Sandra Xinico / Kaqchikel de Pasu`m, investigadora independiente, activista y defensora de derechos humanos

En territorios que fueron (y/o continúan) invadidos y colonizados, el racismo es hasta hoy uno de los principales problemas que les atraviesa; son cinco siglos de violencias, genocidios, despojos y empobrecimiento. La identidad nacional de los países coloniales se forjó de la violencia sexual en contra de miles de mujeres nativas, el epistemicidio continuado y la imposición del cristianismo, todo esto para afianzar el control y la dominación de los colonizadores como mecanismos fundamentales para mantener el privilegio y el poder, a través del sometimiento del los pueblos originarios y afrodescendientes.   

Es obvio que ha podido más la fuerza de los pueblos al persistir ante estas atrocidades y seguir existiendo; sin embargo, la resistencia ha implicado estar al límite, generación tras generación. Las leyes son el mejor ejemplo de esto, porque las que privilegian y protegen a unos pocos, son las mismas que condenan y excluyen a las mayorías.

Las manifestaciones racistas pudieron haberse transformado (de cierta manera), cambiadas las expresiones cotidianas con que se materializa la ideología racista, pero ésta como sistema continúa conservando su misma lógica, sobre la cual se construyó la idea o el concepto de país: la superioridad de un grupo social sobre otro(s), justificada a través de la idea (construida) de la raza, que por supuesto fue erguida en favor de los invasores colonizadores, que definieron lo nativo y lo negro como inferior, incivilizado, animalesco.

El racismo, al ser estructural, implica que históricamente se fue implementando un andamiaje de desigualdades que sostienen las relaciones de poder en favor de unos y en detrimento de otros; esto quiere decir que para su funcionamiento es necesario un entramado de instituciones (familia, escuela, iglesia, Estado), políticas (como la castellanización, el saqueo y el folklore) y relaciones sociales, que garanticen no sólo la reproducción del racismo, sino su interseccionalidad con otros problemas heredados también de la invasión colonial. Esto provoca un incremento constante de opresiones y vulnerabilidad, como ocurre con las mujeres indígenas, quienes cotidianamente nos enfrentamos a sistemas de muerte como el racismo y el patriarcado.

La abolición de estos sistemas de opresión no tiene que ver con un cambio de actitud individual como suelen hacernos ver, tampoco se trata de sobrellevar la opresión con “buena” cara. El origen del racismo no es la baja autoestima de una persona, ya que es la sociedad la que nos asigna el lugar que ocuparemos precisamente por nuestro origen cultural y biológico determinado en su valor desde quienes tienen el poder, cuya clasificación responde a una jerarquía construida para legitimar el hecho de que unos nacen para servir y otros para mandar.

Al capitalismo le viene muy bien el racismo, el patriarcado y el colonialismo porque le permite operar con toda impunidad. El costo del nivel de vida de los países colonizadores lo estamos pagando los pueblos, estamos sosteniendo con nuestro trabajo la riqueza de quienes nos oprimen, un ciclo impuesto con mucha violencia y terror. El capitalismo despoja al mismo tiempo que destruye el entorno, se constituyen como dueños de todas las formas de vida que existen. Resistirse a adoptar esta visión de la existencia nos convierte en enemigas, enemigos del modelo de desarrollo que imponen los poderosos. Cientos de frentes de lucha están abiertos en todo el planeta, ya no basta con resistir, buscamos vivir en paz, con plena dignidad.

¿Por qué es importante dimensionar los efectos del racismo? ¿Las confusiones que tenemos sobre el racismo son intencionadas? Se reflexiona muy poco sobre el racismo. Esto es completamente provocado, así como ocurre con el desconocimiento de la historia. Hablar sobre racismo se percibe socialmente como una “discusión incómoda”, en la que desde el principio se supone que no se llegará a ningún “acuerdo”. Esto se debe a que nacemos en un ambiente condicionado, que en todo momento nos bombardea con ideas que buscan confundirnos, para no darnos cuenta de que la dominación tiene efectos profundos y devastadores en la existencia de los seres vivos y es un problema complejo, multidimensional.

El racismo es depredador, se alimenta de diferentes formas y es parte de un conjunto de engranajes que sostienen el ciclo de injusticias y violencia, que se naturalizan porque funcionan como un círculo vicioso; comprender el lugar que ocupamos en estos sistemas de dominación no es sencillo, porque nos adoctrinan para obedecer y no dudar. No es que el racismo cobre más valor al hablar de éste, o que con ello le estemos dando más poder o importancia, se trata de que la vida de miles de personas sigue estando en riesgo y el exterminio sigue latente y todo esto no es normal, ninguna sociedad debe acostumbrarse al dolor, a la humillación y degradación que implican las desigualdades.

Cuanto más hablamos de estos problemas, más amplia es nuestra visión de cómo contrarrestar sus distintos frentes. Estamos en medio de diferentes pandemias que están cobrando miles de vidas en el mundo. El recrudecimiento de la crisis provocada por el racismo, el capitalismo, el patriarcado, el colonialismo evidencia que el empobrecimiento es voraz, porque nos hace dependientes del consumismo y el dinero que los ricos nos pagan por explotar nuestra fuerza de trabajo. La esclavitud, el hambre, la pérdida de conocimiento, la asimilación, son efectos de un modelo político, económico y social extractivista, que no puede ser transformado sino necesariamente destruido, porque sólo así se deshacen los pilares ideológicos y materiales que le dan legitimidad en la sociedad para seguir operando con total arbitrariedad.

Se trata de liberarnos de todo esto, de seguir caminando hasta que amanezca para nuestros pueblos.