una y otra vez.

Rompiendo el silencio y redireccionando la mirada

Así las cosas,  el hartazgo llegó antes de que los hombres y las organizaciones en las que trabajan o participan rompieran con la inercia de la violencia sexual u otro tipo de agresiones.

El patriarcado nos asigna a las mujeres la función de cuidar y proteger a los hombres, normaliza que silenciemos estas violencias. 

La denuncia del 8 de marzo que expone y señala a hombres del entorno del movimiento es una acción que incomoda, debe serlo, entiendo que se hizo de esta manera por el hartazgo, la impunidad sistemática, propias de una sociedad que transita en la hipocresía y el silencio. 

Leo varias intenciones: desnudar esta violencia, contribuir a romper con el mandato del silencio, comunicar/alertar a otras, que hay hombres violentos en nuestros espacios cotidianos, trastocar el mandato patriarcal de la misoginia entre mujeres y colocar el cuidado entre mujeres como parte de una acción política necesaria y urgente. 

Sé que algunos de los señalados saben exactamente por qué estan ahí, y hay otros que lo niegan rotundamente. En todos los casos, es imperativo que modifiquen su respuesta, que dejen el silencio y las justificaciones y se exprese algo de reflexión y empatía por quienes han sido agredidas.

¿Y ahora?

Hay críticas hacia las formas, asusta el aprovechamiento que pueda hacer la derecha, pero en su momento, cuando se usaron otras formas como reuniones privadas, comisiones ad hoc, formas que protegían al agresor de la denuncia pública, no fueron efectivas en términos reparadores para la víctima ni transformadoras para el agresor. Si se sigue por esa vía argumentativa, se evade la respuesta a la pregunta explícita ¿Hasta cuándo las organizaciones sociales seguirán solapando agresores?

Si nos oponemos a la justicia punitiva -esa que aisla encarcelando, que generalmente afecta a los más desposeídos, propia de la justicia blanca, occidental instalada en estas tierras desde la colonia- y elegimos la reparativa, la que es propia de tradiciones de pueblos originarios, no corresponde deshechar a las personas. Entonces ¿qué acciones son coherentes con estos principios? 

Exponer a algunos hombres y señalarlos de agresores es una acción, obviamente realizada por mujeres, que ya se llevó acabo, no podemos regresar en el tiempo. Afortunadamente, el movimiento de mujeres no tiene una dirección general, de ahí que existen distintos posicionamientos sobre si lo que se hizo fue adecuado o no, o los efectos que tuvo. 

Me parece que ahora hay que enfocarse en las líneas de acción a futuro. ¿Cómo se debate sobre esto y más, sin descalificarnos mutuamente? ¿Qué sucede con las que somos amigas, hijas, hermanas, tías, esposas de los denunciados, cómo nos arropamos, independientemente de que aceptemos o no lo que otras señalan de los hombres de nuestros entornos? Eso de construir sororidad se convierte en un reto. ¿Qué procede ahora? Toca seguir deshilando lo que sucede y lo que corresponde hacer. Hablando y hablando encontraremos más respuestas. 

Los silencios y encubrimientos al interior de la izquierda no han dado buenos resultados.  Ortega en Nicaragua es un ejemplo que me hace pensar que si sus compañeros no le hubieran apañado la violencia sexual hacia Zoila América, hoy no tendrían un régimen dictatorial claramente antifeminista en ese país.

El sol purifica, al sacar estos trapitos al sol, estamos contribuyendo a construir un movimiento coherente con ese buen vivir emancipador que la mayoría de quienes pariticpan en estos espacios sueña para Iximulew.