Texto y fotos: Margarita López Aguilar / Artista y educadora

 

Para mediados de mayo en Buenos Aires llevamos casi sesenta días de cuarentena. Aunque ese “llevamos” suene tan colectivo, es necesario resaltar que la cuarentena no nos ha afectado a todas las personas igual. La pandemia de Covid-19 ha desnudado las estructuras, pero no es necesario ir tan profundo: hay gente con hambre.

Unos días después de iniciada la cuarentena, se activó desde varias comisiones del Bachillerato Popular Miguelito Pepe, la tarea de registrar la situación de estudiantes y docentes en relación con vivienda y alimentación. El Bachillerato pertenece a una organización territorial y a su vez, es parte de la CTA Autónoma (Central de Trabajadores/as de la Argentina). Anabella Moglia, educadora popular afirma que “desde la segunda semana del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, como escuela organizamos repartir unos bolsones de comida a estudiantes y profesores que estuviesen en una situación de vulnerabilidad económica y social” así, se han entregado bolsones con comida y más recientemente también almuerzos.

Este Bachillerato no es una excepción o una iniciativa desarticulada; muchas organizaciones, clubes y grupos de vecinos están haciendo tareas similares no sólo en Buenos Aires sino en muchos lugares de Argentina. En La Casita de los Pibes, escuela de una ONG de la Ciudad de La Plata, se han tenido que “postergar dinámicas educativas áulicas populares y eventos culturales, dando primero respuestas a las necesidades de las personas, con ollas populares y organización de base”, según refiere Joel Muñoz, antropólogo visual guatemalteco radicado en Argentina. Como educador de esta escuela relata: “acá nos turnamos para hacer llegar la comida y se han organizado otras ollas espontáneas, ya que en estos casos la organización de la gente en los mismos barrios es fundamental”.

El 28 de abril se realizó la Jornada Nacional Mil Ollas Populares para visibilizar la angustiante situación que viven las familias de los barrios populares. Muchas de esas ollas ya estaban habilitadas antes de la pandemia y muchas se siguen haciendo después del 28 de abril, una de ellas es la del Bachillerato Miguelito Pepe. La periodista feminista, Paula Bistagnino, expresa que “frente a la crisis de la pandemia y más allá de que este gobierno dispuso planes de ayuda social en alimentación y dinero, la respuesta inmediata fue de la sociedad civil, no la del Estado.” Al ver la respuesta de las organizaciones argentinas es fácil pretender que estas movilizaciones surgen espontáneamente olvidando la latencia de las organizaciones de la sociedad civil, pero es necesario mencionar que Argentina es un país con una historia de fuerte movilización popular, lucha sindical y participación social; en ese sentido, hay registro de ollas populares desde alrededor de 1930 y están muy presentes en la memoria colectiva las ollas populares de 2001.

La crisis de 2001 es un hito para la movilización popular en Argentina. La socióloga Maristella Svampa afirmó que Argentina se descubrió como una sociedad profundamente movilizada, que aspiraba a recuperar su capacidad de acción a partir de la creación de lazos de cooperación y solidaridad, fuertemente socavados luego de una larga década de neoliberalismo. Para Joel, las dos crisis (la actual y la de 2001) “han sido debidas a la ausencia del Estado en asuntos públicos, y los excesos de las economías de mercado”. Por su parte, Anabella manifiesta: “la respuesta desde lxs trabajadorxs y organizaciones fue poder unirnos, tejer las redes para solventar esos agujeros, pero sin perder de vista que quien debe dar respuesta a estas falencias es el Estado.”

Rol clave histórico

Desde esta respuesta, las mujeres de los barrios populares tienen un rol clave histórico, como afirma Paula, pues “son ellas las que lo llevan adelante, sea en los comedores o en las tareas de cuidado”. Según Anabella, en el marco del Covid-19, en la Villa 31 (emblemático barrio informal porteño cuyo origen data de 1932) “se oficializó un comedor que viene funcionando hace unos diez meses. Ese reconocimiento permite un salario para las compañeras y sostienen cerca de 150 raciones por día en ese barrio”. La lucha ha conseguido que el Ministerio de Desarrollo Social, el Ministerio de Educación o el gobierno local financie algunos salarios de trabajadoras de comedores, escuelas y bachilleratos populares o que facilite alimentos en calidad de “donación gubernamental” para ser preparados en dichos comedores.

Para Anabella “la organizacion es la herramienta que siempre nos resultó para defender y pelear por lo que nos pertenece”, garantías y derechos conquistados por la lucha de mujeres y hombres. Lo que se exige al Estado es la cobertura de derechos mínimos, desarrollando políticas que garanticen el derecho a la alimentación, que redistribuyan la riqueza y que tengan como fin el bien común, evitando tener el hambre como consecuencia.

“La presencia de las mujeres es mayoritaria en bachilleratos, comedores populares y en la militancia interpelando el privilegio patriarcal” afirma Joel y su experiencia se confirma con el 75 por ciento de mujeres entre profesoras y parejas pedagógicas del Miguelito Pepe, en las multitudinarias movilizaciones por el Ni Una Menos, la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito o el 34 Encuentro Plurinacional de Mujeres. La respuesta de ellas en los movimientos populares es la sororidad, pues como expresa Paula “la pandemia pone en evidencia el rol de las mujeres para sostener la vida comunitaria”. En primera persona, Anabella puntualiza que su participación es la búsqueda de “un lugar en donde poder revertir (aunque sea con un grano de arena) la desigualdad social”.