Asier Vera / Periodista

 

Desde que salen los primeros rayos de sol, varias calles de la zona 2 de ciudad de Guatemala se llenan de mujeres con escasa ropa. Caminan de un lado a otro mirando su teléfono a la espera del primer cliente del día que les permita comprar la comida de esa jornada.

Un motorista se dirige a una de ellas y sin quitarse el casco para no ser reconocido por los vecinos, entra junto a la chica en una casa. Tras entregarle 130 quetzales (100 para la mujer y 30 para pagar el cuarto), podrá mantener relaciones sexuales con ella durante 30 minutos. Eso sí, ambos sin quitarse la mascarilla y echándose gel en las manos como única protección para un trabajo donde es imposible el distanciamiento social.

“Me da miedo porque no sabemos si nos traen la enfermedad del coronavirus”, reconoce Helen, una joven de 24 años, quien desde los 20 se dedica al trabajo sexual y que teme llevar la enfermedad a su casa, donde viven sus dos hijos de 7 y 9 años y su hija de 2. En cuanto se va el hombre, Helen se afana en desinfectar la cama donde trabaja y se echa alcohol y gel en las manos.

La situación de las cerca de 26 mil trabajadoras sexuales de Guatemala se ha agravado con la crisis del coronavirus, tal como lamenta Samantha Carrillo, coordinadora nacional de la Organización Mujeres en Superación (OMES) y socia fundadora del Sindicato Nacional de Mujeres Trabajadoras Sexuales Autónomas de Guatemala. “No contamos con un seguro médico ni social, ni con un reconocimiento como trabajadoras sexuales, lo que viene a dejarnos mucho más expuestas ante la COVID”, critica.

Así, recuerda que las mujeres que ejercen esta profesión “no pueden pedir a las municipalidades que las agreguen en las listas para acceder a la ayuda de mil quetzales destinada al comercio informal”. Samantha explica que las medidas de confinamiento impuestas por el gobierno de Alejandro Giammattei han supuesto el cierre de las casas de citas y los clubs nocturnos donde las mujeres ejercen el trabajo sexual, lo que ha dejado a muchas de ellas sin empleo. Pese a ello, al no estar regulada esta profesión, no pueden tener derecho a los 75 quetzales diarios que el gobierno ha prometido a quienes se hayan quedado sin empleo.

Esta exclusión de cualquier tipo de ayuda, sumado al cierre de los establecimientos habituales donde se ejerce el trabajo sexual, ha obligado a algunas mujeres a buscar alternativas para sobrevivir. Es el caso de varias trabajadoras sexuales extranjeras de un club nocturno en San Sebastián Retalhuleu que han montado un car wash frente a este lugar para recaudar víveres a cambio de limpiar vehículos, con el fin de donar la comida a las mujeres que están teniendo muchas dificultades para ejercer esta profesión.

Así lo explica a laCuerda una de las impulsoras de esta iniciativa, Anet, originaria de Nicaragua quien lleva nueve años ejerciendo el trabajo sexual en Guatemala: “No hay clientes y no tenemos dinero ni para pagar un cuarto, ya que, si antes ganaba entre 500 y mil quetzales diarios, ahora solo 100, o a veces nada”. Anet, de 33 años, asegura que está “muy dura la situación y ayuda no tenemos porque para el gobierno no existimos y mucho menos las extranjeras”. Revela que para esquivar lo máximo posible al coronavirus trata de evitar los roces de los clientes, quienes muchas veces tratan de besarla, “pero sé que por más que intento, estoy demasiado en riesgo, pero tenemos que buscar este trabajo porque no va a venir nadie a decirme ‘tome, aquí está el dinero para que coma día a día’”.

Otro de los inconvenientes de la actual coyuntura, según denuncia Anet, es que los centros médicos no las están atendiendo para entregarles las profilaxis y efectuarles las pruebas de control, con el fin de evitar enfermedades de transmisión sexual, tal como sucedía antes cada 15 días.

Esta crisis ha provocado que algunas mujeres hayan dejado de ofrecer sus servicios sexuales, como Acsa, quien vive en La Libertad, Petén y que, debido al coronavirus, ha tenido que abandonar su trabajo después de que cerrara el bar donde iba cada día. Esta joven de 24 años, madre de dos hijos de 2 y 8 años, ha tenido que buscar otro modo de generar ingresos con la venta de comida rápida en la calle: “no me queda la gran cosa, pero sí saco para comer a diario nada más”. Acsa, quien se dedica al trabajo sexual desde los 18 años, lamenta que esta crisis llegara justo cuando se había apuntado a la universidad a estudiar Derecho para cumplir su sueño de ser notaria: “pude ir a clase solo dos días y ahora tengo que pagar los tres mil quetzales del semestre”.

Insultos en la calle a las mujeres transexuales

El toque de queda también ha visibilizado mucho más a las trabajadoras sexuales, quienes -muchas de ellas-, sobre todo las transexuales, ejercían su profesión de noche. “Las compañeras han tenido que organizarse y trabajar tres o cuatro juntas en una sola esquina para protegerse de la gente que pasa insultándolas y les gritan que tengan un poco de dignidad”, revela Ixchel Solórzano, una mujer transexual que ha fundado la Organización para el Desarrollo, la Inclusión Social y Oportunidades para Todos.

Además, añade que algunos policías “les han hecho saber que tienen que correrse a callejones donde no transite tanta gente para evitar que les digan cosas”, al tiempo que les han pedido que el trabajo sexual no lo hagan de día.

“La COVID nos ha venido a dejar mucho más vulnerables y decimos hoy con más fuerza que nunca, que los gobiernos tienen una deuda bastante grande con las trabajadoras sexuales y es una ley que nos reconozca”, para que en una crisis como la actual puedan tener acceso a ayudas sociales, remarca Samantha Carrillo, quien concluye que “nadie en su sano juicio sale a arriesgarse si tuviera las condiciones para quedarse en casa”.

Mientras, Helen se ha vuelto a perfumar y ha regresado a la calle en busca de otro cliente, pese al temor a contagiarse: “la gente piensa que una gana dinerales y que qué ando haciendo aquí, pero somos como cualquier ciudadano, tenemos deudas y tenemos que seguir con nuestro día normal, trabajando para dar de comer a nuestros hijos”.