Texto y fotos: Asier Vera / Periodista

 

Más que al coronavirus, tengo miedo al hambre y a quedarme sin casa

“¡A cinco la mascarilla!”, grita Sandra Patricia Solís, en medio de la carretera a la espera de que algún vehículo pare y le compre el producto estrella en la actual crisis del coronavirus. A su lado, se encuentra su hija de 12 años sentada en una acera, cuidando los botes que usa su madre para lavar carros. Sandra es una de las miles de personas que no pueden quedarse en casa guardando confinamiento, ya que supondría perder el poco dinero que gana y que le permite a ella y su hija sobrevivir un día más. Es una de tantas mujeres que, en los alrededores del Parque Morazán de Ciudad de Guatemala, se dedican a lavar y estacionar carros, o a la venta ambulante en un país donde el 70 por ciento de la economía es informal.

Pese a la llamada del presidente, Alejandro Giammattei para que la gente no salga de su hogar, Sandra remarca que “definitivamente yo no tengo ese privilegio porque tengo que seguir luchando y ¿quién lleva el sustento a casa?”, se pregunta esta madre soltera de 47 años. Por ello, cada día llega a los alrededores de un supermercado para intentar lavar carros, pero la gente “ya solo llega a comprar y se va”. Ante tal circunstancia, ha comenzado a ofrecer mascarillas a cinco y diez quetzales y detalla que debido al toque de queda solo logra vender dos docenas al día con un beneficio de 20 quetzales.  “Me las dan a 42 quetzales la docena y yo le saco 60, por lo que es poco lo que queda, y ahí vamos jalando para los frijolitos y las tortillas, porque ya no se puede dar el lujo una de decir una librita de pollo”, señala.

Sandra reconoce que tiene “miedo” de que en las próximas semanas el gobierno decrete el confinamiento total como ha sucedido en otros países, ya que “si fuera así, morimos de hambre porque de dónde voy a agarrar para darle de comer a mi hija si no tengo apoyo económico de nadie”. Indica que nadie se ha puesto en contacto con ella para ofrecerle la ayuda de mil quetzales mensuales anunciada por Giammattei para las familias vulnerables, por lo que debe seguir saliendo cada día a la calle a vender mascarillas para poder pagar los 700 quetzales que cuesta el cuarto que alquila. “Pido al gobierno que nos apoye, porque cuando una es madre soltera tiene que rebuscárselas”, concluye.

A pocos metros, se encuentra Jessica Arreaga, quien madruga cada día con sus padres e hijos de 2 y 6 años para vender periódicos y panitos y lavar carros. Aunque las ventas bajaron, no puede permitirse el lujo de quedarse en casa: “a mí no me da miedo esa cosa. Porque para eso nacimos, para morir”, sentencia esta joven de 22 años. “Si nos quedamos en casa, no tenemos dinero y de qué vamos a vivir, ya que, aunque vendiendo en la calle ganemos cinco quetzales, tenemos para comprar un quetzal de tortilla y una libra de sal y así salimos adelante”, recalca. En este sentido, confiesa que le tiene “más miedo al hambre”, debido a que, en su opinión, el coronavirus “depende de cómo una se cuide”. Jessica revela que al día está ganando entre 20 y 25 quetzales y asegura que no se ha planteado dejar de venir a trabajar, porque “de qué me va a servir estar en mi casa si ahí no me dan mil quetzales”.

Sandra Patricia Solís vende mascarillas y limpia carros en los alrededores de un supermercado del Parque Morazán.


Olga Contreras vende mascarillas y gel antibacteriano frente al Parque Morazán.

 

“Sería imposible quedarme en casa”

Olga Contreras  lleva toda la vida vendiendo en la calle.  Normalmente,  trabaja  en  conciertos y manifestaciones vendiendo trompetas o banderas y esperaba ya la llegada de Semana Santa para ofrecer sombreros, sombrillas o capirotes. Ahora ha optado por vender mascarillas a entre 5 y 10 quetzales y gel antibacteriano a entre 15 y 30 quetzales. Con suerte, esta madre soltera, de 31 años, gana veinte quetzales cada día, que destina para la alimentación de sus hijos de 3 y 11 años y para pagar los 800 quetzales mensuales del alquiler de un cuarto. Sin embargo, ya augura que “con lo que gano, no me va a dar para pagar el alquiler y ahí andamos viendo cómo le hacemos”. Por este motivo, remarca: “más que al coronavirus, tengo miedo al hambre y a quedarme sin casa, porque con esa enfermedad solo es de curarse y mantener higiene, en cambio el hambre es más duro”. Así, reprueba que el gobierno “no nos está ayudando como debería a las personas que nos dedicamos al comercio informal, porque ni se ha acercado a nosotras para ver de qué vivimos”. De este modo, critica que “nos dijeron que nos quedáramos en la casa, pero ¿de dónde vamos a comer y pagar la casa?”. No obstante, Contreras se consuela con el hecho de que por lo menos en Guatemala “podemos salir a ver qué hacemos, mientras que en otros países deben estar completamente en su casa”.

Floridalma Dubón, de 47 años, tampoco puede quedarse en su vivienda y, pese a que reconoce que sí le da miedo infectarse de coronavirus, “me da más miedo quedarme sin dinero”. Por ello, recalca: “tengo que salir a trabajar, porque si no salgo, no como, y mi hijo de 18 años también depende de mí”. Desde hace doce años, se dedica a cuidar y lavar carros con lo que normalmente ganaba entre 60 y 70 quetzales diarios, si bien ahora se ha reducido a entre 25 y 30. “Sería imposible quedarme en casa, porque de dónde va a salir el dinero si no tengo para comer y pagar el cuarto que cuesta 800 quetzales al mes”.

Las historias de estas cuatro mujeres muestran que no todo el mundo en Guatemala se puede proteger del virus, porque entre la salud y el hambre, prima siempre lo segundo en un país donde la pobreza y extrema pobreza afectan a más de la mitad de la población.

Jessica Arreaga vende periódicos y panitos frente al Parque Morazán.


Floridalma Dubón se dedica a cuidar y limpiar carros frente al Parque Morazán.